
Raúl López Gómez/Cosmovisión
Las muchas muertes de Papa
Es verdad literaria que una de las más recias e imponentes personalidades literarias del siglo pasado fue Ernest Hemingway, “Papa”, el poderoso escritor cuya obra y vida siguen deslumbrando a lectores en todo el mundo.
Reportero, chofer de ambulancia en la primera guerra mundial, taurófilo, pescador, soldado, mujeriego, bebedor … la vida de este brillante y atormentado escritor fue como una novela en construcción. Como muy pocos, Papa encarnó su propia obra, y quizá por ello muchos de sus libros están considerados como clásicos de la literatura en lengua inglesa.
Este mes se cumplen los aniversarios de su ciclo de vida: nació hace 126 años en Oak Park, Illinois y hace 64 se acomodó en un sillón en su casa solariega en Ketchum, Idaho, se colocó con mucho cuidado el cañón de su escopeta en el paladar y jaló el gatillo. Tenía 62 años y dejó sin publicar tres mil páginas de manuscritos. Así dijo adiós a las armas y a su generación perdida y se internó en el mar de la eternidad, rumbo a las verdes colinas en donde las campanas siempre doblan a vida y no hay más quinta columna que la de los hombres que han encontrado la luz.
Al día siguiente, el obituario del Oakland Tribune publicó: “La muerte siguió la vida de Ernest Hemingway como una sombra obsesiva. El tema de la muerte fue su sello distintivo alrededor del cual construyó sus novelas y cuentos. Alguna vez dijo que sólo había un tema para un escritor: la muerte y su evasión temporal, la vida”.
Al conocer la noticia, unos profesores dijeron que durante los siete meses anteriores al suicidio Hemingway había sido “un fantasmade sí mismo”. ¿Y? Quien haya visitado la “Finca Vigía” en las afueras de La Habana habrá sentido lo que yo experimenté en su estudio y entre sus libros, frente a su máquina de escribir: estos creadores pueden abandonar el mundo, pero su energía se queda entre nosotros.
Se ha dicho que el brutal tratamiento de electrochoques que le aplicaron en la Clínica Mayo -según esto para curarle la neurosis- lo llevó a ese episodio de tragedia griega. Yo pienso que Papa terminó de estar entre nosotros y decidió darse un final de novela … de novela de Hemingway. Algo así como un broche de inmortalidad en el imaginario de la República de las Letras. ¿Por qué digo esto? Porque una parte de su obra se publicó después del suicidio –París era una fiesta, Enviado especial, Primeros artículos, Islas en el Golfo y El jardín del Edén– y por que en la que fue su casa de Key West en la Florida, hoy un museo, todavía deambulan los descendientes de sus gatos de seis dedos, una aberración genética que, como él mismo, desafía las convenciones naturales. En vida, Papa tuvo más de una resurrección.
Como homenaje a la memoria de Por quién doblan las campanas, comparto un extracto de la crónica sobre “las muertes” de Hemingway que Michel Porcheron publicó en Granma Internacional:
Con algo de retraso en menos de 24 horas, las redacciones del mundo entero recibían el mismo télex: había muerto el escritor estadounidense Ernest Hemingway. Se desencadenaba la ola de artículos necrológicos. El Coloso de Illinois, obsesionado por la muerte, había encontrado finalmente la suya.
“En el mundo entero, Hemingway fue enterrado con bombo y platillo”, escribía entonces el diario francés Le Monde. En Hemingway vs. Fitzgerald, Scott Donaldson escribe que Hemingway “alcanzaba la cumbre de la gloria cuando se anunció su muerte por todos los periódicos del mundo”.
La conmoción fue considerable e intensa para todos, de Pamplona a La
Habana, pasando por Oak Park y París. No fue así, sin embargo, para el propio
Interesado … quien, en aquellos días finales de enero de 1954, se enteró de su
propia muerte al leer, con cierto divertido placer, la prensa nacional y extranjera en
Entebbe y Nairobi. “Aquello le provocó el extraño placer de leer sus propias notas
necrológicas. En buena parte de las mismas se subraya que, durante toda su vida,
él había ido deliberadamente al encuentro de la muerte”, escribió en mayo de
1982 el periodista y escritor cubano Lisandro Otero. […] “Se dio el lujo de salir vivo de dos accidentes aéreos seguidos”, comentó con humor Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura. […] En mayo de 1944, mientras estaba en Londres, Hem había perecido, según la prensa, en un accidente automovilístico. […]
En ese fin de enero de 1954, hacía ya varios meses que Hemingway se encontraba en África. El 21 de enero, después de un safari, Hemingway alquila un monoplano […] para realizar un paseo de exploración sobre el lago Tanganica, Kenya y Uganda, con el Kilimanjaro como telón de fondo. Al día siguiente, sobrevuelan el Sur del lago Victoria y, más tarde, los lagos Eduardo y Alberto. El día 23 […] el avión choca con unos viejos cables telegráficos y el piloto se ve obligado a hacer un aterrizaje forzoso a 5 kilómetros de las cataratas. Los pasajeros logran salir de los restos del aparato. Como el radio está averiado, pasan la noche en el lugar del accidente. A la mañana siguiente, logran atraer la atención de una lancha de recreo que navega por el lago Victoria […] .
