Jorge Robledo/Descomplicado
Remembranzas del 2 de octubre
La verdad no recuerdo qué estaba haciendo el 2 de octubre de 1968, hace ya 46 años. Úchale no, difícilmente me acuerdo de lo que estaba haciendo hace dos minutos. Pero seguramente estaba en la escuela porque ese día cayó en miércoles. Quizá mientras “Los Halcones” disparaban a mansalva contra los cientos de manifestantes que se encontraban en la Plaza de las Tres Culturas, yo miraba por la ventana de mi salón los árboles del enorme patio donde jugábamos en el recreo, valiéndome gorro lo que estuviera diciendo el maestro.
Tampoco recuerdo que los vecinos del barrio comentaran nada de la matanza, al menos ese día. Había un noticiero televisivo que se transmitía por el canal 4 pero casi nadie lo veía y quien lo vio de lo único que se enteró fue de refritos noticiosos del día anterior.
Los diarios nacionales llegaban después de cuatro de la tarde y no recuerdo que los del 3 de octubre mencionaran la matanza en sí, es decir, tal como sucedió. Se limitaron a transcribir el boletín que les pasó la Secretaría de Gobernación cuyo titular era Luis Echeverría. En ese boletín pusieron del asco a los estudiantes; los acusaron de rojillos, de comunistas, de ser jóvenes desorientados y seguidores de doctrinas exóticas, entre otras lindezas.
Como a los dos días de la tragedia nos enteramos que un chavo del barrio que estudiaba en el Politécnico estaba en la cárcel acusado, entre otras cosas, de disolución social. A esa edad ningún mocoso de la palomilla entendía qué quería decir disolución, hasta que don Carlos nos dijo que el chavo estaba en el bote por comunista.
-¿Y qué es un comunista don Carlos?
-Ah, un comunista es un sujeto que mata, que quema edificios, casas y escuelas. Que no quiere que haya libertades como la que tienen ustedes de correr y de jugar. Los comunistas quieren que todo el mundo trabaje sin cobrar un sueldo. En los países comunistas no hay cines, ni parques, ni sitios para que los niños puedan divertirse.
Imposible pensar en aquel chavo orgullo de sus padres, estudioso, callado y educado, al que veíamos sólo en vacaciones, blandir una pistola e impedir que los niños del barrio pudiéramos correr y jugar. Imposible.
Pero por increíble que parezca, en ese tiempo casi todo mundo le creyó a don Carlos, entre otras cosas, porque así se lo hicieron creer también a él.
Tiempo después, cuando el chavo salió de la cárcel y tuvimos la oportunidad de platicar con él, supimos que don Carlos nos había puesto una cotorreada del tamaño de una catedral. Y más adelante, cuando se supo la verdad, supimos que el gobierno había engañado (o pretendido engañar) a todo el país.
A 46 años de distancia, el México del 68 es diametralmente opuesto al actual, y sin duda ese cambio se debe a aquellos estudiantes. Muchos de los líderes de aquel entonces han muerto y los que quedan salen cada 2 de octubre a conmemorar aquella fecha infausta que marcó el antes y después de nuestro país.
La bronca es que con ellos se mezclan vándalos disfrazados de estudiantes que hacen destrozo y medio mientras gritan a todo pulmón ¡Dos de octubre no se olvida!