Carlos Ramírez/Indicador político
En este mes de octubre la República de las Letras haría bien en recordar y celebrar a quien ocupa un sitial entre sus hijos predilectos: el gran Ezra Pound, en el 139 aniversario de su nacimiento.
Algunos quisiéramos que por los rincones de ese territorio, jóvenes y viejos -incluso los políticos que se las dan de lectores- canturrearan la cadencia de Los Cantos,como anuncio de la derrota de Hugh Selwyn Mauberley.
Mas como ese no será el caso, JdO ofrece, desde la modestia de su espacio, un recuerdo del Poeta, con mayúscula, Ezra Pound.
Hay a orillas del río Potomac, en la capital del país del norte, un encantador conjunto de edificios de ladrillo rojo que en los atardeceres resplandece con los últimos rayos del sol y, si el viajero se aproxima desde Arlington, ofrece la extraordinaria visión de una brasa enmarcada en el rosa pálido de las flores de cerezo que en la primavera adornan a Washington.
Se trata del hospital Saint Elizabeth’s, un manicomio del gobierno fundado en 1855 para dar servicio a miembros de las fuerzas armadas, que además de miles de huéspedes legítimos ha dado hospitalidad a otros, digamos, menos ortodoxos.
Ahí fueron echados los “marielitos”, declarados sicópatas cuando, asustados y monolingües, llegaron a la tierra prometida después de huir de la dictadura con riesgo de la vida.
En sus confortables celdas recibieron tratamiento dos frustrados asesinos presidenciales, una estrella del cine mudo, el inventor del LSD, una periodista del Washington Post infiltrada para un reportaje, William Chester Minor, el médico que perdió la razón en la guerra civil y terminó sus días en un manicomio inglés desde donde fue uno de los más importantes colaboradores del Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa, alucinante episodio recuperado en un libro de Simon Winchester y en una película.
En Saint Elizabeth’s estuvo también una porción de la personalidad de Benito Mussolini: el trozo de cerebro del que los gringos se apropiaron para determinar si el dictador sufría de paresia sifilítica. El resultado fue negativo, pero los sesos “se perdieron”. Quizá el mismo fin haya tenido la cabeza de nuestro Centauro del Norte, robada de su tumba en 1926: encajaría perfecto con un patrón de conducta de los yanquis.
Pero estoy perdiendo el hilo de mi relato. El más distinguido huésped de Saint Elizabeth’s fue Ezra Pound, quizá el mayor poeta en lengua inglesa del siglo XX.
Permítame el lector que lo ponga al corriente: Ezra Loomis Pound nació el 30 de octubre de 1885 en Hailey, Idaho, y creció en Wyncote, Filadelfia. Muy joven viajó a Europa en donde ejerció el periodismo. Su primer libro fue publicado en Venecia en 1908, y durante su vida publicó más de noventa volúmenes de poesía, crítica y traducciones –sobre todo traducciones de poesía.
Era un hombre de pensamiento independiente y crítico, pero antisemita y pronazi e hizo propaganda fascista en la radio italiana, así que fue arrestado y pasó seis meses encerrado en una jaula. Después se le declaró loco peligroso y fue internado en Saint Elizabeth´s durante 14 años, en un episodio que recuerda el Archipiélago Gulag de Solyenitzin.
A Pound se le ha llamado el “poeta de poetas”, responsable de la definición de la estética poética modernista y la promulgación del imaginismo, escuela cuya técnica sigue la propuesta de la creación clásica china y japonesa que pone énfasis en la claridad, la precisión y la economía del lenguaje para “componer en la secuencia de la frase musical y no del metrónomo”.
Es considerado uno de los poetas más influyentes y complejos del siglo XX. Sus aportaciones a la poesía modernista son enormes. Fue promotor de poetas vanguardistas, abrió rutas de intercambio intelectual y estético entre Estados Unidos y Europa y contribuyó a importantes movimientos literarios.
Además del imaginismo, ayudó a fundar el vorticismo con Wyndham Lewis y el escultor Henri Gaudier-Brzeska, que, para algunos, reemplazó al imaginismo.
Pound promovió y su influencia sustentó la obra de los más importantes escritores de su generación, entre ellos celebridades como James Joyce, T.S. Eliot, Robert Frost, W.B. Yeats, William Carlos Williams, Marianne Moore, Hilda Doolittle y Ernest Hemingway. Fue muy cercano a Gertrude Stein.
