Carlos Ramírez/Indicador político
Ante la sorpresa de propios y extraños, la impuesta Claudia Sheinbaum anunció que Lázaro Cárdenas Batel –el hijo de Cuauhtémoc Cárdenas–, sería el responsable de la Secretaría de la Presidencia, en el sexenio por comenzar.
Es decir, que el hijo del otrora “líder moral” de la izquierda mexicana será el secretario particular de la “Señora Presidenta”
Y fue una designación sorpresiva porque meses antes –en febrero del 2023–, el propio Obrador había acusado de “traición”, a su padre político, a Cuauhtémoc Cárdenas, quien apareció como parte de los “abajo-firmantes”, de un desplegado que cuestionaba al fallido gobierno de AMLO.
El enojo de López fue tal que Cuauhtémoc “reculó” del desplegado y señaló que no había sido consultado y que su nombre se incluyó sin su autorización, en un documento que criticaba con severidad la gestión de López y, sobre todo, sus intentos por destruir la joven democracia mexicana.
Más aún, la nueva “traición” de Obrador a Cárdenas –su padre político–, provocó que en marzo del mismo 2023, Cárdenas Batel renunciara al cargo de jefe de asesores del gobierno de López.
En pocas palabras, quedó claro un nuevo rompimiento de los Cárdenas con el gobierno fallido de López Obrador.
Sin embargo –y a pesar de los diferendos entre los Cárdenas y Obrador–, llamó la atención que antes, durante y después de la elección del pasado 2 de junio, el tres veces candidato presidencial, Cuauhtémoc Cárdenas, nunca se atreviera a cuestionar la grosera elección de Estado que llevó al poder a la señora Sheinbaum.
Es decir, que el líder histórico de la mal llamada izquierda mexicana, el hijo del mítico presidente Lázaro Cárdenas, el michoacano que en los años 80 del siglo pasado rompió con el PRI en repudio a su cultura autoritaria, nada democrática y dictatorial; el constructor de la joven democracia mexicana de los años 90 –también del siglo pasado–, no se atrevió a cuestionar ni con el pétalo de una crítica a un gobierno –como el de AMLO–, que lleva al país a la antidemocracia del viejo PRI.
Y es que, por si lo han olvidado, Cuauhtémoc Cárdenas encabezó, junto con con Porfirio Muñoz Ledo, con Ifigenia Martínez y con muchos otros, la mayor ruptura en el PRI, luego de la imposición de la candidatura presidencial de Carlos Salinas de Gortari.
Sí, con Cárdenas al frente, se creó la Corriente Democrática del PRI, una tendencia que, con el tiempo, hizo posible la primera candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, en 1988; elección que se destacó por un escandaloso fraude de Estado que operó el defraudador y ladrón de dinero público de nombre Manuel Bartlett; fraude que hizo presidente a Salinas.
En efecto, un fraude de Estado idéntico al que 35 años después orquestó López Obrador, quien antes, durante y después de la elección del pasado 2 de junio, logró imponer de manera fraudulenta a Claudia Sheinbaum.
Y si lo han olvidado, la herencia de la Corriente Democrática del PRI fue la creación del Partido de la Revolución Democrática, (PRD) por sus siglas, que por años fue el emblema precisamente de la naciente democracia mexicana; partido del que, paradojas aparte, se apoderó López Obrador para construir su feudo autoritario y nada democrático, llamado Morena.
Y esa es la mayor contradicción, ya que mientras el PRD fue el partido motor en la construcción de las instituciones democráticas como el INE, el Tribunal Electoral y las elecciones confiables, creíbles, transparentes y equitativas, Morena no es más que el partido sepulturero de la democracia mexicana. Por eso mismo Morena sepultó al PRD.
Y sí, el chiste, la contradicción y la paradoja se cuentan solos.
Es decir, que mientras López Obrador siguió los mismos pasos de los gobiernos fraudulentos del viejo PRI; gobiernos que, por ejemplo, antaño hicieron presidente a Carlos Salinas, mediante una elección de Estado que despojó de una victoria clara a Cuauhtémoc Cárdenas; hogaño, la familia Cárdenas no sólo guardó silencio sobre la elección de Estado que llevó al poder a la señora Claudia, sino que en el extremo de la complicidad aceptan las migajas del poder.
Y por eso obliga preguntar.
¿A cambio de qué clase de migajas claudicó de sus principios democráticos el líder histórico de esa farsa dizque de izquierda en México?
¿O estaremos ante la confirmación de que no fueron más que una farsa y un engaño, tanto la Corriente Democrática del viejo PRI, como la fundación del PRD y las gestas democráticas de finales del siglo pasado?
Lo cierto es que todos conocen las respuestas.
Sí, los Cárdenas –Cuauhtémoc y Lázaro–, igual que López Obrador y la mayoría de los políticos mexicanos, no son más que una punta de mentirosos, farsantes y vividores del dinero público.
Y lo demás, los discursos, las promesas, las arengas y las proclamas, no han sido más que recursos retóricos y “engañabobos”.
¿Lo dudan?
Al tiempo.