Ruperto Vázquez Ovando/Opinión en línea
¿Internarme en un anexo de AA?
Uta, ni borracho que estuviera
Cada vez que mi mujer me dice que si sigo bebiendo me va a internar en un anexo de Alcohólicos Anónimos, se me erizan los vellos del espinazo. Salvo rarísimas excepciones, que las hay, esos lugares son un monumento a la porquería y la antesala del infierno. Ahí se practica todo menos el programa que dieron a conocer el doctor Bob y su compañero Bill, fundadores del primer grupo de Alcohólicos Anónimos del mundo.
Quienes pertenecen a los llamados grupos tradicionales no pueden ver ni en pintura a los que dirigen las famosas granjas o anexos, llamados también grupos de 24 horas. “Son lugares generalmente lúgubres e insalubres, desprovistos hasta de lo más elemental. No siguen el programa de AA sino que llevan a cabo terapias de choque acompañadas de golpes y humillaciones” me dijo Mario, un alcohólico en recuperación.
“Cuando llegas a un anexo debes ir preparado para lo peor, sobre todo si eres recaído o reincidente. Te reciben con la ‘ayuda’ que consiste en vapulearte verbalmente por horas mientras aguantas de pie y sin ir ni al baño. Si eso no da resultado vienen los baños de agua helada y el ayuno a guevo porque te dejan sin comer. Y si con todo lo anterior no te compones, para eso están las madrizas. Cuando sales de ahí, sales odiando a todo mundo y lo primero que haces el volver a beber” me comentó Julio, veterano de varios anexos.
Alguna vez visité a un amigo en un lugar así y lo que se respira es algo más que desasosiego. Son sitios donde predomina el hacinamiento, la estrechez, la suciedad, la soledad. Y el miedo se siente, se huele… se palpa.
Mi amigo y yo platicamos en la sala de juntas y supe que eso no era el apando nomás porque vi un salón con paredes descarapeladas, bancas rotas, un escritorio que alguna vez conoció tiempos mejores, un taburete que hacía las veces de tribuna, las fotos de Bob y Bill y el mundialmente conocido escudo de AA.
¡Qué sitio tan deprimente!
Nadie lo duda, los grupos de AA son grupos de vida que han salvado a millones de hombres y mujeres de las garras del alcohol desde 1935, no así los anexos que convierten al alcohólico en un ser intolerante, huraño, resentido, rencoroso y propenso a recaer en la bebida.
No se sabe que nadie haya muerto por asistir a una junta de AA en un grupo tradicional. Como contraparte, no pasa un mes sin que nos enteremos de las torturas a que son sometidos quienes tienen la desgracia de caer en un anexo. Muchos viven para contarlo, otros mueren y no propiamente a causa del alcohol.
Esta vez tocó el turno a un sujeto llamado Ángel. Llegó a un anexo en Chiapas y de bienvenida le pusieron una madriza. El problema es que a los anfitriones se les pasó la mano y lo mataron. Para borrar todo vestigio del crimen quisieron incinerarlo.
Los responsables están detenidos pero eso no le devolverá la vida a Ángel ni secará las lágrimas de su esposa e hijos. Tuvo que morir una persona para que las autoridades chiapanecas “se enteraran” que en ese lugar golpeaban, humillaban… y mataban.
En Xalapa hay muchos centros de rehabilitación de alcohólicos que, insisto, se dedican a salvar vidas. Pero también hay anexos que están muy alejados del programa de recuperación.
En el caso de éstos últimos ¿está al pendiente de ellos la Comisión Estatal de Derechos Humanos? ¿Los visita regularmente? ¿Comprueba que ahí se enseñe el programa de AA? ¿Y en verdad los visita o está esperando a que haya un muerto?
Las miradas de los anexados son huidizas, sus respuestas apenas susurros monosilábicos que contrastan con la voz de mando del “padrino”