Carlos Ramírez/Indicador político
Desde el Café
La camisa de Peña Nieto
Bernardo Gutiérrez Parra
En su columna de este martes Ciro Gómez Leyva se pregunta quién cuida la imagen del Presidente Enrique Peña Nieto porque según él, el video de año nuevo transmitido el domingo anterior adolece de fallas garrafales de edición y desfavorece la imagen presidencial.
“La forma. Una edición con increíbles saltos al estilo de un bloguero pobre sin final cut. Un plano medio que alejaba al personaje que, aparte, portaba un saco que se le veía grande. Tomas cerradas que no calentaron la pantalla. Al fondo, unos libros empastados, como de leguleyo a punto de la jubilación. Y, sobre todo, un Presidente de ojos tristes”, dice el columnista.
A mi lo que me llamó la atención fue la camisa que a ojo de buen cubero era dos tallas más grande. El cuello de Peña Nieto nadaba en el interior de una prenda evidentemente mucho más amplia de las que usa normalmente.
Ciro habla de un presidente de ojos tristes, yo hablo de un presidente muy desmejorado. Ignoro cuántos kilos pesaba cuando llegó a Los Pinos, pero en dos años fácil ha bajado unos seis o siete. Más que tristes vi unos ojos agotados, cansados de mal dormir; ojos de muchos insomnios.
Desde que habló con los padres de los normalistas desaparecidos da la impresión de que está a fuerza en la presidencia y de que ya llegó a un límite. Las canas que ponen un toque de elegancia en las sienes de un cuarentón lo hacen ver avejentado; sus mejillas se comienzan a chupar, sus ojos están sumidos, su sonrisa ya no es espontanea y su delgadez es manifiesta.
Efectivamente, el video no ayudó en nada a levantar el ánimo de una nación que está dejando de creer en sus gobernantes y que pone cara de fastidio cuando su Presidente promete que combatirá la corrupción y la impunidad.
¿Quién carajos le hará los discursos a Enrique Peña? ¿Será el mismo sujeto que hace 44 años se los hizo a Echeverría, y a López Portillo, y a De la Madrid, y a Salinas, y a Zedillo, y a Fox, y a Calderón? ¿Cuándo será el día en que un presidente nos sorprenda con la noticia de que la corrupción bajó un 20, 40 o 50 por ciento en relación al año anterior? ¿Cuándo el día que el INEGI nos diga que de acuerdo a sus parámetros la impunidad en México está llegando a su fin?
Un dato contundente sería una noticia extraordinaria; una sobada y gastada promesa provoca desánimo infinito.
Creo que lo más decepcionante de su mensaje no fue el atolito con el dedo que nos dio con sus siete acciones “a favor de la familia”, sino su deleznable promesa de acabar con la impunidad y la corrupción.
No había necesidad de eso, Presidente, me cae que no. Fue rudeza innecesaria contra una sociedad que nada le ha hecho para que usted se ensañe con ella diciéndole una mentira; una gran mentira.