
Raúl López Gómez/Cosmovisión
Ángeles y demonios en el PRI y el PAN
Este domingo, Ricardo Anaya se proclamó dirigente nacional electo del PAN. Lo hizo de manera aplastante sobre el Senador Javier Corral con más del 80 por ciento de los votos blanquiazules en el País. Antes y después de la elección, la campaña se vio envuelta en descalificaciones mutuas: Corral atacaba a Anaya, Anaya a Corral, el resultado es, más allá de un nuevo líder, una serie de heridas que tardarán en cicatrizar, un par de corrientes enfrentadas que generaron, al final del día, fracturas a corto y mediano plazo.
Los dos partidos políticos con mayor estructura y voto duro ya tienen a sus nuevos líderes nacionales: Manlio Fabio Beltrones, junto a Carolina Monroy, por el PRI; Ricardo Anaya, en el caso del PAN. Ambos manejaron sistemas de renovación distintos, los tricolores optaron por la asamblea de delegados, que conllevó a la postre el registro de una sola fórmula, mientras que los blanquiazules desarrollaron una elección nacional entre dos candidatos.
El proceso del PRI, más allá de todo lo que se pueda criticar o alabar, cuando mucho desembocó en especulaciones sobre si sería Beltrones o Nuño, o en el golpeteo de quién podría ser el mejor líder, pero a final de cuentas, todos sabían que el Presidente Enrique Peña Nieto habría de tomar la decisión, nada de elecciones en urnas, nada de conteo de votos, nada de campañas de candidatos, no, fue asamblea de delegados con la decisión final de quien habita en Los Pinos.
A muchos puede gustarles, a otros tantos no, sin embargo, el método de selección del PRI evitó algo ante la cercanía de otro proceso electoral en el País: el desgaste entre los propios militantes. Sí, el tricolor tiene nuevo dirigente y no tuvieron que descalificarse entre ellos. Cierto es que no se pueden lograr todos los consensos, pero sí evitar heridas profundas o descalificaciones que el propio electorado atestigue.
En términos de mercadotecnia política y opinión pública, el PRI registró un proceso sucesorio que no dañó tanto la relación entre sus militantes, y mejor aún, no hizo a los mexicanos partícipes de sus rencillas políticas por la posición de privilegio en el partido.
Por su parte, en el PAN, la sucesión dejó heridas que deben buscar sanar rápido, pues la renovación de 12 gubernaturas está a la vuelta de la esquina. En sus respectivas campañas, tanto Javier Corral como Ricarda Anaya se atacaron mucho, cuestionaron sus ideales, sus filosofías, «sacaron trapitos al sol» que no era sano ventilar, se enfrascaron en una lucha dejando al descubierto vicios que el ciudadano no tendría por qué escuchar de nuevo, y menos de sus propias bocas.
El domingo, cuando Corral aceptó su derrota, lo hizo lleno de coraje y amargura, argumentando que Anaya había ganado montando un cochinero y haciendo gala de prácticas desleales que sólo usaban los priístas. Los azules emplearon el método de elección menos indicado, y más, ante el proceso electoral que se acerca.
El PAN quedó desgastado, el PRI muy poco. Habrá que ver las consecuencias en unos cuantos meses, cuando la verdadera guerra entre partidos por el control de los estados dé inicio.