Ruperto Vázquez Ovando/Opinión en línea
La victoria de Dilma Rousseff en Brasil, gran esperanza para América Latina y el mundo
Contra lo que muchos predecían y esperaban, la candidata del Partido del Trabajo (PT) brasileño, la presidenta en funciones Dilma Rousseff, logró imponerse sobre su contrincante Aécio Neves en la segunda vuelta electoral (balotaje, como le llaman allá) celebrada el día 26 de octubre de los corrientes. Es verdad que no se trató de una victoria aplastante, como a muchos nos hubiera gustado, pero sí clara e inobjetable puesto que Rousseff rebasó el 50 % del voto emitido, es decir, la mayoría absoluta de la población que ejerció su derecho al sufragio, contra poco más del 48 % de su competidor Aécio Neves. Con esta victoria, el PT brasileño y su candidata dan un paso decisivo, y en la dirección correcta a mi juicio, que garantiza la continuidad de un sólido crecimiento del PIB acompañado de una verdadera política redistributiva de la renta nacional, reto que ese gigante sudamericano que es Brasil comparte con el resto de América Latina.
Sin embargo, el significado positivo de la victoria de Dilma Rousseff sobre la corriente pro norteamericana representada por Neves y sus partidarios, no se agota dentro del marco de las fronteras nacionales de Brasil; lejos de ello, las rebasa sobradamente alcanzando a todo el sub continente latinoamericano e impacta, incluso y de manera notable, en la geopolítica mundial. ¿Por qué? Hay múltiples razones y hechos que así lo indican y lo demuestran; pero yo me limitaré a mencionar lo que considero indiscutible, evidente para todo mundo y de una mayor significación también para el mundo entero. Me refiero a la pertenencia de Brasil al ya famoso grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) cuya importancia fundamental (la del grupo) radica en que busca afanosamente, proponiendo y ejecutando medidas realmente eficaces y con resultados duros, tangibles y medibles, para lograr un crecimiento económico y un desarrollo compartido de las llamadas economías “emergentes” (para diferenciarlas de los países ricos y altamente desarrollados), e incluso de aquellas francamente rezagadas y pobres, como el único camino capaz de poner un freno a la desmedida concentración de la riqueza mundial en unas cuantas naciones y personas y el consiguiente e inevitable incremento de la pobreza y la desigualdad en el mundo.
Esta tesis revolucionaria y su consecuente instrumentación por parte del BRICS, implica, evidentemente, una crítica rigurosa, objetiva, y el consiguiente abandono de las viejas recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) tales como la confianza ciega y absoluta en la “mano invisible” del mercado, que todo lo arregla y equilibra sin necesidad de intervención racional alguna, auxiliada con medidas adicionales como el equilibrio presupuestal, los préstamos del mismo Banco Mundial, las “ayudas internacionales” y los tratados de libre comercio entre otras, cuyo fracaso está suficientemente atestiguado, precisamente, por la imparable concentración de la riqueza mundial y el consiguiente incremento masivo de la pobreza y el hambre entre la población del planeta. Y los líderes del BRICS no hacen ningún secreto de sus convicciones acerca de que, para cambiar esta situación y hacerlo pronto, antes de que suceda algo irreversible, es indispensable abandonar la visión y la ambición de un mundo sometido a una sola potencia hegemónica de cuya ciencia, tecnología, riqueza y poderío económicos y sentido de “responsabilidad” con la paz y la estabilidad planetarias, brote una humanidad nueva, pacífica, solidaria, respetuosa del derecho de todas las naciones a elegir el sistema social y económico en que desean vivir y empeñada en el progreso y el bienestar compartido de todos los habitantes del planeta. Eso no sucederá nunca, como lo prueban los muchos decenios de dominio indiscutido de EE.UU. y sus aliados. Es necesario cambiar la visión de un mundo “unipolar” por la de un mundo multipolar en que muchos o todos los países sean potencias económicas en áreas decisivas para la vida de la sociedad y puedan, en consecuencia, comerciar con los demás sin relaciones de sometimiento o subordinación, en pie de igualdad y asegurando que su intercambio será realmente de beneficio recíproco para todos. Esta tesis necesariamente enfrenta al BRICS con el ideario y los intereses de los barones norteamericanos y europeos del capital, acérrimos partidarios de un mundo hegemonizados por ellos y sólo por ellos, sin ningún tipo de competencia.
De esto se deduce que el Brasil gobernado por Dilma y su partido representa la cooperación y el comercio recíproco, en pie de igualdad, con sus vecinos sudamericanos; un ejemplo del mejor uso y explotación de los recursos naturales del país en beneficio de la nación entera y no de unos cuantos; la certeza de que una distribución más justa y equilibrada de la renta nacional es posible y conveniente; la factibilidad de acuerdos trascendentes en materia comercial y financiera, en ciencia, tecnología y cultura con países económicamente desarrollados, sin tener que enajenar independencia y soberanía y obteniendo un beneficio mutuo por ambas partes. Representa, finalmente, como lo prueba la creación del banco BRICS acordada en la reunión de Fortaleza, Brasil, celebrada recientemente por los líderes del bloque, un intento serio de librarse del dominio férreo y usurario del dólar norteamericano, y la de crear un nuevo y más equitativo sistema financiero mundial. Eso y más representa la victoria de Dilma, y eso y más se habría ido a la basura si hubiera triunfado Aécio Neves, un abierto partidario de la economía de mercado sin ningún control y del dominio hegemónico de EE.UU sobre el planeta entero.
Pero hay más. La “primavera árabe” (Libia, Túnez, Egipto), la guerra en Siria, en Afganistán, la invasión de Irak y su ya práctica división en tres países (el de los kurdos que abarcaría zonas enteras de Siria y Turquía, el del Emirato Islámico en el norte y el Irak histórico en el sur), la guerra genocida contra los palestinos, etc., todo esto, se sabe hoy, está orquestado, dirigido y financiado por EE.UU. y una Unión Europea fiel por impotencia, con tres objetivos fundamentales: 1) abrirle paso a las mercancías y capitales (sobre todo de “reconstrucción”) de esas naciones, para reactivar sus economías alicaídas comenzando por la industria bélica; 2) adueñarse de los recursos naturales (petróleo y gas) del cercano y medio Oriente, y con ello arrebatar a Rusia su mercado europeo de energía; 3) tomar posiciones geoestratégicas para que, en caso de no lograr ahogar económicamente a China y Rusia, los EE.UU. y la OTAN estén en condiciones de dar un primer golpe demoledor contra ambas naciones que son, hoy por hoy, el obstáculo casi único a sus ambiciones hegemónicas.
En este contexto de preparativos bélicos para una guerra nuclear, el control de América Latina cobra también una importancia estratégica de primer orden. La victoria de Dilma, por eso, abona a la paz mundial al reafirmar su soberanía e independencia frente al imperialismo mundial y al arrastrar tras de sí, con su ejemplo, a América del Sur, sustrayéndola en alguna medida a la manipulación del bloque guerrerista que patrocina la locura nuclear en aras de su sueño hegemónico universal. El PT brasileño y su candidata victoriosa, Dilma Rousseff, prestan así, quizá sin proponérselo, un gran servicio a la causa de la paz mundial. Por eso, sin ningún deseo de exageración, creo que su victoria es un gran paso hacia adelante para Brasil, una gran esperanza para América Latina y un enorme aporte a la causa de la humanidad entera.