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Carlos Ramírez/Indicador político
Mi solidaridad con los familiares del compañero periodista Gregorio Jiménez de la Cruz, mis oraciones por su eterno descanso, y mi deseo de que no haya más colegas secuestrados, desaparecidos o asesinados.
Si este 14 de febrero le regalaste a tu novia una pinchurrienta rosa de diez varos y te quejas porque te mandó al carajo, más te mereces por tacaño, agarrado y pobre. Ella no tiene la culpa de que seas un burócrata asalariado. Pero si en el tallo de la rosa iba engarzado un anillo de brillantes, ¡órale!, bienvenido al mundo del consumismo.
Si estás jodidón, pero dentro de la caja de bombones que le obsequiaste te alcanzó para echarle un I pad de cinco mil varos, ya la hiciste maestro. Su corazón es tuyo.
Pero no te conduelas de su abandono si le llegaste con una serenata o le recitaste un poema de tu autoría. Esas son jaladas que estaban bien en tiempos de Pedro Infante.
Si te fuiste por el lado de los viajes y la invitaste a Sochi a ver los Olímpicos de Invierno, ¡Enhorabuena! Pero si la llevaste en pesera a comer tlacoyos a Xochimilco… uta.
Por si no lo sabías, tiene rato que se acabaron las mujeres sumisas, abnegadas, sufridas y conformistas. Aquellas que se levantaban a las tres de la mañana y sin importar que llegaras bien jarra, te ofrecían de cenar y te hacían piojito.
Si en los años sesenta del siglo anterior la píldora y la liberación femenina las despertaron de su modorra ancestral, en la actualidad las redes sociales y el consumismo del día de San Valentín hicieron el resto y ya no las contentas con cualquier cosa.
Ahora no piden, exigen. ¡Y ay de ti si no les cumples!
Más que de regalar afecto, de lo que se trata el 14 de febrero es de que te endeudes a lo bestia con tal de halagar a la amada. Aunque a veces resulta difícil.
En mi caso particular, tengo una mujer (la número 27) a la que nada le gusta o le convence. No le gustan los viajes, ni los autos, ni las joyas (aunque no les hizo el feo cuando se los obsequiaron sus anteriores maridos). Tampoco le gustan los pasteles, los chocolates, los bombones y menos los globos o los ositos de peluche.
Es una mujer muy difícil que lo tiene todo. Principalmente un carácter de los mil diablos que ha sido causa de sus divorcios. (El por qué me enredé con ella se lo estoy contando a mi psicólogo y próximamente te lo contaré a ti, lector, nomás que me divorcie).
El año anterior le mandé un hermoso arreglo de floral que me costó media quincena y una bronca fenomenal cuando llegué al sacrosanto hogar: “Claaaaro, si ya te anda porque me muera ¿verdad desgraciado? Para la próxima mándale flores pero a la más vieja de tu casa”.
A punto estuve de contestarle que la más vieja de mi casa es ella, pero como estaba hecha una fiera la condenada, mejor me quedé callado.
La víspera de este día del amor y la amistad, se encontraba de buenas por lo que aproveché para pedirle me sugiriera el regalo que quería recibir. “Quiero que me sorprendas. Regálame algo diferente, algo que me emocione, algo que dispare mi adrenalina y me haga exclamar ¡guauuuu!” me contestó.
Y así lo hice.
Le regalé dos docenas de granadas de fragmentación y un lote en el panteón, por si al quitarle el seguro a una pierde la cuenta de los segundos que van antes de aventarla.
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