Andi Uriel Hernández Sánchez/Contrastes
Ahora que me paguen el aguinaldo
Conforme se acerca el asuntito del aguinaldo se acentúa en mi estómago un dolorcito de esos muy jodones que nada tiene que ver con mi úlcera duodenal ni con algún coraje entripado. No, nada de eso. Pero conforme avanza diciembre el dolorcito se convierte en angustia por saber si efectivamente iré a cobrar la mentada prestación y si me alcanzará para pagar lo que debo.
Aunque no sé por qué carajos me hago la segunda pregunta cuando desde mucho antes del ataque a las Torres Gemelas el aguinaldo me alcanza para maldita la cosa. Pero bueno, siempre me la hago.
Para colmo, desde fines de noviembre comienzan a rondarme los acreedores igual que los buitres a un moribundo. Me los encuentro en las escaleras del edificio donde vivo, en las esquinas de mi cuadra, en la parada del camión, cerca de mi trabajo y no se diga en la cantina. Quien los mire de lejos pensará que me están saludando, pero lo que hacen es mostrarme a la distancia los legajos de facturas, letras vencidas y cuentas por pagar.
Por otra parte y también desde fines de noviembre, mi esposa comienza friegue y friegue: “Ahora que te paguen el aguinaldo a ver si apartas algo para comprarle una pantalla de plasma a tu suegra a la que tienes muy abandonada. Ah, y no se te vaya olvidar hacer un guardadito para los zapatos de tus hijos, y de paso me compras dos pares porque los que tengo parecen alpargatas. Pero los zapatos serán independientes del regalo que me des en Navidad. Y mira Bernardo, no vayas a salirme con una cajita de jabones perfumados como la que me regalaste cuando éramos novios porque te la aviento por la cabeza…”
A veces me voy a jugar dominó un par de horas y cuando regreso mi mujer sigue con la letanía del aguinaldo como si no me hubiera ido.
Nunca falta el cuñado que me aborda en la calle para el clásico sablazo: “Cuñado, ahora que te paguen el aguinaldo préstame dos mil pesos; fíjate te tengo un apuro muy grande y sólo tu me puedes sacar del atolladero” “¿Y yo por qué?” “Porque tu eres el más cuate, el más hermano, el más a toda madre de los cuñados. El único al que quiero como a un padre. Mi sangre chingá… Apenas me caiga chamba te los pago” “Uta no, lo mismo me vienes diciendo desde hace cuatro años; además ya me debes…” “Sí, si, sé que te debo y por favor no me lo recuerdes porque se me cae la cara de vergüenza. Pero échame la mano una vez más. Hoy por mi, mañana por ti”.
Cuando tenía como mi escape lúdico y mi consuelo a aquellita me iba con ella a acurrucarme en sus brazos, pero la tuve que dejar porque comenzó a pedirme más que mi esposa. El problema es que la nena no se quiso ir así nomás como así. No señor. Se buscó un buen abogado (con el que vive actualmente) y me empujó una pensión vitalicia que me provocó la úlcera duodenal que padezco. Aparte me quitó el 50% de mi aguinaldo.
Hay veces en que mis sueños de opio me llevan a pensar que el aguinaldo me lo puedo gastar en algo caro pero que creo que lo valgo: en mi. Pero eso es imposible porque apenas llega a mis manos vuela, vuela y voló.
No cabe duda que los tiempos cambian. Aunque no lo creas lector, hubo una época en que el aguinaldo era signo de alegría, regocijo y bonanza. Y hoy es signo de languidez, frustración y dolores de cabeza.