Víctor Sánchez Baños/Poder y dinero
La lectura y sus sujetos-objetos, los lectores, son personajes habituales de esta columna, cual corresponde a un aprendiz de escribidor que adquirió precozmente el vicio solitario que ni castigos ni azotainas han logrado remediar.
Tendría siete u ocho años cuando, enviado a la tienda del pueblo, descubrí un estante de cuentos y me puse a hojear uno. Muchas horas después, por la noche, mis padres me localizaron en aquel rincón encantado y pagué con vara de membrillo la angustia que a la manera de Huckleberry Finn hice pasar a mi familia y a los vecinos.
Ya mayor tuve la fortuna de conocer a Edmundo Valadés y él me enseñó que leer es nunca más volver a estar solo. Y supe que Gorki, igual que yo, encontraba que al recrear sus lecturas las distorsionaba y les agregaba cosas de su propia experiencia porque literatura y vida se le habían fundido en una sola esencia. Para él un libro era una realidad viviente y parlante. Menos una “cosa” que todas las “otras cosas” creadas o por crearse.
No me sorprendió enterarme que Goethe también creía que al leer no es que aprendamos, sino que nos transformamos, y alguna vez me pregunté cómo había sido que Vasconcelos hablara de libros que se leen de pie y libros que se leen sentados … estando seguro de que el autor de esta máxima había sido yo.
Por todo esto, me parece un despropósito teorizar sobre la relación que tenemos con los libros. Es como querer explicar la relación que tenemos con lo humano. Así como un tono de voz, un aroma o un roce de piel nos pueden cambiar la vida, también el párrafo de un libro, el resplandor de una frase o la melodía de una metáfora pueden tener sobre nosotros el efecto de un rayo y poner de cabeza el mundo en el que hasta en ese momento vivíamos plácidamente.
El libro moderno -con la apariencia que hoy conocemos- data de hace unos 570 años y desde 1988 la UNESCO declaró el 23 de abril como la fecha para celebrar este objeto lo mismo enaltecido, que vilipendiado, que temido … dependiendo de la zona geopolítica o del momento histórico que se considere.
Cito un par de ejemplos tan sólo, pues la lista completa sería más larga que la Cuaresma: Voltaire celebraba como un avance de la civilización que sus Cartas inglesas se hubieren quemado en la plaza pública y no el autor de ellas; Joyce se quejaba de que cuando Dublineses por fin apareció, alguien compró toda la edición y la hizo quemar en un auto de fe particular; los nazis arrojaron a la hoguera por igual a libros que a judíos; en México la novela Cariátide fue denunciada en tribunales por inmoral por unos muy católicos redactores de Excelsior. Y ni hablar de la orden de arresto contra el “agitador revolucionario Matigari por conspirar para derrocar al régimen” librada por el gobierno de Nigeria cuando Nguyi wa Th´iongo publicó con ese nombre una novela … ¡basada en una leyenda kikuyo!
Desde la antigüedad, aquello que los políticos juzgaron que emponzoñaba las mentes fue cuidadosamente controlado, primordialmente, la letra impresa. En España e Italia la Inquisición se ocupó de esa vigilancia; en Francia, el ministro Colbert puso en operación una policía literaria, que funcionó con temible eficacia hasta el advenimiento de la Revolución.
El libro es un símbolo del saber y quizá por ello la relación entre libros y poder transita entre vicisitudes. Los libros encierran misterios, son objetos polifacéticos con los cuales se entabla un vínculo complejo. Me parece que se han creado una serie de mitos alrededor de él y de su significado, sobre los que me gustaría reflexionar.
Mito 1. La lectura es muy valiosa y se le debe impulsar.
En las sociedades modernas, especialmente en las que se definen como democráticas, el libro ocupa un lugar privilegiado en el discurso oficial y educativo … pero las políticas públicas orientadas a fomentar la lectura o no han sido las adecuadas o algún compló las ha truncado. Políticos y funcionarios se llenan la boca con arengas y se organizan ferias, talleres y encuentros, pero las frías cifras dicen que en nuestro país el consumo de libros es de 2.9 al año por cabeza. Ya nuestro Marx doméstico, de apellido Arriaga, se ha encargado de satanizar el infernal (y neoliberal) vicio de la lectura sólo por placer. ¡Uf!
Mito 2. La lectura está al alcance de todos, es cuestión de decidirse.
Hace años, cuando los canales de televisión se contaban con los dedos de una mano, era una excentricidad consumir la programación cultural del once, frente a cuyas cámaras “se podía cometer el crimen perfecto”, o “los diálogos de Octavio con Paz” en el ocho. Era un problema intelectual: la enorme distancia entre el interés que despertaba la tele comercial y el monumental desinterés en la programación aburrida de “la cultura”… que, debo admitir, era un pesado fardo.
