
Tres escenarios de debate religioso
El mundo virtual
Leche deslactozada, café sin cafeína, cerveza sin alcohol y hospitales sin medicinas.
En México, esto es la panacea, y aunque se crea que la crítica es agria en contra del gobierno de la 4T, mejor debería agradecerles que una vida sin medicamentos conduce realmente a la salud.
Y es que muchos expertos de la medicina tradicional ancestral de los pueblos autóctonos recomiendan la medicina natural como más efectiva y sólo en casos necesarios acudir a un hospital para algo muy grave y vital.
La realidad de la falta de medicamentos en los hospitales públicos, sí en Dinamarca, es que este será el detonante de la muerte política de Morena en su tiempo.
Antes fueron los de las agrias críticas a los del pasado.
Por eso el colega Edgar Hernández, premio nacional de periodismo y columnista experimentado en su: @LíneaCaliente, hace toda una disección del último artículo del “orgullo de Veracruz”, Ignacio Morales Lechuga.
Sabias palabras de Ignacio Morales Lechuga, dice el maestro Edgar Hernández.
Morena transita de la falsa pobreza franciscana a la compra del voto, así como al engaño a todo un pueblo por la vía de una transformación inexistente, sentencia el abogado, jurista, embajador, Procurador de justicia nacional, exsecretario de gobierno y, lo más importante, un veracruzano muy querido, Ignacio Morales Lechuga, dice.
A través de este espacio le invito a reflexionar sobre su último articulo publicado por la prensa nacional titulado “Sermonean como frailes, gastan como príncipes”.
“La vara de medir no la pusieron los ciudadanos, la colocaron ellos quienes durante 6 años de prédica diaria ofrecieron hacer de la pobreza una virtud, del sacrificio un compromiso y de la justa medianía una conducta de gobierno.
Hoy la mentira los atrapa, se exhiben solitos, se enredan en contradicciones y en la incongruencia de quienes sermonean como frailes, pero gastan como príncipes.
Viajar, vestir con elegancia, gastar recursos propios obtenidos de forma legítima, no es tema de censura pública, pero si quien lo hace se envuelve en el manto de “la austeridad republicana”, “la justa medianía”, “la pobreza franciscana” o cualquier otro eslogan, entra al terreno público de la crítica al cinismo político y la impostura.
La incongruencia ya no es circunstancial ni anecdótica, es estructural. Ha funcionado como mecanismo propagandístico para la concentración de poder, para ocultar la apropiación acelerada de recursos, entre estos la desaparición de fideicomisos y fondos federales de salud pública, cuyo destino se ignora.
Basta observar cómo se multiplican las lealtades compradas, las redes clientelares y los incondicionales bien colocados en puestos administrativos.
En el plano electoral, el voto ciudadano está dejando de ser el acto soberano que busca abrir caminos al crecimiento económico, a la generación de empleo, a la educación de calidad, a la salud digna y a la seguridad.
Se ha convertido en elemento de trueque para millones de electores que dependen de las ayudas gubernamentales de dinero entregado a fondo perdido. A quienes votan con el bolsillo, les han hecho creer que esa es la única forma de garantizar la continuidad del subsidio.
El voto ya no expresa la libre voluntad del ciudadano, sino la de acarreadores electorales mediante listas y “acordeones” preparados y palomeados desde el partido-gobierno.
Las distorsiones son de tal magnitud que un beneficiario de programas sociales, entregado al cómodo estipendio, obtiene 8,500 pesos mensuales sin dar golpe, mientras que un interno de medicina trabaja 36 horas, descansa 12 y recibe 3,000 pesos al mes.
En nombre de la justicia social, el sistema castiga el esfuerzo individual y premia la inactividad. “Primero los pobres” se traduce como “primero mis votos”.
Lealtades hechas para tapar hoyos creados por sus propias manos en obras inconclusas, “rescates” de empresas estatales endeudadas y en quiebra técnica.
Sin mediar explicación el gobierno cambia su agenda como si nada y pasa del anatema y el rechazo a la carrera anual de la Fórmula 1, al aplauso de esa competencia.
El oficialismo rinde homenaje de pie en sesión legislativa a la memoria de un “Rockstar”, pero pasa en blanco y sin reacción alguna ante el caso del niño secuestrado y asesinado por una deuda de mil pesos.
Otras estampas del deterioro institucional se acumulan cuando un nuevo juez de jueces se autoproclama “indígena”, siendo tan mestizo como cualquiera de nosotros. Benito Juárez jamás se disfrazó de zapoteca para ir a la Corte y supo que la investidura no es un disfraz, sino un símbolo que transmite autoridad y respeto. Lo que hoy vemos es utilería electoral: ropa de manta para la foto y la simulación populista.
La realidad seguirá desmontando la endeble narrativa de los enojados funcionarios cuando se exhibe su condición de nuevos ricos desde una emergente contraloría ciudadana que releva a la ausente y omisa secretaría Anticorrupción y Buen Gobierno.
Si el voto no recupera en 2027 su valor real, si continúa siendo moneda de cambio por migajas, México seguirá atrapado en interminables capítulos de una misma farsa, hundido en la lógica absolutista del poder hegemónico y sin contrapesos, vestido con traje de seda o con levita de lino y calzón bordado.
Por lo demás, si la esperanza de muchos está en los vecinos del Norte y en la vigencia del TMEC, la responsabilidad ciudadana de recuperar como mexicanos un país de leyes y libertades es nuestra, solamente».
Hasta aquí el llamado, la alerta, de don Ignacio Morales Lechuga.
Tiempo al tiempo. Así concluye el famoso amigo y colega Edgar Hernández, jefe de prensa de don Fernando Gutiérrez Barrios, el político leyenda del país y esto habla de la gran escuela en la que se formó el famoso reportero de Imevisión de aquella época como un verdadero corresponsal de guerra en los tiempos en los que se exponía la vida de verdad. Andale. Así las cosas.