
Alejandro García Rueda/Cuarto de guerra
En las calles, entre la neblina de las madrugadas y el murmullo del parque, se escucha una voz que no pertenece a nadie y, sin embargo, es de todos. Es la voz de la gente común —la que espera en la parada del autobús, la que vende café, la que carga a sus hijos de regreso a casa mientras calcula cómo rendir el gasto. Esa voz, por años ignorada o maquillada por discursos de ocasión, hoy empieza a elevarse no con rabia vacía, sino con la fuerza de la esperanza que se organiza.
Coatepec se aproxima a una transición que no debe ser entendida como mero relevo. Lo que está en juego no es solo la administración del municipio, sino el tipo de relación que se tejerá entre pueblo y poder. Hay una nueva oportunidad en el horizonte para construir un gobierno distinto, que no administre inercias, sino que se atreva a transformarlas.
No se trata de repetir fórmulas ni de envolver los viejos moldes en nuevos eslóganes. Lo que hoy demanda la ciudadanía es autenticidad —no perfección, sino congruencia—; cercanía —no espectáculo, sino escucha real—; compromiso —no promesas, sino causas compartidas—. En tiempos donde incluso la continuidad política puede percibirse con escepticismo, la diferencia está en el modo de gobernar: no desde la torre de marfil de los tecnócratas, sino desde el suelo que pisan quienes caminan.
Porque sí, también aquí —en este pueblo mágico de historia vibrante y contradicciones profundas— se pretende instalar la fatiga democrática. La quieren sembrar los que utilizan la desinformación como estrategia, los que pretenden convertir su marginalidad electoral en capital simbólico para erosionar la legitimidad del nuevo ciclo de gobierno. Su método: explotar cada falla, cada duda, cada silencio institucional. Su fin: sabotear el proceso desde dentro, disfrazando de “resistencia ciudadana” lo que no es más que rencor elitista.
Ante ello, no basta con comunicar; hay que conectar. No alcanza con informar; hay que formar. La batalla por la opinión pública se dará en las calles, en los tiempos de sobremesa, en las redes; en los medios, pero sobre todo en los vínculos. La fidelización del pueblo —ése que vota, exige y participa— no se logra con propaganda, sino con coherencia.
El movimiento al que se le ha entregado el mandato no es perfecto ni homogéneo, pero tiene una virtud irrenunciable: nace desde abajo. No ve en el ciudadano a un cliente, sino a un igual. No simula participación, la convoca. No teme al disenso honesto, lo cultiva. Es ahí donde radica su mayor fortaleza frente a una élite desconectada: en que el nuevo liderazgo se parece a su gente, habla como ella, piensa con ella… y actúa para ella.
Hoy, más que nunca, la voz del pueblo tiene que ser la brújula. Y si el poder institucional ha de renovarse, que sea para abrir puertas, no para reforzar muros. Porque Coatepec no necesita guardianes del privilegio; necesita sembradores de futuro.
Una nueva etapa está por comenzar. El tiempo institucional marca enero de 2026 como el inicio formal; pero el espíritu de cambio ya se siente en las calles, en las reuniones vecinales, en la esperanza que no se doblega. El pueblo —ese que ellos subestimaron— está listo para escribir la siguiente página de su historia. Con dignidad. Con esperanza. Con poder popular.