Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
A sus 79 años mi compadre Aceituno Cruz estaba más sano que una mula. Era un hombre dicharachero, jovial y lleno de vitalidad. Alternaba la natación con la caminata, jugaba frontón los fines de semana y después del partido se aventaba sus tragos de aguardiente aderezados con media cajetilla de cigarrillos sin filtro.
En síntesis, a Aceituno no le dolía ni una uña hasta hace unos meses, cuando cumplió 80 saludables inviernos y a su esposa se le ocurrió mandarlo al doctor.
-Ya va siendo hora de que el médico te dé una checadita-, le dijo la mujer.
-Ah chingá, y a mí por qué si me siento a todo dar-, contestó Aceituno.
-Más vale prevenir que remediar-, reviró la mujer. Y con tal de que no siguiera enchinchando mi compadre se dejó llevar.
De entrada el médico le ordenó hacerse un rosario de análisis y una semana después al ver los resultados, felicitó al paciente: «Está usted perfecto don Aceituno, pero para que siga conservándose bien le recetaré unos medicamentos que lo ayudarán a prevenir enfermedades».
Y ahí comenzó su desgracia.
En la primera tanda le empujó Atorvastatina Grageas para el colesterol, Losartán para el corazón y la hipertensión, Metformina para prevenir la diabetes, Polivitamínico, para aumentar las defensas, Norvastatina para la presión y un antidepresivo llamado Desloratadina. Como tanta medicina podía irritarle el estómago, le ordenó que tomara Omeprazol y un diurético.
A los 15 días de tratamiento mi compadre no sabía ni qué onda. Se tomaba la pastilla verde cuando debía tomarse la blanca, otras se las tomaba en ayunas cuando debía hacerlo después de cada comida; la medicina para el corazón le provocaba taquicardia y el antidepresivo lo hacía cantar y bailar hasta en los velorios.
Total que mandó todo al diablo pero su mujer, que siempre ha sido muy precavida, le daba la medicina revuelta en las comidas. El problema es que le empujaba casi todo el pastillerío de un trancazo y los efectos no se hicieron esperar. Aceituno se volvió acelerado y aprensivo, sudaba a mares y se mareaba con frecuencia por lo que regresó con el doctor.
Éste al verlo levantó la ceja en señal de preocupación: «Ah caray don Aceituno, lo noto tenso e irritable, pero no se preocupe que su mal tiene remedio» y le recetó Alprazolal y Sucedal para que pudiera dormir.
La medicina surtió efecto pero al revés. Mi compadre andaba como aletargado, como ido, y nomás no carburaba. Si antes caminaba cinco kilómetros ahora no daba diez pasos sin jadear.
Un mal día se le ocurrió beber aguardiente mientras cenaba y se cruzó bien gacho… se puso bien loco.
Fuera de sí salió corriendo a la calle y ¡sopas! Un camión guajolotero lo aventó más de diez metros por lo que se lo llevaron gravísimo al hospital donde le extirparon el páncreas, un riñón, la mitad del intestino grueso y un testículo.
Al cabo de dos semanas estaba de vuelta en su hogar y mientras convalecía se puso a leer las contraindicaciones, advertencias, precauciones y efectos colaterales que podían ocasionarle los medicamentos que estaba tomando.
Por poco le da un infarto.
Cuando interrogó al médico sobre el tema éste lo calmó: «Tranquilo don Aceituno, no crea todo lo que dicen los laboratorios» y le empujó más medicina.
Para no hacerte el cuento largo lector, del hombre jovial y lleno de vitalidad no quedó ni el recuerdo. En apenas unos meses su salud se vino abajo y era poco menos que un guiñapo. Pero seguía tomando medicinas.
Hace unos días murió y como es natural le lloramos sus amigos, sus compañeros jubilados y los miembros de su familia. Todos, a excepción de su esposa, coincidimos en señalar que si no hubiera visitado al pinche médico, Aceituno Cruz estaría entre nosotros gozando de cabal salud.
Quienes estaban inconsolables eran el farmacéutico y el mismo médico. Y es que es difícil que se vuelvan a encontrar otro paciente como mi compadre, que con lo que les dio a ganar, los sacó de pránganas y jodidos.