Andi Uriel Hernández Sánchez/Contrastes
La crisis nacional exige más, y más auténtica democracia
Aquiles Córdova Morán
En su más reciente informe, publicado en octubre de este 2014 y titulado “Iguales. Acabemos con la desigualdad extrema. Es hora de cambiar las reglas”, la organización global para el desarrollo, OXFAM, cuyas cifras, opiniones y conclusiones coinciden con las de destacados personajes y organizaciones como Joseph Stiglitz, el FMI, el Banco Mundial, líderes religiosos y varios otros movimientos sociales, aporta datos reveladores y estrujantes sobre la concentración de la riqueza y el incremento desmedido de la pobreza en el mundo. Algunos ejemplos: OXFAM calcula que, en 2014, las 85 personas más ricas del planeta poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad (algo así, aclaro yo, como 3,750 millones de personas); calcula también que de marzo de 2013 a marzo de 2014, estas mismas 85 personas incrementaron su riqueza en 668 millones de dólares diarios, algo así como medio millón de dólares por minuto; y remata con esta ilustración espeluznante: “Si Bill Gates quisiera utilizar toda su riqueza y se gastase un millón de dólares al día, necesitaría 218 años para acabar con su fortuna”. (Los subrayados son míos, ACM)
Y todos sabemos que ese fenómeno mundial encuentra plena confirmación en la situación económico-social de nuestro país. Aquí se calcula, en efecto, que el grueso de la renta nacional se concentra en unas 500 familias cuya fortuna, además, crece día con día a una velocidad envidiable, a cambio de lo cual la pobreza también crece de manera incontenible todos los días, de modo que alcanza ya una cifra que oscila, de acuerdo con la fuente que se consulte, entre un 53% (unos 60 millones más o menos) hasta un 80 u 85%, es decir, poco más de 95 millones de mexicanos. El economista Genaro Aguilar Gutiérrez acaba de publicar, en un conocido diario nacional, los siguientes indicadores: uno de cada diez mexicanos, es decir, unos 15 millones, viven con 17 pesos al día; asegura, además, que si se hubiese conservado (sólo conservado, es decir, sin ningún incremento) el poder adquisitivo que tenía el salario en 1984, hoy un trabajador con salario mínimo debería ganar 5,683 pesos al mes (en lugar de los 2,100 que aproximadamente gana hoy, añado yo). Tal retroceso del salario es la causa de que, en vez de los 3.2 millones de indigentes que deberían existir, tenemos hoy 19.6 millones, es decir, el 17% de la población total. Y sintetizando todo esto, recordemos que los organismos internacionales que monitorean la economía mundial nos colocan en el lugar 14 en cuanto al valor de nuestro PIB anual, y en el lugar número 70 en cuanto a equidad y desarrollo humano.
Volviendo al informe de la OXFAM, se dice allí lo siguiente: “Las consecuencias son destructivas para todo el mundo. La desigualdad extrema corrompe la política, frena el crecimiento y reduce la movilidad social. Además, fomenta la delincuencia e incluso los conflictos violentos”. Lo que hoy estamos viviendo los mexicanos confirma brillantemente estas conclusiones. Hechos como el secuestro y asesinato brutal de Don Manuel Serrano Vallejo, los muertos de Tlatlaya o los 43 “desaparecidos” en Iguala, Guerrero, en los cuales no hay duda razonable de que se hallan inmiscuidos poderosos políticos y miembros de la élite del dinero, gritan urbi et orbi la corrupción de nuestra política y de algunos de nuestros políticos; el precario crecimiento de la economía, no mayor al 2% en promedio en la última década, y la gran desigualdad social que priva entre nosotros, hablan elocuentemente de un desarrollo frenado y de cero movilidad social, como no sea hacia abajo; y el enseñoramiento del crimen organizado en todo el país, junto con la violencia bestial que lo acompaña, nos arrojan a la cara la evidencia de que la pobreza y la desigualdad extrema están en la base de esta espantable descomposición social, incluidos los “conflictos violentos”. ¿Qué hacer ante esto? La OXFAM afirma: “Sólo es posible mejorar la vida de la mayor parte de la población mundial si hacemos frente a la extrema concentración de riqueza y poder en manos de las élites”. Para revertir la desigualdad, afirma más adelante, “son necesarias medidas urgentes que equilibren la situación, a través de la aplicación de políticas que redistribuyan el dinero y el poder de manos de las élites a las de la mayoría de la población” (los subrayados son de ACM).
