Ruperto Vázquez Ovando/Opinión en línea
La fidelidad desleal
Dice el mandatario que todavía no son horas de levantarse. Que madrugar no acelera los relojes ni apresura la salida del sol. Mientras eso expresa, propios y extraños adelantan sus cronómetros para anticiparse a la madrugada. Justo cuando el que según la Constitución manda en Veracruz ordenaba no apresurarse a conquistar la mañana, dos senadores no se estacionan ni en las casetas de cobro, dos secretarios no saben respetar ni sus propias aspiraciones, y un nuevo vocero se baja de la cabalgadura, presto a subirse en el momento que se propicie oportuno. Porque la oportunidad pretende ser propiciada, buscada, favorecida. Ahora no caerá del cielo. Ni vetos, ni caprichos ni unciones anticipadas. Es una emboscada. Buscarán mostrar al joven que la visible delantera de su tío es una ofensa que lo convierte
en enemigo, y al tío lo hostigarán enviando caravanas de sumisos a hacer genuflexiones frente al sobrino que no es tal. Mientras tanto, agazapados, todos en Palacio madrugan y amanecen más tempano. Eso es querer silbar y comer pinole.
Según lo que se ve, queda claro lo que debería ser una obviedad: el que busque la titularidad del poder ejecutivo debe tener conciencia plena de los verdaderos propósitos de ese objetivo, y vislumbrar con claridad para que sirve ser electo en ese cargo. Para ser Gobernador, el que lo desee debe tener ese ánimo, poseer esa determinación, manifestar con lucidez las intenciones de su aspiración, sin prolongar su subordinación con el pasado, ni supeditar sus deseos a las apetencias transexenales de otro. El que mandaba ayer no quiere dejar de mandar, y el que manda hoy debería dejar de obedecer.
Y en el entretanto, nadie sabe, nadie supo, nadie sabrá. De la plenitud del pinche poder a la escasez del pinche recurso. De la fidelidad como devoción y el verbo como prestidigitador, a la humillación como requisito, la exclusión como propuesta, la opulencia como proyecto, el futuro rechazo como consecuencia. Este gobierno tiene más pretéritos que futuros.
Y seguirá el incompleto recuento de los daños. Nunca las convicciones se habían cotizado tan a la baja. Pocas veces se ha visto a tantos hacer tan poco por ellos mismos. El santo niño de la Cuenca multiplicó los panes, los pris y los perredés, títeres pintados de rojo con siglas color pastel. La oposición aceptó el papel de mameluco, titiribaco, tilingo lingo. Y luego, Mambrú se fue a la guerra, y no los quiso llevar. Hoy, el odio, el resentimiento, la tirria misteriosa, enfermiza y transexenal, ha llevado a los estrategas de Palacio a apadrinar en Veracruz al candidato panista que buscaba la dirigencia nacional de su partido en contra del aspirante convocado desde Los Pinos. No, si brillantes, brillantes… en Sudáfrica. Después del Domingo, alguien en Casa Veracruz tiene otro Yunes entre sus preocupaciones.
Tres sexenios de lo mismo y con los mismos no son racionales ni necesarios para Veracruz, ni para los veracruzanos. La amistad no puede atropellar el futuro de tantas generaciones. El candidato que recibe apoyos y halagos de Palacio debería revisar la conveniencia de andar por Veracruz ofreciendo a los ciudadanos un cacahuate envenenado.
El futuro mandatario veracruzano no puede de nuevo ser ungido, proclamado, ni aprisionado en la responsabilidad. Debe ser electo. Elegido por las mayorías, no escogido por una sola voluntad. Porque los votantes parecen estar cansados. No quieren compasión, no necesitan más limosnas, no aceptan más promesas, no consienten más indiferencia, no merecen más mentiras. Porque para resolver los problemas, sería conveniente primero conocerlos.
Si gobernar es caminar sobre arenas movedizas, este fin de sexenio anuncia que para encarar futuros hundimientos, frente a la Plaza Lerdo han decidido dar al infortunio la calidad de permanente. Un gobierno humano y caritativo, que ante la ineludible necesidad de encabezar un gobierno sin recursos, ideas ni compromisos, va dando sin interrupciones a los ciudadanos el abono de perjuicios y quebrantos. Y así, daño tras daño, se acaba el sexenio