Este fin de semana, Mocedades Sinfónico llega a Xalapa
SAN JUAN CHAMULA, Chis., 3 de enero de 2015.- Micaela se arrodilla junto al fuego. El olor a leña ardiendo impregna la cocina, una estancia con suelo y paredes de cemento alumbrada por un par de focos, con lo esencial para comer: maíz, frijoles y café. La casa, se ubica en el municipio de San Juan Chamula, a unos diez minutos de la carretera, en pleno bosque. Son las siete de la mañana y Micaela, una mujer de 60 años, vestida con el traje regional chiapaneco (nagua, faja y camisa bordada), ya está preparando la comida del Día de Muertos para su difunto marido.
“Era un hombre violento, vigilaba a sus hijas, bebía y agarraba su machete para golpearnos”, comenta en su lengua, el tzotzil, mientras sus nietos dejan sobre la mesa bolillos de pan, botellas de coca cola y posh, la bebida alcohólica más popular en Chiapas, estado del sur de México que en 1994 protagonizó el levantamiento zapatista. Micaela siempre cuidó sola a sus hijos, enfrentó sus nueve partos sin ayuda. “Así es como aprendí a ser partera, nadie más me enseñó”.
Micaela ha asistido más de cien nacimientos y sigue visitando a las embarazadas en sus casas, muchas ubicadas en comunidades alejadas de la sierra, donde los servicios de salud estatales no llegan. No tiene estudios, pero utiliza la herbolaria, los masajes, la experiencia, el respeto y la intuición para tratar a sus pacientes, sin pastillas ni inyecciones. Su relación con ellas se basa en la confianza. Además, no cobra un sueldo por su trabajo ni da cuenta de los bebés nacidos.
De acuerdo con información de El País, uno de cada dos mexicanos nace por medio de cesárea. El Gobierno de Chiapas estima que en la entidad existen unas tres mil parteras tradicionales, es decir, aquellas que únicamente tienen una formación empírica, aunque solo 750 están censadas. Aún cuando los médicos rechazan sus prácticas, su labor ha sido fundamental para la subsistencia de Chiapas, un pueblo con recursos insuficientes para atender a toda la población. Los datos del Consejo Nacional de Población indican que Chiapas es la segunda entidad con mayor grado de marginación, donde el 78.4% de sus habitantes vive en situación de pobreza.
Un reciente informe de la Organización Panamericana de la Salud, la OMS, el Fondo de Población para Naciones Unidas y el Comité Promotor por una maternidad segura en México, calcula que en 2030 habrá en el país 3.1 millones de embarazos al año. Actualmente, de los 10 mil 379 profesionales que se dedican al cuidado de la salud sexual, reproductiva, materna y neonatal, tan solo ocho mil 668 son obstetras y ginecólogos.
La Secretaría de Salud de Chiapas ha creado un programa para formar a mujeres y ofrecerles un espacio donde trabajar, pero reconoce que afrontan múltiples problemas. “No hay una agenda de temas que definan su capacitación y muchas de ellas no hablan español, por lo que se necesitan formadores bilingües, pero la mayoría de los médicos no lo son”, asegura Olga López Sánchez, responsable de parteras de la jurisdicción número 2 del Estado. La dependencia abrió una clínica especializada en el municipio de San Andrés Larráinzar, sin embargo, en ese espacio no se atienden partos. “Las mujeres hacen guardias, pero la población usuaria prefiere ser atendida en su domicilio y únicamente para los casos que se complican se desplazan a la clínica. Escogen dar a luz en su hogar porque así no dejan a sus hijos y al resto de la familia. Ir al hospital implica abandonarlos unos días y los trámites administrativos generan gastos”, explica Edith López, gestora de servicios municipales.
“Las parteras dan su servicio porque lo conciben como un don que les ha sido regalado, así que no exigen un pago por ello. Sus conocimientos se transmiten de generación en generación desde que la humanidad existe”, añade. En su opinión, es fundamental que el Gobierno escuche a este colectivo para averiguar cuáles son sus necesidades y trate de vincularlas al sistema de salud. Algunas ONG, como Save the Children, han desarrollado programas de formación y reparto de material para mejorar la atención que ellas dan a sus pacientes y avanzar en su reconocimiento.
“Quieran o no reconocerlo los Gobiernos, las parteras han estado, están y seguirán estando para atender a las mujeres de las comunidades, porque los servicios de salud no son suficientes, afirma Edith López.
«Soy partera porque me da lástima que las mujeres sufran solas»
María Elena, de 42 años, con seis hijos y vecina de San Cristóbal, es una de las mujeres que recientemente ha sido capacitada para mejorar su práctica. Su suegro le enseñó a ser partera y ejerce “porque le da lástima que las mujeres sufran solas. Siento que debo ayudar, yo era pobre y un parto cuesta entre ocho mil y 10 mil pesos, pero yo no los tenía”.
Está cansada, acaba de regresar de atender un parto en la comunidad de Cruz Quemada, en el municipio chiapaneco de Comitán. Para llegar a la casa de su paciente tuvo que conducir tres horas y después caminar otras dos, cargada de su material de trabajo, porque no hay carretera hasta allí.
El proceso que María Elena sigue es sencillo, primero palpa el vientre de la embarazada hasta sentir al bebé; después prepara una infusión con hierbas naturales que acelera el proceso de dilatación, y en las horas siguientes ella se convierte en su guía, señalando a la futura madre cuándo debe pujar. Al nacer el niño, lo sostiene con una mano y con la otra masajea el abdomen hasta que sale la placenta, que más tarde el esposo entierra en el campo junto al cordón umbilical.
María Elena no quiere saber nada de los médicos, una sobrina suya murió en la clínica.