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ESPAÑA, Es., 22 de febrero de 2014.- En el sur de Veracruz el periodismo se ha convertido en un ejercicio heroico
Como en diversas regiones del país, en el sur de Veracruz el periodismo se ha convertido en un ejercicio heroico. Los periodistas hacen su trabajo en las condiciones más adversas, bajo la presión de las bandas del crimen organizado, los caciques políticos y aun de oficiales de la policía. Hasta mayo de 2013, en Coatzacoalcos operaba la Policía Intermunicipal: eran esos mismos elementos de la policía quienes llamaban a los reporteros para que le dieran cobertura a las “narcomantas”. O los que les alertaban cuando no podían reportar determinados hechos porque pisarían los terrenos de “aquéllos” (aquéllos es el eufemismo para referirse a Los Zetas).
Desde el segundo semestre de 2013, la seguridad pública en el municipio de Coatzacoalcos se encomendó a una corporación llamada “Mando Único”. Sus integrantes, encapuchados, rutinariamente toman fotografías a los reporteros, les ordenan que proporcionen sus nombres y, en ocasiones, los someten por la fuerza.
Algunos periodistas han sido secuestrados y amedrentados por las guardias blancas de los caciques, aunque, a diferencia de Gregorio Jiménez, regresaron para contarlo. Para colmo, el gobierno estatal, encabezado por Javier Duarte de Ochoa, premia a los medios que lo adulan a través de los convenios de publicidad oficial, y castiga a los periódicos independientes con la asfixia financiera.
El asesinato de Gregorio Jiménez destapó también el poco aprecio al oficio periodístico en México. Al igual que otros de sus compañeros, Gregorio no tenía un sueldo en ninguno de los tres periódicos en los que colaboraba; ganaba veinte pesos (un euro y diez céntimos) por cada nota publicada (en algunas ocasiones llegó a cobrar hasta cuarenta y cincuenta pesos). Algunos de sus colegas ni siquiera devengan salarios; sólo reciben viáticos de setecientos pesos quincenales (cuarenta euros) para sus autobuses. Y los que sí reciben una remuneración, cada quincena, firman de recibida su liquidación: así, a los diarios que los emplean ni siquiera les cuesta un centavo echarlos a la calle si resultan incómodos.
Gregorio Jiménez de la Cruz completaba sus ingresos con fotografías de fiestas, mítines, reuniones familiares, bodas y graduaciones. Ése había sido su oficio desde hacía veinte años y hace apenas un lustro había abrazado el periodismo. Se había vuelto reportero de la sección policiaca (sucesos) de Notisur, El liberal del sur y La red. Era el corresponsal para esos tres periódicos en la localidad de Villa de Allende, de unos 20 mil habitantes, situada a unos cuarenta minutos en coche de Coatzacoalcos, su cabecera municipal.
Con Gregorio Jiménez suman diez periodistas muertos en Veracruz durante la administración de Javier Duarte, que se inició en diciembre de 2010.
En Coatzacoalcos, los periodistas de la fuente policiaca habían hecho el acuerdo de trasladarse en grupo a las coberturas como una medida de seguridad. Se sentían espiados y hostigados. Goyo, sin embargo, no podía beneficiarse de esta mínima protección de su gremio, porque reportaba solo desde Villa de Allende, su barrio obrero de unos veinte mil habitantes.