Con el respeto debido al inteligente informe 2014 de OXFAM, puedo decir que esto es, cabalmente, lo que ha venido planteando, demostrando y exigiendo el Movimiento Antorchista Nacional, de palabra (hablada y escrita) y en los hechos que constituyen su accionar cotidiano, desde hace 40 años, sin que hasta la fecha nadie nos haya tomado en serio. Juzgo conveniente, aquí, ampliar un poco nuestro punto de vista. Un repaso somero de la historia reciente de México y del mundo demuestra que, en perspectiva histórica precisamente, se comprueba que lo primero que nace es el monopolio del poder; esto ocurre siempre a partir de una revolución social, más o menos violenta según el caso, mediante la cual la clase, dominante pero caduca, es sustituida por una clase emergente, joven y vigorosa, que comporta las ideas, las teorías y las políticas nuevas que el impulso hacia delante de la sociedad exige en un momento dado. “El poder nace del fusil”, resumió alguna vez Mao Zedong. A partir de ahí, el poder organizado en gobierno se dedica a aplicar las medidas necesarias para proteger, favorecer e incrementar los intereses económicos de la nueva clase dominante. Crecen estos, la riqueza de las élites se torna cada día mayor gracias al apoyo decidido del poder público y, por tanto, crece paralelamente su necesidad de controlar, de modo absoluto, el aparato de gobierno. Así, el monopolio del poder, “el secuestro de la democracia” como dice OXFAM, es hijo legítimo de la concentración de la riqueza; es la condición indispensable para la subsistencia y desarrollo de este fenómeno de concentración.
De aquí se sigue que las élites económicas, aunque conozcan el riesgo y entiendan la necesidad de distribuir mejor la riqueza y el poder, jamás lo harán por su propia iniciativa y voluntad; hace falta que una fuerza igualmente poderosa las presione y obligue a dar ese paso; y esa fuerza, piensa el Movimiento Antorchista Nacional, no es otra que el pueblo pobre organizado, politizado y guiado por un liderazgo maduro, responsable y capaz de guiarlo a la consecución de los dos grandes objetivos que señala OXFAM: el mejor reparto de la riqueza y del poder entre “la mayoría de la población”. Y no hay por qué esconder que se trata de una “lucha social”, de una guerra por el poder y la riqueza, en la cual lo más que se puede pedir, razonablemente, es que se libre con medios pacíficos, civiles y legales, esto es, haciendo uso y exigiendo la puesta en práctica de todo aquello que, en las leyes establecidas dicten en favor de ambos repartos. Es justamente de aquí de donde nace la necesidad de un liderazgo maduro y capacitado para las masas; pero más aún para el gobierno y las élites que lo sostienen y controlan. Es su obligación conocer, entender y aplicar la fórmula acuñada por los grandes liberales del Siglo XIX: sacrificar algo para no perderlo todo. Estamos a la puerta de las elecciones de medio período presidencial justo cuando el país se muestra convulsionado y en desasosiego. Un mal reparto ahora del poder político, la reincidencia ciega en la viejas y desprestigiadas prácticas de imponer a parientes, amigos e incondicionales, confiándolo todo al dinero y a la corrupción y desoyendo, en un desplante de soberbia y arrogancia, las aspiraciones legítimas de quienes demandan una parte, proporcional a su fuerza, de los cargos que se disputarán en las urnas, no hará sino ahondar el descontento y los conflictos que ya vive el país. Lo contrario, una distribución justa y racional de tales cargos, puede ser un lenitivo para las heridas sociales. Las élites del poder y del dinero tienen la palabra.