Raúl López Gómez/Cosmovisión
Las balconeadas de ayer y hoy
Corría el año de gracia de 1970 cuando un grupo de mujeres exageradamente pintadas entró a la sacristía de la Catedral de Tuxpan pidiendo la ayuda de un sacerdote. Una de las chicas que trabajaba en el prostíbulo del pueblo se moría sin remedio y quería estar en paz con Dios antes de partir al viaje eterno.
Sin dilación, el padre Miguel que en esos momentos nos daba una plática sobre algo, tomó sus arreos para impartir los santos óleos y se disponía a subirse a su destartalado Valiant cuando cuatro chamacos entre los que me contaba yo, nos ofrecimos a acompañarlo. El padre vaciló unos segundos «es un lugar al que no pueden ir» dijo en voz baja. «Pues por eso precisamente, padre» dijo uno de nosotros y el noble párroco terminó accediendo.
Cuando llegamos a la «Casa de Modesta» Julio Jaramillo cantaba desde una estridente rockola «…Qué me has dado vida mía que ando triste noche y día, rondando siempre tu esquina, mirando siempre tu casa…» Entramos por un costado del caserón hasta el fondo donde se alineaban media docena de cuartuchos descarapelados, tristes y sucios. Sobre un camastro yacía una mujer joven y algo robusta pero de facciones delicadas. Dos chicas también muy pintadas la acompañaban.
El padre Miguel hizo su trabajo, le dio la absolución a la moribunda y se negó a recibir el dinero que obsequiosamente le ofrecían por sus servicios. «Nada me deben, que Dios las bendiga» dijo mientras abandonaba el sitio seguido de nosotros.
Y aquí fue donde vino el error.
En lugar de salir por donde habíamos entrado, una de las muchachas abrió una puerta de madera y nos hizo el ademán de que la siguiéramos. La música nos pegó con más estridencia, Julio Jaramillo había abandonado el escenario para dar paso a Pérez Prado que hacía las delicias de la concurrencia con «…Mambo, que rico mambo, mambo, que rico eh eh eh eh…»
Cuando la chica quiso reaccionar ya estábamos adentro; casi en el centro de la pista de baile. Por un segundo el padre abrió los ojos como platos, pero casi al instante recompuso la figura y trató de pasar entre las parejas que se contoneaban en la pista: «permiso, permiso, gracias».
Alguien cortó la música y Pérez Prado se esfumó. Todo mundo guardó silencio mientras atravesábamos el salón lleno de humo de cigarro y oloroso a alcohol y cerveza.
En un rincón se oyó un estruendo de sillas y mesas. Al voltear vimos a dos docenas de prominentes miembros del catolicismo tuxpeño con mujeres sentadas en sus piernas. También estaban los líderes del PAN, PRI y del Partido Popular Socialista, además del presidente municipal y el cabildo en pleno.
Todos sin excepción salieron huyendo como si fueran chiquillos que hubieran roto el cristal de un aparador y la verdad sea dicha, se vieron ridículos. Los parroquianos que se quedaron no sabían dónde meter la cara, las chicas tampoco. La tensión era mucha hasta que la rompió el estruendo de una carcajada.
«Caray padre, me acaba usted de correr a mis mejores gargantas» dijo Modesta, la matrona. El padre la miró sorprendido y algo comentó con la mujer que nos acompañó a la puerta de salida, le pidió la bendición al sacerdote y nos despidió amablemente.
«Ni una palabra de esto a nadie, por lo menos en veinte años. ¿Me oyeron?» ordenó el padre y nosotros cumplimos. Pero el chisme se supo ese mismo día en el pueblo. Y eso que no había videos, ni celulares como hay ahora y sirven entre otras cosas, para balconear a legisladores panistas «sesionando» con meretrices y a Miguel Ángel Yunes Linares ofreciendo millones de pesos que no son suyos.
De haber existido esos aparatos, es la hora en que las fuerzas vivas y los católicos de Tuxpan andarían aún en el ciberespacio de Youtube.