Ruperto Vázquez Ovando/Opinión en línea
El día en que la Pasión de Cristo se salió de madre
El látigo del centurión romano chicoteo y partió el aire en dos antes de caer sobre la espalda de Jesús que lanzó grito desgarrador. María, bañada en llanto, imploraba porque Dios se apiadara de su hijo pero al parecer nadie la escuchaba, entre otras cosas, por los claxonazos. Y es que el camino al Monte Calvario se había convertido en eso, en un calvario. Nadie avisó al personal de Tránsito por dónde pasaría la procesión y esto provocó un embotellamiento.
«Por vida de Dios, que alguien llame por teléfono al jefe de Tránsito para que nos haga el favor de cerrar estas calles… que al menos mande a un par de agentes», clamaba el padre Daniel, párroco de la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción. «No se apure padre, lo andan buscando hasta en las cantinas «, lo tranquilizó alguien.
Casi una hora duró el embotellamiento hasta que hizo su aparición la única patrulla de Tránsito que había en el pueblo y la procesión continuó.
Cerca de un cedro centenario Judas miraba aturdido el sufrimiento de Jesús pero no soltaba la bolsa con las monedas que le dieron por vender a su maestro. Cuando vio pasar a los sacerdotes los increpó: «Este no fue el trato, ¡suéltenlo!» Pero los sacerdotes ni lo pelaron y siguieron su camino. Entonces Judas les aventó las monedas, subió al cedro, se colocó un arnés, se aventó al vacío y la multitud lanzó una exclamación de horror. «¡Dios mío, qué madrazo se acaba de acomodar!», dijo en voz alta don Juan el sastre, que iba disfrazado de Tomás.
Hasta Jesús corrió a auxiliar a quien lo había traicionado, y es que Judas cayó como costal por no colocarse bien el arnés.
Una vez recuperado del porrazo subió nuevamente al cedro, se ajustó el arnés, se volvió a aventar y ahora sí se «ahorcó».
Poco antes de llegar al Monte Calvario, el látigo del centurión volvió a romper el aire y Jesús le dijo entre dientes: «me vuelves a dar otro chingadazo igual y te parto tu madre». Pero aquel no hizo caso por lo que Jesús tiró la cruz, aventó la corona de espinas, se le fue encima al romano… y se armó la bronca.
Herodes quiso separar a los rijosos pero fue noqueado de un derechazo por el apóstol Santiago. Barrabás que era hijo de un carnicero, sacó de entre sus ropas un cuchillo filetero y correteó a Poncio Pilatos. La virgen María y María Magdalena, que se traían ganas porque la primera le bajó el novio a la segunda, aprovecharon la ocasión y se dieron con todo. El centurión quedó con la cara al sol y los brazos en cruz después de la golpiza que le propinó Jesús que no contento con eso, se le fue a latigazos a San Pedro. Todos en el barrio sabían que Pedro, que era casado, había embarazado a la hermana del nazareno pero no quiso reconocer a la criatura. De ahí la ira del Señor.
Uno de los latigazos le pegó a un anciano que miraba plácidamente la madriza y esto encolerizó a su nieto que le lanzó un sillazo Jesús, pero para su mala fortuna la silla le dio en el estómago al padre Daniel que cayó al suelo sin aire. Siete de los doce apóstoles se le fueron encima al del sillazo por lo que los parientes de aquel entraron al quite.
Sin decir agua va Dimas se abalanzó sobre Caifás. Gestas tomó un garrote -sabrá Dios de dónde-, y también se le fue encima a Caifás hasta que éste lo contuvo: «¡Alto cabrón que soy tu padre!». El ladrón vaciló unos segundos y se descontó a Dimas que desde entonces come con dentadura postiza.
En apenas un par de minutos la zacapela se generalizó entre judíos, fariseos, centuriones, sacerdotes, apóstoles, vírgenes y público en general. Y se vieron volar sillas, piedras, palos, sombrillas, zapatos y botellas de caguama.
El saldo fue de 43 heridos y 82 detenidos. Seis de los heridos tuvieron que ser hospitalizados pero vivieron para contarla.
Fue la última vez que se escenificó la Pasión de Cristo en el barrio de mi infancia, allá en Tuxpan.
De esto hace ya cuarenta años.