Llegan a Butabia donde Hemingway alquila otro avión […] Pero ni siquiera llega a despegar sino que se estrella y se incendia al final de la pista … Y de nuevo todo el mundo sale ileso … aparentemente. […] Aunque se salvó dos veces, Hemingway quedó seriamente afectado y, durante el resto de su vida, sufrió algunas secuelas de las lesiones sufridas: […] “hígado, bazo, un riñón, pérdida temporal de la visión del ojo izquierdo, pérdida de la audición del oído izquierdo, aplastamiento de una vértebra, esguince del codo derecho, del hombro izquierdo y de la pierna izquierda y quemaduras de primer grado en el rostro, los brazos y la cabeza”.
[…] La revista Look publicó el 20 de abril y el 4 de mayo “El regalo de Noel”, artículo que relata los dos accidentes, firmado por … Ernest Hemingway. Una pequeña obra maestra, al estilo de su ilustre autor, entre falsa ingenuidad y verdadera burla. “En su habitual pose de hombre invulnerable, le dijo a los periodistas que nunca antes se había sentido tan bien. En realidad, nunca había estado tan mal”, escribe Carlos Baker.
[…] Y es el 28 de octubre de 1954 que Hemingway se entera de que le ha sido otorgado el premio Nobel de Literatura. Para entonces, se encuentra ya en Cuba, en su Finca Vigía y decide no asistir a la ceremonia de entrega del premio, en Estocolmo. Gabriel García Márquez escribió que, aquel día de enero de 1954, “la muerte no podía ser cierta. El equipo de socorro lo encontró alegre y medio borracho, en un calvero, cerca del cual merodeaban varios elefantes. La obra misma de Hemingway, cuyos héroes no tienen derecho a morir sin haber sufrido durante cierto tiempo la amargura de la victoria, había desacreditado por adelantado ese tipo de muerte, más propia del cine que de la vida”.
Después del suicidio de Hem, Gabo, el periodista, escribió: “Esta vez parece de verdad: Ernest Hemingway ha muerto […] Ha muerto de verdad […] Esta vez, las cosas sucedieron como tenían que suceder: el escritor ha muerto como el más común de sus personajes, empezando por los suyos.” El artículo de García Márquez, publicado el 9 de julio de 1961, se intitulaba: “Un hombre ha muerto de muerte natural”.
Hasta aquí la cita de Michel Porcheron.
Hemingway había explorado temas como la angustia y el fracaso, pero al final de los 30 parece preocuparse por los problemas sociales. Tanto Tener y no tener como La quinta columna, condenan las injusticias políticas y económicas. Y en Por quién doblan las campanas sugiere que la pérdida de libertad en cualquier parte del mundo es señal de que la libertad se encuentra en peligro en todas partes. Ernest recibió el Nobel de Literatura y el Pulitzer además de una lista de reconocimientos más larga que la Cuaresma.
El famoso apodo “Papa” no fue un capricho sino una suerte de aglutinación. Así le decían sus hijos y durante la guerra los camaradas jóvenes que lo veían como mentor y figura paternal lo retomaron y se consolidó en los salones literarios de París, donde el sobrenombre circuló hasta hacerse parte del personaje público.
La obra de Ernest comprende 18 títulos que no voy a enumerar. Lo apunto como provocación para que algún lector se atreva a iniciar una conversación con el joven que en 1918 se enamoró de Agnes von Kurowsky y luego recreó en Adiós a las armas el dolor del amor perdido entre un chofer de ambulancia herido y una enfermera. Sí diré que Hemingway fue uno de la generación que Gertrude Stein bautizara como “perdida”, al lado de Fitzgerald, Pound, Dos Passos, Eliot, Ford y otros. Hoy puedo revelar en exclusiva que tal frase de fama literaria universal la pronunció originalmente el mecánico que reparaba el auto de la Stein, quien harto de su inútil chalán, le gritó: “Vous êtes tous une génération perdue!” Gertrude, que todavía era amiga de Ernest, se lo platicó divertida y éste la adoptó no como insulto, sino como emblema, y la puso de epígrafe en The Sun Also Rises para describir el desencanto y desarraigo que vivía su generación tras la Primera Guerra Mundial.
Muchas veces me he preguntado de dónde se nutría la voz interior de este hombre complejo y atormentado. Desde luego no tengo idea. Sé que cuando andaba en busca del título para un libro hurgaba en el Eclesiastés. Es probable que mi duda sea chabacana y nada intelectual. George Plimpton narra que le preguntó lo mismo a Ernest en un café de Madrid en mayo de 1954. Ernest guardó silencio unos instantes, volvió la mirada al editor de The Paris Review y a su vez lo interrogó: “¿Vas a las carreras de caballos?” Plimpton respondió, “Ocasionalmente”. Y cómo hablando para sí mismo, Hemingway reveló el secreto: “Entonces lees el Programa de Carreras … Ahí está el verdadero arte de la ficción.”
¡Amén!