Andi Uriel Hernández Sánchez/Contrastes
De tres años a la fecha, cada que se celebra el Día Internacional de la Mujer, este columnista se dedica a hacer una sinopsis de las madrizas que sufren ellas en el mencionado día. Y te aseguro lector que queda material en el tintero porque son cientos las atacadas.
El año anterior por ejemplo, en Colima, un tipo le sorrajó la olla de frijoles a su esposa porque no la encontró en su casa. La agraviada, que resultó con conmoción cerebral, venía de la escuela de su hijo donde organizaron un festejo a las mujeres.
En Chiapas, un macho hecho en México golpeó salvajemente y en plena calle a su esposa porque otro sujeto la «miró». Ojo, no fue porque ella «mirara» a otro, sino porque aquel osó poner sus ojos en ella. Nada tarugo el «ofendido» no se fue contra el presunto mirón; desquitó su furia y cobardía en su consorte.
En Tamaulipas, tres hermanos se sonaron a la novia de uno de ellos porque la chica ya no quiso seguir con él. Esperaron a que saliera de su trabajo, la llevaron a una calle poco transitada y la tundieron con puños y pies. Uno de los agresores pretendió rociarle petróleo y prenderle un cerillo, pero los gritos de la chica los acobardaron y huyeron. La joven fue llevada a un hospital fracturada de las costillas y un brazo.
En Oaxaca un tipo mató a golpes a su esposa porque ésta le reclamó que no le diera para el gasto y todo se lo tragara en mezcal. En Veracruz pasó lo mismo, sólo que la mujer fue asesinada a machetazos por su ofendido marido que no soportó que le dijera borracho desobligado.
En Coahuila una menor de ocho años fue vendida por sus padres (alcohólicos ambos) por una caja de ron. La niña logró escapar del comprador y pidió auxilio a unos patrulleros que ni la pelaron. Tuvieron que auxiliarla unos estudiantes.
Estos seis casos fueron reales y todos sucedieron en el Día Internacional de la Mujer del 2013.
Por más que se quiera tapar el sol con un dedo, lo cierto es que en nuestro país estamos lejos darle un mejor trato a la mujer. Campañas van, campañas vienen y las mujeres siguen siendo golpeadas, sobajadas, chantajeadas, ultrajadas, violadas, ofendidas, mancilladas, insultadas, explotadas y asesinadas.
Nos espantamos cuando nos enteramos que en Afganistán lapidaron a una mujer, pero miramos hacia otro lado cuando el vecino masacra a golpes a su consorte.
Exclamamos ¡qué poca madre! cuando las cámaras muestran a una turba de pandilleros de Harlem golpeando a una anciana para quitarle su bolso, pero no levantamos ni una ceja al saber que seis mujeres oaxaqueñas tuvieron que parir en la calle porque nadie quiso atenderlas.
¿Por qué tomamos esa actitud? Porque somos muy machos y nos encanta ver la paja en el ojo ajeno. Digo, para qué nos hacemos bueyes.
Cada 8 de marzo una caterva de políticos les promete mejores condiciones de vida y castigos más severos a sus agresores, pero las estadísticas los desmienten porque a pesar de que ahora las mujeres son más preparadas y combativas, año con año aumentan las agresiones.
¿Hay remedio contra esta pandemia? Claro que lo hay. Una mejor educación en el hogar sería la base.
Es tiempo de hacer conciencia que agredir a alguien más débil, en especial a una mujer, no es un acto de hombría sino una falta de respeto que nos denigra como seres humanos.
Para ser hombre (no macho) hacen falta huevos. Y la gran mayoría de los mexicanos carecen de ellos. Decir lo contrario es hacernos pendejos a nosotros mismos.
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