Carlos Ramírez/Indicador político
Iguales y disparejos
Somos iguales para la ley, iguales ante Dios, el que sea, iguales frente a la urna, iguales a la hora de la muerte. Cada voto vale uno, y cada uno emite un voto. Tenemos los mismos derechos y similares obligaciones jurídicas. El derecho a la educación es universal. No hay Dios que discrimine o separe a sus feligreses por ser, pensar y sentir algo distinto, a menos que sea su propia fe. Nadie sale vivo de su tumba. Esas condiciones nos igualan, nos empatan, nos regalan el espejismo de estar entroncados entre las mismas venturas y desdichas. Pero la igualdad es dispareja. El acceso a la ley se mide por nuestra capacidad de costear defensores y subsidiar ministerios públicos. El universo de la educación pública es un espacio reducido por la simulación y la resistencia. La libertad de votar depende de las necesidades de comida, vivienda, empleo y subsistencia, bienes de mercado que se cotizan a la alza en jornadas electorales competidas. Dios perdona con mayor celeridad los pecados cometidos por dadivosos y piadosos dadores de limosna, que por simples peatones de la fe. Para el jodido, la hora de la muerte depende de que su doctor sea además un buen samaritano. Para el pudiente, la parca acepta aplazamientos en clínicas de 5 estrellas. Los jodidos acaparan los derechos postergados de las mayorías, útiles a la hora de los votos. La miseria convierte su voluntad en mercancía. Somos individuos homogéneos en sociedades cada vez mas enfrentadas, habitantes de un mismo país con cada vidas cada vez más separadas.
La distribución de la riqueza es para unos el racionamiento de bienes y derechos, para otros el acaparamiento de poder y propiedades. El ingreso per cápita corta la cabeza a los de abajo, otorgándoles el derecho a la imposibilidad de buscar una vida digna. El segmento de población que acumula la riqueza se reduce, se resguarda, se protege, se refugia. Elige de antemano candidatos que en la próxima elección los ciudadanos haremos gobernantes. Somos súbditos inconscientes de nuestra condición de vasallos. Siervos que se sueñan ciudadanos.
Los herederos de la opulencia no requieren mayor capacidad que halagar a sus antecesores. Los beneficiarios de la miseria no pueden hacer otra cosa que asimilarse a una vida de privaciones y silencios. Un agricultor tiene 5 hectáreas. Quiere mejorar la calidad de su fruta. Requiere riego y un tractor. No tiene acceso a créditos, no recibe ni a tiempo ni completos los apoyos oficiales, no supera la barrera de los intermediarios, no tiene un producto con la calidad que le permitiría pelear mejores precios. Otro agricultor posee 300 hectáreas, heredadas, faltaba más, sembradas del mismo producto. Es amigo del Secretario de Agricultura, conocido del señor gobernador, pariente de un señor que era diputado, recomendado de un cuate que es alcalde, por supuesto en un estado que no es Veracruz. Recibe apoyos y subsidios generosos, le instalan el riego, le perforan pozos, le dan 2 tractores. Paga literalmente con la misma moneda el diezmo correspondiente. No necesita apoyo. Lo exige, sólo por su condición de terrateniente. Son dos agricultores. Dos tipos iguales. Dedicados a lo mismo. Pero diferentes.
Un votante se encierra detrás de la mampara. Ha recibido 500 pesos por votar por el candidato de un partido que no es pero podría ser el suyo. Cruza la boleta. Ha decidido ungir al responsable de su perjuicio permanente, en aras de un beneficio tan efímero como insultante. No se siente culpable. Se siente aliviado. Las promesas de láminas y despensas le ayudan a creer que su miseria desaparecerá, así sea por 15 días. El señor de la colonia con guardia particular se asoma a la boleta. Ve en ella al candidato del que ha recibido favores, prebendas, generosas y oportunas confidencias. “Es un pinche corrupto”, piensa, y marca el recuadro del más fuerte opositor, que le ha prometido sumarlo a la nómina. Nunca sobra lo que está de más. Cada quien con su cada cual. Se siente libre, ciudadano virtuoso, veracruzano ejemplar, martinense recto… A chingá, no, que no era aquí. Perdón.
La economía puede crecer, la competencia puede incrementarse, la tecnología puede desarrollarse. Lo imposible es el acceso igualitario a los beneficios del crecimiento económico, la competencia comercial y el desarrollo tecnológico. Eso depende de las relaciones, los privilegios, el nombre, la posición social. El de abajo es siempre tabique, cimiento y escalón. El de arriba es evasor, cómplice, encubridor, verdugo y culpable. Crítico público del gobierno, beneficiario privado de sus prácticas.
Los privilegios indebidos desbaratan méritos y abaratan capacidades. Premian la especulación, la trampa, la mentira. Los políticos que ansíen el porvenir deberán encontrar fórmulas patentes y realistas que lleguen mucho más allá del discurso amable y ampuloso. Estarán obligados a legitimar su poder y su mandato de cara a los beneficios tangibles y permanentes que sepan hacer llegar a los ciudadanos. Serán medidos por lo que den y por lo que obtengan, y por la forma en la que lo proporcionen y lo consigan. Nadie debe ser nada por decisión superior, sino todo por voluntad popular.
Del poder sólo reciben riqueza y privilegios, dejando a sus gobernados miseria y resignación. Carne de elección, eso son los ciudadanos para cada gobernante. Votos al mayoreo, voluntades al menudeo. No hay razonamiento que justifique una forma tan mezquina e injusta de ejercer el poder, de ocupar cargos de mando lo mismo en empresas que palacios.
La desigualdad, la inequidad, la impunidad, son el germen de la discordia, la semilla del encono, la excusa de la censura, la causa de todo enfrentamiento. La incongruencia de todo discurso fraterno, la mutilación de todo ánimo conciliador. Hay un malestar creciente que hoy no pasa de las mentadas de madre, burlas, risas que encubren indignación. Vivimos entre la desatención pública y la indiferencia política, situación que paradójicamente beneficia a los testaferros de la autoridad. Ellos tienen una tarea, una obligación que no van a cumplir mientras en la calle, en los muros, en las urnas, no haya más que estridencias y malquerencias. Eso no construye gobiernos ni representa alternativas.
Si estamos cansados, volvamos a empezar.