Ruperto Vázquez Ovando/Opinión en línea
Buscando un documento entre archivos viejos, me encontré con un manuscrito de mi puño y letra, olvidado en el fondo de un cajón; después de leerlo me pareció digno de ser pasado a letras de molde y darlo a conocer. El papel dice:
“Si es verdad lo que dijo Pascal, los gemelos estamos condenados a hacer reír y, por lo tanto, nos cuesta trabajo asumir cargos graves, solemnes o dramáticos. Pascal, según cita de Henry Bergson, dijo: “Dos caras, ninguna de las cuales hace reír por sí sola, juntas mueven a risa por su parecido”.
Quizá por eso fueron afortunados golpes de intuición, las novelas de Alejandro Dumas: “El hombre de la máscara de hierro” y la de Braun Stoker, “El conde Drácula”. En la primera el autor impide cualquiera comicidad, deformando el rostro de uno de los personajes gemelos, imponiéndole la más dura y férrea manera de romper con el parecido físico. En la otra el novelista elimina toda posibilidad de duplicar la grave imagen del vampiro, negándole la facultad de reflejarse en los espejos.
La unidad o unicidad, quizá por asociación teológica evoca a la perfección, a la entereza, a la certeza, en cambio la duplicidad mueve a risa porque sugiere la imitación, la caricaturización, el remedo.
La repetición es una de las técnicas más fáciles para provocar la risa; según Bergson porque mecaniza y rigidiza la conducta humana que siempre se espera flexible y espontánea. Repetir el mismo clisé equivale a un procedimiento industrial. Ver dos gemelos idénticos de pronto es cómico porque asociamos su hechura con un mismo molde. Si los vemos sucesivamente, nos sobresalta la idea de ver aparecer un tercero y tal vez un cuarto, quinto… ad infinitum y, eso da risa.
Los héroes son únicos; sólo nos bastaría imaginarlos duplicados para hacerlos caer de su pedestal. Dos Migueles Hidalgo, dos Cristos, nos hubieran hecho reír pero nunca exaltar las pasiones patrióticas y religiosas”. Quizá por esa razón también, la Iglesia cuidó mucho de esconder la antiquísima versión de que el aposto Judas Tomás, alias Dídimo, y Jesús de Nazaret eran mellizos””. Hasta aquí el texto del viejo escrito.
Plauto, Shakespeare, Villaurrutia, se valieron de la figura de los gemelos para hacer comedias y tragicomedias llenas de humor a partir de las equivocaciones a que conduce el parecido; pero me parece curioso que siendo un recurso tan fácil, no haya sido más explotado por novelistas, cuentistas y otros humoristas. En nuestro caso, han surgido en la vida real muchas humoradas que entre mi hermano y yo hemos convertido en anécdotas, pero chistes de cuates, apenas si conozco uno y eso, a pesar de que alguna vez nos dedicamos a recopilar y contar en sesiones públicas chistes de toda laya. El único que recuerdo es el de aquellos padres de gemelos de los cuales, uno era mudo y el otro era normal. Desesperados ya de la ineficacia de la medicina, deciden llevarlo a la Basílica de Guadalupe a pedir el milagro de hacer hablar al cuate, pero como no tienen mucho dinero,
Convienen en que sea la madre quien lleve al enfermo ante la Patrona de América, el padre se queda con el otro. Al salir de la terminal de autobuses, un taxista atropella al chamaco, este se cae al suelo y desde ahí le grita al conductor: “Chinga tu madreee”. La señora de inmediato toma el teléfono celular y le envía a su marido el siguiente mensaje: “Milagro, cuate habló. “Chinga tu madre”. El padre recibe el mensaje unos segundos después y le contesta enfadado: “Pendeja. T llevaste al bueno. Chinga la tuya”.