Andi Uriel Hernández Sánchez/Contrastes
Crónica de una Extorsión II
Después de sufrir un delito, la primera pregunta que surge: ¿Levanto la denuncia?
Recuerdo las últimas palabras del policía: “Tiene que ir al Ministerio Público que está en la calle Miami, aunque no creo que solucione nada”.
Mi prima recomienda hablar al 089 Denuncia Anónima Ciudadana, ya que ellos rastrearán la llamada de extorsión, me dice. Marco y después de algunos segundos contesta una persona y se identifica con un número. Le doy a grandes rasgos los datos y me comunica a su vez con otra que me pide la información y narración de hechos.
Al dar el número del extorsionador, el 5564023109, me dice que corresponde a la delegación Cuauhtémoc (DF) y que ya cuenta con tres reportes de extorsión. A lo que le pregunto entonces ¿Por qué no han hecho nada al respecto?
Mi interlocutor me contesta que tenían el número porque lo habían reportado, pero que nadie a la fecha había hecho depósito alguno a favor de los extorsionadores.
Después de mi narración me proporciona un número de folio de la denuncia y me sugiere ir al Ministerio Público ubicado en Miami a levantar mi denuncia.
Creo que algo no me queda claro ¿para qué jijos sirve el 089 si tienen los datos y no hacen nada al respecto? Tal parece que para lo único que sirven es para almacenar una gran base de datos a nivel nacional, proporcionar cifras y sentarse a ver cómo la delincuencia hace de las suyas.
Como estábamos cerca de la Unidad Integral de Procuración de Justicia Número 1,ubicada en la calle Miami, procedimos a levantar la denuncia correspondiente.
Mucha gente, y nosotros sin comer… bueno, con el coraje y el susto ni hambre teníamos. Esperamos unos minutos a que nos atendieran porque la señorita de Información estaba muy atenta viendo la nueva temporada de zapatos Andrea y seleccionando los que iba a encargar.
Ya por fin nos canalizó con un licenciado el cual nos atendió amablemente y al que mi abuela contó su historia, aunque después nos indicó pasar con los agentes que están en el segundo piso para levantar la denuncia correspondiente.
Subí con mi abuela y pregunté quién nos atendería. Una mujer que se pavoneaba nos indicó esperar nuestro turno. Así estuvimos mientras veíamos que la Agente Especializada se dirigía de un lado para otro saludando a todo el mundo, imagino presumiendo pierna en su mini-vestido y tacones altos.
Mientras tanto, mi abuelo quería ir al baño (realmente es difícil decirle a un anciano de 92 años que se aguante un poco), así que esperamos turno en un baño unisex, porque déjeme contarle que a pesar de atender diariamente a cientos de personas, no hay un baño para cada sexo.
Por fin, después de alrededor de cuarenta minutos, nos atendió la Segunda Agente Especializada, la de la minifalda. Tal vez omití decir que en ese lapso no atendió ninguna denuncia.
Pero bueno, por fin íbamos a pasar. ¡Momento!, pasó sólo mi abuela porque a mí me indicó quedarme afuera. En fin… aguardé ¡hasta que le pidió su correo electrónico! ¡Qué! ¡no chingue! ¿Cómo mi abuela, de 80 años, va a tener correo electrónico? Si ni siquiera sabe qué es eso.
Me van a disculpar pero entré y le dije si podía estar con ella, a lo que contestó tajante que no, que la denuncia era personal y que si quería que hubiese alguien, entonces tenía que llevar a un representante. Entiendo que la denuncia es personal, pero al menos mi presencia le hubiese dado más confianza a mi abuela (víctima de un delito). Le pregunté por qué no permitía mi presencia si mi abuela no sabe leer ni escribir? La agente volteó a verme y me dijo: “Yo soy la Licenciada Gabriela Martínez ¡y usted viene prepotente!”; contuve la respiración y salí nuevamente.
Mi abuela sentada, con su cabello despeinado, volteó a verme… no entendía lo que pasaba; sólo quería irse de allí… sus ojos lo pedían a gritos.
Retomo mi lugar en la sala y escucho a la “especializada agente” que le pregunta a mi abuela: “¿entonces, después de que reconoció la llamada, fue usted a depositar?”
¡Por Dios! ésas son preguntas inducidas; además, si hubiese reconocido la voz, se hubiese dado cuenta de que no era su hijo y que la estaban extorsionando. Mi abuela contestó entre balbuceos algo que no entendió la “especializada agente”, pues le volvió a preguntar lo mismo y dijo “¡a ver, ¡vamos por partes!”
Su siguiente pregunta fue: “¿cuál es el teléfono al que le pidieron hacer la recarga?” Tal vez no debí hacerlo, pero lo hice y exclamé desde la sala: “No sabe leer ni escribir, no identifica los números”… ¿cómo le pregunta eso a sabiendas de que estaba enterada de eso? Desde su escritorio me echo tremendos ojos y le pidió los apuntes que yo le había dado en aras de facilitarles el trabajo tanto al MP como a mis abuelos.
¡Eso fue el colmo! Mi abuela necesitaba a alguien que le ayudara. ¡Iba a levantar una denuncia no iba a que la hicieran sufrir! Entré y le dije a mi abuela que nos íbamos, a lo que la especializada agente me dijo que ya había levantado la denuncia en el sistema y que necesitaba terminarla. Pedí sus cosas y en ese momento me percaté que le habían inventado un correo con una contraseña, desde luego, no dicha por ella, y que por supuesto, la “especializada agente” no entregó pero sí me dijo con voz tajante: “¡El sistema es así! ¿Qué no sabe usted?” A lo que respondí que sí, que por desgracia conozco el sistema. Continuó expresando: “no sé que haya estudiado pero así es esto”. ¡No estudié!, contesté y posteriormente agradecí la atención prestada y salí huyendo del peor delincuente: La Justicia Mexicana.
Tal vez mi percepción hacia la servidora pública no fue el correcto y sea la mejor agente de Xalapa, Veracruz y el país, pero de algo estoy segura: no tiene la sensibilidad de tratar a un adulto mayor, a quien en lugar de ayudar, apoyar, asesorar, lo confronta a un nuevo shock: el burocratismo ajeno a cualquier acto de congruencia y mucho menos de sensibilidad. En primer lugar, por hacerlo esperar más de cuarenta minutos. ¿No se supone que en la sociedad se debe dar prioridad a las mujeres, niños y ancianos?
Hoy entiendo el porqué la gente no denuncia… sólo es tiempo perdido cuando un delincuente te jode y la Ley, quien debiera protegerte, te vuelve a joder.
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