Con los libros sucede algo similar: no hay entrenamiento. Los niños y jóvenes en edad escolar leen lo mínimo para cumplir las obligaciones escolares porque no hay programas que los introduzcan verdaderamente a la lectura … algo comprensible si sus maestros entran en el universo que lee 2.9 libros per annum. Enseñar a leer por placer no es una tarea a la que se apliquen padres ni docentes, porque muchos de ellos desconocen absolutamente tal gozo.
Mito 3. No se lee porque las computadoras han desplazado a los libros.
El uso de las nuevas tecnologías ha modificado el soporte del material de lectura, de modo que quienes adquieren el gusto de leer, lo mismo lo hacen en un libro tradicional que en una computadora, en un teléfono móvil o en otros aparatejos. La nostalgia de oler la tinta es eso, nostalgia, porque sólo cambian los artefactos en los que se lee, pero el proceso de aprendizaje o simplemente de disfrute que puede producir leer en un libro impreso o en un archivo es el mismo.
Mito 4. En la actualidad es más fácil tener acceso a materiales de lectura gracias a las tecnologías de la información y la comunicación.
La abundancia de información y a la disponibilidad de materiales en internet, en realidad lo que han hecho es desfavorecer la lectura. Es como la persona que desea perder peso y se da a la tarea de guardar recomendaciones de dietas, sin comenzar nunca una.
Es necesario establecer políticas públicas que vayan al fondo del asunto. ¿Cómo hacer que los niños y jóvenes lean aunque sus padres y maestros no lo hagan? ¿Cómo articular programas que permitan participar a quienes sí desean favorecer la lectura? ¿Cómo aplicar programas en los que sea más importante ganar adeptos a la lectura que dar reportes de interés político sobre las acciones realizadas? Es decir, necesitamos programas que erradiquen la simulación y atiendan el problema.
Podríamos ensayar abriendo las ventanas de la escuela y echar a la calle las declaraciones, las ceremonias y los eventos sobre “la importancia de la lectura” para centrarnos en construir una zona de placer y disfrute para la lectura. Cada lector ganado debe considerarse un triunfo, no una estadística para apantallar al rector o al político. Así tendríamos mejores resultados como sociedad.
Me es inevitable recordar el pasaje de La sociedad de los poetas muertos cuando el profesor (Robin Williams) invita a los alumnos a descuajar del libro de texto de poesía la culterana y pedante introducción académica para zambullirse llenos de alegría en el placer de la musicalidad poética de la obra misma.
Pienso que el espacio natural para la fiesta del libro debieran ser las bibliotecas … cuando se reeduque a la mayoría de los bibliotecarios -de ser necesario mediante una versión no sangrienta de la revolución cultural del llorado camarada Mao- para que presidan recintos de diversión en donde hoy administran cual custodios de la Lubianka salones que semejan celdas cartujas.
En los países más avanzado y democráticos, las bibliotecas permanecen abiertas en las noches y los fines de semana y a los jóvenes se les permite estudiar en piyama, tomar refrescos, consumir papitas, reírse, formar grupos de trabajo y de vez en vez echarse un coyotito.
Entre nosotros, muchas bibliotecas son severos templos en donde un Zeus formidable arroja rayos a quien alce la voz u, ¡horror!, mordisquee una torta a escondidas mientras lee su mamotreto. Y desde luego sería más probable que el Caballito de Tolsá cobrara vida y arrancara a galope rumbo a la Alameda, que nuestros sindicatos universitarios consintieran en abrir puertas entre las seis de la tarde del viernes y las nueve de la mañana del lunes.
Escuché el fantástico rumor -que estoy seguro no es más que leyenda urbana-, de que al conocer una propuesta para encabezar una campaña en este sentido durante una cena de amigos, los dirigentes Gómez Urrutia y Haces sufrieron un repeluzno desde la vértebra cervical hasta la coccígea (Catón dixit). Pero bueno, ya todos conocemos los extremos a que llegan los reaccionarios conservadores para poner en mal a nuestra clase política dominante.
Termino con una idea de Los bárbaros de Alessandro Baricco. Cito de memoria: “Ningún libro puede llegar a estar cercano y ser apreciado por las nuevas generaciones si no adopta la lengua del mundo nuevo.”
Y como regalo de comienzo de año para los lectores,comparto El sonido y la furia, la gran novela de William Faulkner que este año entró al dominio público, y Medio pan y un libro, de la pluma de este escribidor. ¡Comencemos 2025 leyendo por placer!
12 de enero de 2025
LIBROS DE REGALO
(El enlace caduca el martes 14 de enero)