Raúl López Gómez/Cosmovisión
Hace seis años cambió todo. El 16 de septiembre de 2008, nos despertamos con una cruda realidad. La fiesta del “grito de independencia” se transformó en la peor tragedia del México moderno, provocada por un acto de terrorismo; el lanzamiento de dos granadas de fragmentación en la Plaza Melchor Ocampo de Morelia Michoacán.
Aquel ataque mató ocho personas, hirió a 131 –muchas de ellas mutiladas–… y dejó marcadas a miles, para el resto de la vida.
Seis años después, hay dudas sobre recursos públicos utilizados para medicamentos, consultas y terapias de las víctimas, y entre estas, incertidumbre, miedo y molestia; el gobierno las ve como una carga.
Hay una placa conmemorativa del hecho –gris y pequeña, apenas visible, meada día y noche por perros callejeros– con una corta inscripción: «Porque el espíritu del amor y la justicia, prevalecerá siempre sobre el odio y la violencia, en el corazón de los michoacanos. En memoria de las victimas del atentado de septiembre del 2008«.
Más allá de eso, los damnificados son estadística y tedio; las autoridades les escamotean ayuda económica, social y médica.
Sin duda, aquella noche patria marcó un antes y un después en la historia Michoacana… y en la historia del crimen organizado.
No es que en ese momento haya aparecido la violencia. No. El territorio michoacano era campo fértil de batalla desde cuatro años antes.
Fue en Michoacán donde las decapitaciones se utilizaron por primera vez como método de mensajería entre los cárteles del crimen. La región de Tierra Caliente ya era escenario de la lucha sangrienta entre zetas, chapos, jaliscienses y el entonces poco conocido grupo de La Familia Michoacana con su perversa combinación criminal-religiosa.
Para septiembre de 2008, de nada sirvió que las fuerzas federales llevaran dos años en la región; el avance silencioso del narcotráfico advertido por Lázaro Cárdenas Batel hizo crisis aquella noche.
Hasta entonces, los michoacanos vivían engañados. La saña criminal sorprendía, pero muchos pensaban que los sicarios solo se atacaban entre sí, nunca antes, la población civil había sido víctima de un atentado; aquella noche del grito, los morelianos perdieron la inocencia. Vino la descomposición total.
Autoridades estatales rebasadas; alcaldes cooptados o amenazados; un gobierno federal ineficaz y aislado en constante confrontación con la administración encabezada por el perredista Leonel Godoy, quien sabia de las amenazas y desestimó el hecho. Los pleitos entre el Gobernador y el Presidente Felipe Calderón alcanzaron su clímax con el michoacanazo; la política había contaminado la estrategia de seguridad.
Hoy Michoacán sigue siendo un estado de emergencia. Las cosas no terminan de resolverse. El operativo federal lanzado por el Presidente Enrique Peña Nieto ha dado algunos resultados inmediatos, pero aún insuficientes; han abatido a señalados capos como Nazario Moreno, El Chayo, y Enrique Plancarte, El Kike; han capturado a Jesús Reyna García, ex gobernador interino y ex secretario de Gobierno; han encarcelado a alcaldes coludidos con el crimen; han detenido al hijo del ex gobernador Fausto Vallejo…
Pero en Michoacán falta terminar con lo urgente y solucionar lo más complicado. Aún no queda claro cual es estado real de Los Caballeros Templarios; “La Tuta” es el gran pendiente. Tampoco está claro quien mandará una vez que se retire el Comisionado Federal Alfredo Castillo Cervantes, quien tiene fecha de caducidad. Los grupos de autodefensas, convertidos en fuerzas rurales, no generan confianza. Las estructuras municipales no existen… nada se sostiene sin el apoyo federal.
Los tiempos corren y las prisas crecen. A ocho meses y medio de la elección para gobernador, al gobierno del PRI le urge recuperar la calma para retener el poder…
BORREGAZO: Hay un libro de las periodistas Patricia Monreal y Verónica Magaña titulado Los Gritos de Morelia. Memoria del Terrorismo en Michoacán. Léalo por favor… mientras, las autoridades atinan a vestir de luto para exorcizar los demonios de otro Paricutín olvidado.
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