Gabriel García-Márquez/Sentudo común
¿Hubiera ganado Colosio la presidencia?
Por mucho que se diga lo contrario o se trate de minimizar el tema, lo cierto es que la campaña de Luis Donaldo Colosio no prendía y no pegaba, carecía de la chispa que le imprimen los priistas a esos jolgorios. Sus mítines eran grises, deslucidos y para colmo, opacados por las reuniones que el Comisionado para la Paz en Chiapas, Manuel Camacho Solís, sostenía con los miembros del EZLN y que ganaban las ocho columnas de los diarios nacionales.
Tan opacado estaba el nombre del abanderado tricolor, que el mismo Carlos Salinas tuvo que salir a echarle porras: «No se hagan bolas, el candidato es Luis Donaldo Colosio».
Pero nada. La figura de Colosio seguía a la baja y se reflejaba en los titulares de los diarios que lo ponían siempre o casi siempre en un segundo plano. Va un ejemplo: Camacho analiza ser candidato independiente. Colosio resiste. Salinas pierde el control.
Y efectivamente, Carlos Salinas estaba perdiendo el control de la cúpula priista.
Aunque nunca se lo dijeron en su cara al presidente, varios miembros distinguidos del partido sugerían por lo bajo cambiar al candidato por otro de más empaque, de más empuje, de más arrastre: Manuel Camacho, por ejemplo.
Éste por su parte, ardido y resentido porque no fue el elegido, no perdía la oportunidad de ganar los reflectores mediáticos y de joder a Colosio. Hasta que Salinas lo mandó llamar.
El 22 de marzo y a regañadientes, Camacho hizo pública su negativa de competir por la presidencia de la República argumentando que su tarea principal era pacificar Chiapas.
Al día siguiente en la agenda de Colosio estaba un mitin en un lugar llamado Lomas Taurinas; una de las zonas más pobres de Tijuana. Después del mitin se oyeron dos disparos, vinieron los gritos, los golpes, las carreras, el caos.
Luis Donaldo fue declarado muerto minutos después.
A veinte años de distancia la pregunta es: ¿hubiera ganado la presidencia de la República?
La respuesta no es tan sencilla como parece.
Tenía dos contrincantes de muchísimo peso político: Cuauhtémoc Cárdenas que venía de perder la anterior elección con Carlos Salinas, y que millones de electores calificaron de fraudulenta. Y el iracundo panista, Diego Fernández de Cevallos, excelente orador y polemista que ganó de calle el debate que sostuvo con el mismo Cuauhtémoc y con el candidato sustituto del PRI, Ernesto Zedillo.
Otra desventaja para Colosio era que por primera vez en la historia las elecciones serían tuteladas por la Comisión Federal Electoral (antecedente del IFE) y no por la Secretaría de Gobernación. Es decir, ya no habría riesgo de que se «cayera el sistema» como sucedió en los comicios donde ganó (¿en verdad ganó?) Carlos Salinas de Gortari.
Otro punto en contra para el sonorense fue que a raíz de la derrota sufrida por Cárdenas, buena parte de la población estaba encrespada y circulaba en el espectro el rumor de que bajo ningún concepto aceptarían otro fraude.
¿Qué tenía Colosio a su favor?
Al menos 10 millones de votos efectivos. El voto duro del PRI.
Aún cuando estén en desacuerdo con su candidato, los priistas son disciplinados y sufragan por el que les pongan. La única excepción hasta ese entonces fue en 1988 cuando cientos de miles sufragaron por Cárdenas con el famoso voto de castigo.
El otro punto a su favor y sin duda el más importante era el propio Carlos Salinas.
Salinas es hasta la fecha un obsesionado de la política y del poder. Su plan con hijo político, con el hombre que moldeo y formó hasta hacerlo candidato, era transexenal.
Nadie duda que hubiera apostado todas sus fichas; su resto, para mover cuanto hilo hubiera sido necesario con tal de que triunfara Luis Donaldo en las urnas. Pero las manos del presidente metidas en la elección hubieran desatado el descontento popular. Y quizá algo más serio.
En ese entorno, ¿hubiera ganado Colosio la presidencia de la República?
Nadie lo sabrá jamás.
Dos balas disparadas en Lomas Taurinas el 23 de marzo de 1994 nos impidieron conocer el resultado.