Pablo Jair Ortega/Columna sin nombre
Es que estamos bien sacados de onda
Cuando José López Portillo pasó a la inmortalidad con la frase: «Preparémonos para administrar la abundancia» el boom petrolero estaba a todo lo que daba en el país por el descubrimiento de yacimiento de Cantarell en la Sonda de Campeche, considerado el segundo más importante del mundo y cuya producción era de 850 mil barriles diarios de petróleo.
Uta, aquello fue la locura, caballero.
A principios de su sexenio aún no nos reponíamos de una de las peores devaluaciones de nuestra historia, la deuda dejada por el echeverriato no la terminarían de pagar ni nuestros nietos, el trabajo escaseaba, los despidos se hacían por racimos, la inflación estaba en su punto más alto, el kilo de tomates que un día costaba 10 pesos y ya era caro, al día siguiente amanecía a 27 pesos y seguía subiendo.
El panorama era de lo más desalentador cuando López Portillo asumió el poder. Pero nomás de repente ¡órale, que vamos para arriba! ¡Y bien arriba!
Una mañana de 1971 el pescador Rudesindo Cantarell descubrió una mancha de aceite brotando de las profundidades del mar, y ocho años después esa mancha se convirtió en el Complejo Cantarell que nos convirtió en multimillonarios en dólares a todos, menos a don Rudesindo que murió en la miseria. En un abrir y cerrar de ojos pasamos de pránganas deudores insolventes, a sujetos de crédito a quien todos les querían prestar.
Por aquellos años don Pepe nos dijo que nos preparáramos no sólo para la abundancia, sino para el México moderno y pujante que ya se veía venir. Habría más trabajo, más escuelas, más hospitales, más hoteles, más carreteras. El campo florecería y los campesinos tendrían un mejor nivel de vida, los obreros ganarían más, el salario mínimo alcanzaría para surtir la canasta básica y sobraría dinero. En fin, ya no habría necesidad de morirse porque el paraíso no estaría en el cielo sino en México.
Y un año antes de que se acabara el sexenio… mejor ni te recuerdo lo que pasó lector, porque volverás a llorar.
Quienes somos sobrevivientes de la docena trágica vemos con cierto resquemor el optimismo desbordante del presidente Peña Nieto que tras promulgar las leyes secundarias en materia energética dijo: “El éxito de las reformas exige la participación de todos, de sociedad y gobierno. En nuestras manos está hacer realidad ese nuevo México, un país que ofrecerá a todos sus habitantes, por igual, las herramientas y oportunidades necesarias para prosperar y para escribir una nueva historia de éxito”.
La actual administración ha machacado por meses que con las reformas viviremos mucho mejor, que habrá más chamba, más carreteras, más hospitales, más… más… más… Es el preparémonos para administrar la abundancia, nomás que con otras palabras.
No es mala fe ni mala voluntad. Tampoco es que seamos contreras, pero los miembros de mi generación a quienes Echeverría y López Portillo vieron la cara de pendejos, como que ya no creemos en nada y menos cuando nos aseguran que ahora sí México será casi el paraíso. En lugar de motivarnos, palabras tan alegres nos sacan de onda y nos ponen a la defensiva.
Con la pena pero así es.