Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
Con el disparo a Donald Trump, la situación de Joe Biden se complica. Las voluntades estarán a favor del agredido. Caso aparte de esa agresión, hay que partir de lo que sucederá con el actual presidente. Si Joe Biden llama Putin a Zelensky y Trump a Kamala Harris, quizá para un psicólogo quede claro el acto fallido. Las obsesiones del aún presidente de Estados Unidos no descansan en la muerte infame de niños en Palestina, ni en los verdaderos problemas de la migración que su país ha explotado, sino en los dos personajes que alteran su congruencia: Vladimir Putin a quien con sus aliados de la UE pretende socavar a partir de una guerra contra Rusia y desde luego su preocupación principal el posible triunfo de Donald Trump. A la exigencia cada vez más fuerte de que Biden deje la candidatura de reelección, debería sumarse la de que abandone la Presidencia. Las alteraciones en los nombres serían una equivocación normal en cualquier persona, pero si se trata de nombres que conducen a un hecho fundamental, cada nombre toma una significación especial y puede evidenciar, como ya se sostiene, que el mandatario padece lagunas y alteraciones mentales.
EL NOMBRE CUANDO GUSTA, NO ES SOLO UN SONIDO BONITO, SINO ALGO MÁS
En el caso mencionado del presidente, la alteración de nombres que se coordinan con otras situaciones, se atribuyen a una disminución de facultades. El caso de los nombres, como formas de identidad, entran en otras circunstancias que pueden tener muchos aspectos como la imposición en las parejas, la incultura, la herencia, el recuerdo, el reconocimiento de alguien o el simple gusto. Hay que tomar en cuenta, además, el caso del apellido que ya está definido, para que ambos padres se pongan de acuerdo. Y las alteraciones que se siguen dando en algunos registros, que quedan signadas para siempre. Es el caso conocido del periodista Renward García Medrano que se iba a llamar Renoir, pero la amanuense que tomó los datos se equivocó. Una práctica reiterada de esas equivocaciones que ha alterado la vida de muchas personas cuando requieren un formalismo.
LOS REGISTRADORES EN OFICINAS CIVILES SUELEN METER SU CUCHARA, Recordaré algo que escribí hace tiempo sobre un oficial del registro civil en Sonora, que prohibió registrar nombres de niños que afectaran la decencia, las buenas costumbres o el buen gusto. Hubo protestas porque la postura del funcionario era convencional y moralista. Los padres defendieron el derecho a ponerle el nombre a sus hijos como les diera la gana. En esa discusión salió a relucir, no obstante, la agresión que sufren los infantes, inocentes criaturas, que crecen con un nombre que rechazan y lo importante de que haya información al respecto. Escribí del caso del Nobel 1998, José Saramago, cuyo apellido se tomó de una flor que crecía en el jardín de su casa que se llamaba así, lo que les había creado el sobrenombre de “los Saramago”. Pero se destacaba el hecho de que la gente a la hora de nombrar a sus hijos no utilizaran un ejemplo tan bonito sino que se fueran por nombres de personajes como Rambo y otros de ese tipo. Los acuciosos censores de los nombres deberían en todo caso revisar los directorios de los santos, casos espeluznantes que la iglesia católica ha impuesto durante siglos. Y de los nombres de los líderes charros qué decir, jamás se han leído nombres más feos.
UTILIZAN EL NOMBRE DE DIOS, PARA VIVIR DE ÉL DURANTE SIGLOS
En el libro En nombre de dios (Booket 2008, Barcelona) uno de los grandes betsellers de los años ochenta del siglo anterior, cuya repercusión ha calado en el Vaticano, el investigador David Yallop exhibe el uso de las llamadas cosas divinas para traficar a niveles humanos e incluso llegar a extremos en el nombre del dios católico. El libro, que ha tenido muchas ediciones y ha sido determinante en las denuncias contra el legionario Marcial Maciel, ha sido apoyado por otros libros entre ellos El día de la cuenta, del sacerdote español Jesús López Saénz. Abunda en datos sobre la posible muerte de Albino Luciani el papa Juan Pablo I y pone el dedo en los nefastos de la época y desde luego en todo el concurso del poder de la Santa Sede. Todo, en el nombre de dios.