Carlos Ramírez/Indicador político
Desmantelar al Estado democrático-liberal, ¿para qué?
Más allá de los escasos cambios económicos, la herencia principal del expresidente Andrés Manuel López Obrador son las profundas modificaciones que impulsó a la estructura política del país. Sus intentos fueron claros: destruir la vieja estructura del gobierno, al Estado democrático-liberal, para eliminar la división de poderes y concentrarlo todo en la figura presidencial.
La modificación más trascendente ha sido la reforma judicial con la intención de renovar al Poder Judicial de la Federación, para que los nuevos juzgadores sean electos por “voto popular”, más bien para que la gente palomee a los candidatos que les proponga la presidenta de la República y el Congreso de la Unión, que también controla ella.
Pero no será la última modificación constitucional en este sentido, todavía hay varias reformas diseñadas aún por López Obrador en el tintero, como las que proponen la eliminación de los organismos constitucionales autónomos o la reducción del número de diputados federales y senadores.
Todos estos cambios implican una destrucción del viejo modelo del Estado democrático-liberal que en México ha sido construido, con muchos tropiezos, cuando menos desde la Reforma liberal de mediados del siglo XIX y cuya esencia es la división de poderes en Ejecutivo, Legislativo y Judicial, en contraposición con los viejos modelos autocráticos y absolutistas que existieron durante el feudalismo, en donde todo el poder se concentraban en figura del monarca absoluto.
La construcción del Estado liberal fue una necesidad histórica, nació al calor de las luchas entre la naciente burguesía y los grandes terratenientes feudales que concentraban la tierra y mantenían sometidos a los campesinos y siervos al interior de sus feudos y haciendas, apoyados por el poder de los reyes absolutos del Viejo Régimen.
Las estructuras económicas del feudalismo y la superestructura construida sobre esta, incluyendo al Estado, se convirtieron en un estorbo para el desarrollo de la sociedad, porque frenaban el avance de las fuerzas productivas: de la ciencia, la tecnología, la industria, el comercio, la navegación, etc.
Por eso, la burguesía encabezó diversos movimientos para destruir este modo de producción y moldear a la nueva sociedad conforme a sus intereses, para hacerlo se valió del apoyo del pueblo, principalmente de los campesinos que vivían sometidos y explotados. El pueblo puso la sangre y la vida, mientras los grandes pensadores liberales burgueses pusieron las ideas y el nuevo proyecto social.
Todas las revoluciones burguesas, incluyendo a la Revolución Mexicana de 1910, tuvieron por objeto arrebatarle el poder político a los señores feudales y grandes hacendados, para que este pasara a manos de los industriales y grandes comerciantes, y solo fueron posibles cuando las condiciones para el surgimiento de un nuevo modo de producción ya se encontraban suficientemente maduras al interior de la vieja sociedad.
La burguesía destruyó el Estado feudal, porque tenía claro hacia donde marchaba y cuáles eran los intereses que perseguía y, desde luego, esto representó un salto cualitativo en la historia humana, porque trajo consigo el reconocimiento de los derechos humanos, políticos y sociales de todos los ciudadanos.
Ahora, en México, se impulsa la destrucción de este modelo de Estado, sin que nadie nos haya explicado con sumo cuidado y claridad hacia dónde marchamos o qué es lo que se pretende construir en su lugar.
Se nos dice que estos cambios son necesarios para asegurar la continuidad de la Cuarta Transformación, pero solo sus constructores (quizá ni ellos) saben cuál es el contenido económico, social y político de esta pretendida transformación.
Lo único que va quedando claro es que el poder se concentra y se concentra peligrosamente en la figura presidencial. Hay quienes sostienen que en realidad, dichas modificaciones políticas son un intento peligroso y desesperado de sostener un modelo económico decante, que ya dio todo de sí, como en su momento lo dio el feudalismo, pues, como antes, la opresión y pobreza masiva de los trabajadores ya es insostenible. El modelo social se ha convertido en su contrario.
Así las cosas, el viejo modelo de contrapesos y división de poderes, más las libertades sociales y políticas de los ciudadanos, son un estorbo. El país está tomando un rumbo peligroso, debemos estar muy alertas.