Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
Al igual que miles de personas, hace algunos meses mi esposa y yo tomamos la difícil decisión de abandonar nuestro estado y ciudad de residencia en busca de un entorno más seguro para nuestros hijos. Dejar atrás familiares y amigos, cambiar nuestro entorno social y el escolar de nuestros niños, así como buscar alternativas de trabajo en un nuevo lugar no es fácil. No obstante, conscientes de los inconvenientes que con certeza habríamos de encontrar, el factor determinante para mudarnos fue la búsqueda de un entorno en donde pudiéramos vivir en paz. Por fortuna no alcanzamos a ser secuestrados, extorsionados, o víctimas de delito alguno, pero las estadísticas y eventos a nuestro alrededor fueron ominosa señal de que solo bastaba tiempo para que llegara nuestro turno. Esa percepción nos llevó a vivir con miedo. Al principio parecía suficiente evitar pasar por zonas “riesgosas” durante la noche. Estas áreas de la ciudad comprendían colonias con escaza vigilancia en la periferia en las que frecuentemente se registraban asaltos y robos. Posteriormente dichas zonas de peligro se extendieron a lugares con tiendas y restaurantes que tradicionalmente eran consideradas seguras debido al alto tráfico vehicular y a su naturaleza comercial. Esta nueva realidad ameritó un incremento en nuestras precauciones. Limitamos nuestras salidas por las noches a bares y restaurantes en la medida de lo posible. Pero la delincuencia siguió creciendo, tanto en cobertura como en horario. Fue tal el grado de descomposición, que cuando tomamos la decisión de irnos, el robo de vehículos, asaltos, secuestros y extorsiones se presentaban a toda hora y en cualquier lugar. Dejó de haber precauciones suficientes que pudieran garantizar nuestra seguridad, y en ese momento decidimos que esa no era la calidad de vida que deseábamos para nuestros hijos. Así que en febrero de este año, y aprovechando que aún no habíamos inscrito a nuestros niños para el siguiente ciclo escolar, comenzamos a buscar un nuevo lugar para vivir. Por su ubicación geográfica, disponibilidad de servicios, extensa oferta educativa y sobre todo por la excelente reputación en cuanto a seguridad se refiere, la ciudad de Querétaro fue nuestra indiscutible elección.
Recientemente escuché al gobernador Calzada en una celebración de fin de año congratularse entre otras cosas, por la gran seguridad que goza la entidad que gobierna. En los pocos meses que he radicado aquí, puedo decir con gusto que comparto su percepción. Sin embargo, sería un grave error considerar que la tranquilidad que gozamos quienes tenemos el privilegio de vivir en Querétaro es invulnerable. A muchos gobernantes les molesta cuando los medios de comunicación dan a conocer sucesos que revelan la presencia de la delincuencia. Para evitar hablar de delincuencia organizada las autoridades recurren al término de “eventos aislados”. Para evitar alarmar a la población, en ocasiones se intenta descalificar a los medios diciendo que éstos “magnifican” los sucesos. Tal vez para los gobernantes sería fabuloso tener un reporte de todos los actos ilícitos cometidos en su jurisdicción sin hacerlo público. Quizás en su entender, esto evitaría afectar la imagen de su gobierno pero les daría la oportunidad de atender la problemática de inseguridad. Pero la realidad nos confirma que los políticos actúan con mayor determinación cuando el prestigio de su administración se ve afectada e invariablemente esto sucede cuando los actos delincuenciales se difunden a través de los medios de comunicación.
