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XALAPA, Ver., 19 de junio de 2015.- Desde los ocho años, Candelaria Figueroa comenzó a trabajar en el campo, ayudando su madre en el cultivo y cosecha de papa y haba en Perote. Cuando su padre murió, ella apenas cursaba el primer grado del nivel básico escolar, por lo que sólo aprendió las vocales.
La depresión de su madre, la carencia económica, la corta edad de sus hermanos y los quehaceres del hogar fueron algunos factores que le impidieron continuar en la escuela. Aun así, aprendió a sumar y restar, pero no sabía leer ni escribir. Nunca le interesó.
“Mi infancia fue triste porque mi mamá trabajaba y ya pues yo la ayudaba, pero también era bonita porque mis hermanos eran chiquitos y yo era la más grande y pues ya no fui a estudiar porque ayudaba a mi mamá, porque trabajaba mucho en el campo, además todas las noche lloraba por la ausencia de mi papá”.
Por ello, dijo que su prioridad siempre fue atender las tierras que su padre heredó, ya que en Tenextepec (localidad de la que es originaria) no hay mucho por hacer, la mayoría trabaja en el campo, principalmente los varones. Por esos rumbos de la montaña –recuerda– conoció a su ahora esposo.
Hoy tiene 33 años y tres hijos en edad escolar, se dedica sólo a los trabajos domésticos; el mayor de sus hijos, Javier, ha sido la motivación para que Candelaria se integrara a los Círculos de Alfabetización del Instituto Veracruzano de Educación para los Adultos (IVEA), pese a la renuencia de Alejandro Solís, su marido.
Un poco apenada, refiere que un día Javier le reclamó ser una analfabeta, ya que nunca podía ayudarlo en las tareas escolares.
“Me sentí muy mal ese día, pero es que desde que mi papá falleció yo no volví a la escuela, ya no fui a estudiar, iba yo en primero, pero pues me salí a trabajar en el campo haciendo lo que fuera”.
Reconoció lo complejo que ha sido estar al pendiente de la educación de sus hijos sin saber siquiera lo básico. Agrega que no podía exigir notas destacadas en la escuela, ni mucho menos observarles los errores.
Pero no saber leer ni escribir no sólo le generó problemas de autoestima, sino que también por esto fue rechazada en algunos trabajos, además de que para realizar trámites oficiales siempre tuvo que depender de su esposo o alguna amistad.
“Un día fueron a Perote, con una campaña de alfabetización y sí me anime, ni lo pensé dos veces. Mi esposo no quería, hasta me regañó, me dijo que no me daba permiso, pero pues tampoco se lo pedí, me apuraba a hacer el quehacer y la comida y en la tarde me salía dos horas de la casa mientras los chamacos jugaban. Mi esposo andaba en la milpa, cuando él regresaba yo ya estaba de regreso también y así fui aprendiendo. Le eché muchas ganas”.
Comenta que cuando su esposo se dio cuenta de que Candelaria ya tenía firma y deletreaba textos largos, se enorgulleció y la apoyó.
“Entendió que era lo mejor; antes que no leía ni escribía, mi esposo tenía que faltar a trabajar para que él estuviera atento a mis hijos, pero pues ahora ya no, ya es muy diferente y me dice que le eche ganas, que vamos a salir adelante y bueno, pues ya voy a las reuniones y ya pongo mi nombre, mi firma, ya me siento más segura”.
Lamenta haber dejado pasar muchos años antes de ser parte de este programa, pero está cierta del dicho “más vale tarde que nunca”.
“Cada quien tenemos historias distintas, pero siempre tiene que haber alguien que nos motive, en mi caso fue mi hijo, y aquí en el círculo del IVEA nos apoyamos, los asesores nos dicen que le echemos ganas, y eso muy bonito la verdad. Yo por eso invito a la gente a que acerquen al programa, nunca es tarde para aprender, y sí, ahora me gustaría estudiar la secundaria”.