Ernest Fenollosa recuerda que como ensayista, “Pound escribió sobre todo acerca de la poesía. A partir de mediados de los veinte se propuso examinar cómo los sistemas económicos promueven o aniquilan a la cultura. Pound tenía la esperanza de que el fascismo pudiera organizar una sociedad en la que la cultura floreciera. Sostenía que la poesía no es un ‘entretenimiento’, y como elitista que era no tenía aprecio por el lector común. Pound consideraba que la cultura de Estados Unidos estaba aislada de las tradiciones que sustentan el arte y caracterizó a Walt Whitman como una píldora extremadamente nauseabunda”.
El 3 de febrero del 1909, Pound escribe a William Carlos Williams desde Londres: “Estoy a punto de caer en el centro de la turba que hace las cosas aquí”. Por ese tiempo conoce a Olivia Shakespear, amante de William Butler Yeats, a quien Pound admiraba por encima de todos los poetas. Fue gracias a ella que fue invitado al salón que congregaba a escritores y admiradores de Yeats en el 18 Woburn Buildings.
A comienzos de 1910 llegaron a Pound rumores de que Yeats hablaba bien de él y se enteró de un juicio que, lleno de alegría, notificó a sus padres:
“No hay una generación de poetas jóvenes. ¡Ezra Pound es un volcán solitario!”.
Donald Hall entrevistó a Pound para The Paris Review en 1960. La entrevista es larga y erudita y en ella Pound propone interesantes consideraciones sobre la estética de la creación y revela detalles de su sistema artístico. Sus respuestas me confirman que tanto para las artes como para el trabajo no creativo, es decir, el que cotidianamente desempeñamos la mayoría de los mortales, la disciplina, la constancia y el estudio son fundamentales:
-Cree usted que el verso libre es una forma particularmente estadounidense?
-A mi me gusta el apotegma de [Thomas Stearns] Eliot: ningún verso es libre para el hombre que quiere hacer un buen trabajo.
Pound y Hall se encontraron en Roma a principios de marzo en el apartamento de Ugo Dadone. El autor de la entrevista se sentó en una gran silla mientras Pound se desplazaba, intranquilo, de otra silla a un sofá y de nueva cuenta a la silla. Las pertenencias de Pound en la habitación consistían en dos maletas y tres libros: la edición de los Cantos publicada por la Casa Faber, un Confucio y la edición de Chaucer impresa por Robinson, que Pound estaba releyendo.
La obra poética capital de Pound, The Cantos, empezó a aparecer en 1917. Sus poemas más breves fueron recogidos en Personae en 1926. Love Poems of Ancient Egypt, una traducción, fue publicada en 1962 y From Confucius to Cummings, antología poética compilada en colaboración con Marcella Spann, en 1963.
Aldo Mazzuhelli nos obsequió un sensacional recuerdo del poeta:
“En el año 1961, a los 76 años de edad, después de, entre otras cosas, haber estado un mes expuesto al clima en una jaula de acero pesado, haber descubierto y promovido a unas diez de las principales figuras de la literatura de este siglo, no haber poseído nada que no se pudiera guardar en dos valijas de viaje, haber convivido con dos mujeres a la vez durante décadas, haber pasado 14 años encerrado en un manicomio, haber tratado de cambiar las ideas económicas de Roosevelt y de Mussolini, haberse comido dos tulipanes de los adornos de la mesa de una cena para llamar más la atención que William Butler Yeats, haber cambiado -tal vez inventado- la poesía del siglo XX, haber fracasado esplendorosamente en su propósito de escribir una nueva Divina Comedia, y haber retado a duelo en Londres en 1912 a un rival poético -quien le propuso, al elegir las armas, que se bombardearan mutuamente con los ejemplares no vendidos de sus respectivas obras en verso-, Ezra Pound estaba profundamente deprimido. Le dijo a un visitante, de los que ya por esa época iban a contemplar a la leyenda viviente: soy un hombre reducido a fragmentos”.
Termino con un obsequio como homenaje personal a la memoria del Volcán solitario: dos sonetos de Pound en versión de Javier Calvo:
El desván
Ven, apiadémonos de los que tienen más fortuna que nosotros. / Ven, amiga, y recuerda / que los ricos tienen mayordomos en vez de amigos, / y nosotros tenemos amigos en vez de mayordomos. / Ven, apiadémonos de los casados y de los solteros. / La aurora entra con sus pies diminutos / como una dorada Pavlova, / y yo estoy cerca de mi deseo. / Nada hay en la vida que sea mejor / que esta hora de limpia frescura, / la hora de despertarnos juntos.
Un pacto
Haré un pacto contigo, Walt Whitman- / Te he detestado ya bastante. / Vengo a ti como un niño crecido / Que ha tenido un papá testarudo; / Ya tengo edad de hacer amigos. / Fuiste tú el que cortaste la madera, / ya es tiempo ahora de labrar. / Tenemos la misma savia y la misma raíz- / Haya comercio, pues, entre nosotros.