
El drama de los desaparecidos
En sociedades masivas, las campañas electorales tienen una función clave: dan a conocer al electorado las propuestas, perfiles e ideologías de aquellas personas que buscan representar sus intereses en el ejercicio del poder público. Por eso es que, año con año, se destinan millones de pesos para financiarlas. En la teoría suena perfecto, sin embargo, durante este proceso electoral, nos hemos encontrado con ejemplos ridículos de hasta qué punto la política y los políticos se han banalizado, han caído en una frivolidad que, en un primer momento, mueve a la risa, pero que resulta preocupante por lo que dice sobre en lo que se ha convertido el ámbito de lo público, y de nuestra permisividad como sociedad.
¿Qué es lo que ha pasado para que candidatos a diputados federales, es decir, las personas que quieren convencernos de que son las idóneas para diseñar las leyes que nos rigen a todos, decidan, por ejemplo, que la mejor forma para ganar votos es plagiar una canción de Mr. Black y llamar a la población a aprender el baile del “Serrucho”? ¿Por qué un candidato creerá que es más competitivo por ponerse unas botas con punta de un metro para bailar tribal en su spot?
Siguiendo una idea expuesta por Mario Vargas Llosa en el ensayo “La civilización del espectáculo”, en las sociedades posmodernas ha existido una inversión en la escala de valores, donde el entretenimiento y el hedonismo ocupan la cúspide de la pirámide, en donde la sensación fácil es preferida sobre la reflexión, en el que la imagen ocupa el sitio de las ideas, que genera un proceso de frivolización de la cultura, (en donde se pretende denominar como cultura tanto a un concierto de Justin Bieber como a una sinfonía de Beethoven, o el ilustrativo ejemplo proveniente de las artes plásticas, donde se llegó al absurdo de considerar como obra de arte, y vender en 124 mil euros, un tarro con excremento del “artista” Piero Manzoni), el sexo, la religión y el ámbito público.
En el terreno político, esta frivolidad se manifiesta abiertamente en la “comunicación política”, que cada vez es más parecida a la publicidad moderna. Tratan de vender a los candidatos, convertidos en producto, de la misma forma en que intentarían vender una pasta dental o una marca de papel higiénico.
¿A qué clase de electores se dirigen los que creen que hacer campaña política es grabar un video musical? ¿O componer una melodía pegajosa? Qué nos dice eso sobre el perfil de los candidatos, sobre sus propuestas y programas. Absolutamente nada. Estos candidatos posmodernos no buscan argumentar ni convencer, sino despertar simpatía. Apelan a la sensación, no al intelecto. Ya no tienen ideólogos, sino publicistas.
Por otro lado, los únicos spots que he visto que salen de ese esquema, han sido censurados por el INE, porque lamentablemente, el modelo de comunicación política establecido en la legislación electoral fomenta esa clase de campañas insípidas al prohibir las campañas de contraste, es decir, la publicidad negativa.
Que las campañas deben ser sólo propositivas, sin ataques entre partidos o candidatos es una idea, además de mojigata, que va en contra del interés público. En las votaciones no se elige qué decisiones se van a tomar, sino quiénes van a tomar, en nuestro nombre, esas decisiones. Por eso, las discusiones sobre los candidatos de elección popular y los partidos que los postulan, sus errores, trayectorias y alianzas políticas, son cuestiones de primordial importancia que deben ser conocidos por los ciudadanos. Y los candidatos opositores son los que tienen los mayores incentivos para darlo a conocer.
Pero regresando a la idea principal, otra de las manifestaciones de la banalización de la política es la proliferación de candidaturas de “famosos”. A Cuauhtémoc Blanco no le tengo más que admiración como futbolista, campo en el que indudablemente fue un virtuoso, sin embargo, que compita por la Presidencia Municipal de Cuernavaca cuando nunca ha pronunciado más de tres ideas coherentes seguidas, es una muestra clara de que los partidos buscan forma y no fondo. Posicionamiento mediático, aunque haya que importarlo de las telenovelas, la lucha libre o el cabaret. No quiero decir que un futbolista o una actriz no puedan aportar en el terreno de las ideas, lo que critico es que eso sea considerado irrelevante.
Los partidos actúan como lo hacen porque creen que los hará más competitivos. Me parece que nos subestiman. Por eso, tenemos el deber de rechazar la banalización de lo público.
En este sentido, durante las últimas semanas he leído a algunos líderes de opinión que convocan a manifestar la inconformidad con el status quo a través del voto nulo. Estoy convencido de que esa opción es meramente simbólica, es decir, sin efecto práctico alguno. Lo que debemos hacer es utilizar nuestro principal instrumento democrático, el voto, para castigar a aquellos que creen que con una pose, photoshop y un jingle, es suficiente. Los políticos son actores racionales que buscan llegar al poder, por lo que debemos generar los incentivos para que cambien. Para que nos traten como ciudadanos, no como consumidores.