
Alejandro García Rueda/Cuarto de Guerra
En el gran festejo del año, los padres estoicos, resilientes y abnegados pasan a ser un día del año en México los seres más felices del planeta.
Y es que pensar que el Día del Padre, significa una larga espera anual del jefe de jefes, el rey del hogar y el gigante al que se le concede ser Rey por un Día, nada más al estilo de un ceniciento moderno en el que el jefe del hogar en esta fecha dominical al Padre, se le apapacha, se le chiquea y hasta se le hacen los reconocimientos públicos que rompe la barrera de lo imposible durante un año completo.
El viejón, el viejo , el jefe, aquél al que sólo o no, no tiene derecho a nada y menos a ser feliz extramuros, porque se le cuida más que a la octava maravilla del mundo.
Por aquello del resumidero de la casa chica en una lucha de la “catedral” contra una simple parroquia.
Para que se entienda en lenguaje cristiano o coloquial de un partido del América contra el Cruz Azul, la derrota ya está anunciada y decretada de forma anticipada y premonitoria, como siempre.
Pero, de los 365 días del año, el padre tiene derecho a ser feliz por un día, y es cuando se hace todo un despliegue de honores y gran celebración que la disfruta como un niño en navidad colmado de regalos.
Sí de regalos, siempre igual, ”papi, tus calzoncillos, tus boxer, tus camisetas, tus zapatos”, y si hay suerte una camisa de la del famoso perrito, marca que garantiza durabilidad de más de un año. Un pantalón, imposible no sea que se la vaya a creer.
Aquel que brilla los días de quincena, por ley de quién sabe quién, se le indulta un día del año en que se le concede eclipsar algo imposible, robarle un día a la madrecita santa que todo el año se sienta en el trono del hogar y como la reina, cede ese espacio, sí de un día al año para que al jefe se le deje disfrutar de todo el cariño, de todas esa cosas buenas, como diría el cantante Roberto Carlos, gracias, con su canción Jesucristo. Y pueda brillar por un día en forma excepcional.
Algunos tienen tanta suerte que pueden llevarlos a desayunar, comer o cenar, dejarles libertad de uso de la tele por un día para verla, pero apagada, tomar una chela y en un caso especial ir al campo a jugar fútbol con los cuates, que no es lo mismo que ir de día de campo.
Y si hay suerte, la jefa dispone la compra del platillo especial del gusto del súper jefe o simplemente se le hace un guiso especial, que ya es mucho y no se vaya a sentir demasiado querido en el mar de sufrimiento para que ese corazón duro para el trabajo, no sea que se vaya a reblandecer y dispare del cotizado presupuesto para algún otro lado, “como una bala perdida”. Algo imposible.
Felicidades a todos los papás cumplidores y valientes que llegan a estás fechas con una felicidad inaudita. Orale.
Y con la canción del clásico de clásicos, El Viejo de Piero, hay otra que surgió en México, Préstame a mi Padre. Un himno al jefe que ya no está, pero que se le extraña y se le recordará por siempre como un símbolo de resistir a todo y de nunca perder una sonrisa y de llorar sólo en silencio, porque el árbol que da sombra a la familia, sólo puede soltar hojas una vez al año.
Por eso en el fondo, la reivindicación del padre ante el poder de la madre se ve así: te dieron en la madre, como te fue de la madre, chingada madre, y con lo bueno: “mira que padre”. Andale. Así las cosas.