Según he podido constatar, la expansión de las actividades delincuenciales siempre sigue el mismo patrón: Empieza en municipios alejados de la capital, posteriormente continúa con “hechos aislados” en la periferia, luego asaltan al compadre del amigo del vecino, después al primo, hasta que finalmente llega nuestro turno. Creo que este proceso de descomposición puede ser frenado por el gobierno en coordinación con la sociedad civil organizada mediante una política de tolerancia cero y muestras de indignación pública ante la actividad delincuencial. Y es importante hacer énfasis en la participación insustituible de la sociedad en la defensa del respeto al estado de derecho, ya que como lo he mencionado anteriormente, sin su exigencia las autoridades no actúan con la misma determinación. Por desgracia, ante el proceso de descomposición que expongo, la mayoría seguimos el siguiente proceso: 1) Percepción de Inmunidad: Nos enteramos de los hechos delictivos, los lamentamos, pero por razones carentes de lógica logramos convencernos de que en lo personal estamos seguros. Esta actitud quizás tenga su origen en una reacción psicológica que con tal de mantener nuestra tranquilidad mental nos obliga a negar que nuestra integridad física puede estar en peligro. Preferimos pensar que el gobierno podrá resolver los problemas sin nuestra intervención. 2) Indiferencia y apatía: A pesar del incremento que gradualmente se presenta en las incidencias delictivas, no dedicamos tiempo para actuar de forma organizada como sociedad. ¿Por qué tomarse la molestia de reclamar al gobierno cuando en lo personal no me he visto afectado? 3) Tomar precauciones: Cuando la amenaza ya es inminente comenzamos a tomar medidas para proteger a nuestras familias alterando nuestros hábitos y sacrificando nuestro estilo de vida para tratar de vivir con mayor seguridad. 4) Pérdida de la capacidad de asombro: Esta etapa es crítica. De manera cotidiana se cometen delitos en contra de personas dentro de nuestros círculos sociales más cercanos y éstos no ameritan más que un efímero comentario en nuestras reuniones. Los medios de comunicación informan frecuentemente sobre actos criminales que no generan ya reacción alguna en la población, se perciben como parte de una lamentable y desafortunada normalidad que debemos asimilar. A estas alturas el círculo vicioso que muestra a la delincuencia que puede actuar con impunidad se encuentra en pleno apogeo. A pesar de la descomposición que prevalece en este escenario, la mayoría de la población aún se mantiene al margen de los esfuerzos de las pocas organizaciones sociales que surgen para hacer algo al respecto. 5) Sálvese quien pueda: En esta etapa al gobierno ya le es imposible restablecer el estado de derecho y a pesar de las constantes manifestaciones y exigencias por parte de la población, su capacidad de respuesta ha sido totalmente rebasada. Es entonces cuando el éxodo de la población inicia, frecuentemente causando graves daños a las familias que además de tener que superar la traumática experiencia de haber sido víctimas de un secuestro o extorsión, deben encontrar como continuar con sus vidas en entornos que en muchas ocasiones les son totalmente ajenos.
Querétaro no está exento de sufrir una descomposición social como la que he descrito. La delincuencia siempre se encuentra ávida de explotar nuevos territorios, máxime si estos se encuentran “vírgenes”. En Quadratín Querétaro se han hecho públicas señales inequívocas de la presencia de la delincuencia en la entidad. En San Juan del Río se han reportado frecuentes incidencias de tráfico de drogas e incluso colusión de la policía municipal. Hace apenas unos días el presidente de una asociación de protección a migrantes denunciaba la creciente inseguridad que enfrentan estos grupos vulnerables y daban como prueba el reciente asesinato de un migrante en la comunidad de Vivorillas en el municipio de El Marqués. El 2 de diciembre Quadratín Querétaro informó sobre un violento asalto a una construcción en la colonia Centro Sur de la capital en donde un grupo de 10 personas armadas robaron más de un millón y medio en equipo. Y recientemente se presentó el incidente en el restaurante Angus, en donde un individuo detonó un arma de fuego para después darse a la fuga. ¿Son estos hechos aislados? Desde mi punto de vista, el tráfico de drogas, colusión con policías, portación de armas exclusivas de uso del ejército, extorsión o secuestro de migrantes y asaltos perpetrados por comandos armados son actividades características de grupos de la delincuencia organizada. Pero aún si estos ilícitos fuesen responsabilidad de delincuentes “independientes” ¿Serían estos sucesos menos graves?, ¿Si el incremento de robo a casas habitación de la colonia Milenio en la capital es producto de una horda de delincuentes sin mando deberíamos sentirnos menos inseguros? Sin el afán de magnificar los incidentes que cito y con la legítima preocupación que me ocasiona el pensar verme obligado a cambiar nuevamente de residencia pregunto: ¿Experimenta Querétaro señales de una inminente descomposición social? Creo firmemente que esto depende de nuestra determinación como sociedad organizada de trabajar coordinadamente con las autoridades para evitar que nos arrebaten la maravillosa forma de vida que hoy gozamos, y que cada vez es más difícil encontrar en nuestro país. Bajo advertencia no hay engaño, aún estamos a tiempo.