Andi Uriel Hernández Sánchez/Contrastes
Luego de que en los recientes comicios presidenciales realizados en Venezuela el dictador Nicolás Maduro hizo uso del aparato gubernamental para continuar en el poder por un periodo más, hasta el 2031, con vistas a perpetuarse, desde luego, asegurando que ganó las elecciones con un 51 por ciento de los votos, la oposición respondió afirmando que su candidato Edmundo González fue quien obtuvo la mayoría con un 70 por ciento de la votación, contando con las actas para demostrarlo.
Cabe recordar que tuvo que ser Edmundo González el candidato del bloque opositor porque la líder del movimiento, María Corina Machado, había sido inhabilitada a postularse por supuestos actos de corrupción, nunca comprobados, obviamente. Y es que, de haber sido María Corina la candidata, el margen de la victoria para la oposición hubiera sido aún mayor.
De cualquier manera, al ser juez y árbitro en la contienda electoral, Maduro se valió de cuanta estratagema pudo para enturbiar el proceso y que ahora los números, aparentemente, lo den como ganador, algo que sólo él y sus esbirros se creen.
Con lo que no contaba Maduro fue con que al no ser escuchados en las urnas, miles y miles de venezolanos salieron a las calles a gritar su desesperación, su rabia, su hartazgo, ante un gobierno que califican de asesino y corrupto; que los mantiene sumidos en la miseria, mientras que el presidente se da vida de sultán.
Fue así como lo que hubiera sido un festejo en favor de la democracia, se tornó en protestas que pasaron de ser pacificas a violentas no por los manifestantes que exigían que se respetaran los resultados de la elección, sino por la reacción de ellos a la violenta represión de que fueron objeto por parte de grupos de choque que ya tenía puestos y dispuestos para la ocasión el dictador.
Conforme pasaban las horas iba fluyendo la información: estatuas de Hugo Chávez eran derribadas, los cacerolazos se hacían sonar alrededor del Palacio de Miraflores, soldados y policías se quitaban su uniforme y se unían a las protestas; mientras los disparos sonaban y caían heridos o, de plano, sin vida decenas de manifestantes.
La condena internacional, tras estos hechos, no se hizo esperar y la OEA convocó a una reunión de emergencia en la que 17 países, encabezados por Estados Unidos, Argentina, Paraguay, Uruguay y Chile; presentaron un proyecto de resolución exigiendo que el régimen populista de Maduro exhibiera las actas de votación y cesara la persecución política.
Sin embargo requerían de 18 votos como mínimo para que prosperara la iniciativa y un grupo de países liderados por Brasil, Colombia, Bolivia y Honduras sumaron once abstenciones; lo que aunado a que México y la propia Venezuela se mantuvieron ausentes de la reunión permitieron que se impusiera la abstención diplomática y la iniciativa se cayó.
Esta votación en la sede de la Organización de Estados Americanos puso de manifiesto de qué lado de la historia quieren estar estas naciones, dejando en evidencia que el presidente de México, López Obrador, entiende que condenar la política populista y dictatorial sería ir en contra del manual que ha seguido hasta ahora él mismo, con excelentes resultados por cierto.
Lo cierto es que el pueblo venezolano ya ha soportado demasiado, ya ha llegado a su límite y no se detendrá hasta destituir a Maduro por la vía que sea necesaria. Los habitantes de la nación sudamericana no se volverán a quedar callados, alzaron su voz y todos los que estemos a favor de la democracia, la libertad y la paz debemos sumarnos y alzar nuestra voz también.
Y el mensaje para los líderes de los países que hoy se suman para salvar al dictador Maduro también es muy claro: “Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”.