Ricardo Alemán/Itinerario político
El avance en la comunicación desde luego ha servido. Pero en lejanos tiempos, cuando que se producía un acontecimiento en el extranjero, había un mexicano o varios entre las víctimas o participantes. No es raro entonces que ah ora haya habido mexicanos en Israel y Palestina y desde luego por razones obvias, turistas en Acapulco por ser parte de nuestro país, durante el OTIS. Morir lejos de casa ya se está convirtiendo en una costumbre para los mexicanos. A lo largo del tiempo hemos tenido muchos ejemplos. Los matan policías en Nueva York cuando son migrantes y por lo mismo los mata la migra, el desierto inclemente o el aniquilador río Bravo. Ya en el pasado murieron mexicanos en medio oriente asesinados por un grupo terrorista que se llevó entre sus balas a familiares de un actor famoso, allá por 1986. Más para acá, turistas de Jalisco y una estudiante joven de Veracruz mueren en accidentes en Egipto y España respectivamente. En Estados Unidos son las víctimas predilectas de los fascistas en los supermercados y hasta en Alemania acaba de morir una joven que había ido a estudiar. Y se suman a otros mexicanos, cada vez que se anuncia un desastre en el mundo. México con sus muertes siempre da dentro y fuera por desgracia. Quizá por ello nos conocen como los que festejamos y hacemos guiños a la muerte y le ponemos panes y dulces en su día. Pero no debe confundirse matar a mansalva como lo está haciendo ahora el ejército israelí, en un acto criminal que debe ser considerado de lesa humanidad, frente a la muerte natural, por desastre o accidente. Y aunque se le han revertido al gobierno mexicano las muchas muertes que ocurren en el país, el mal de muchos no debe operar. Un crimen es un crimen donde quiera que se cometa. Y hay muertes en el extranjero igual que en el país que generan profundas dudas, y que deben investigarse al mismo nivel.
MIENTRAS SE DIRIMEN MUERTES Y DESASTRE SORPRENDE EL PJF EN ACAPULCO
Mientras México y muchos más países celebran en el mundo el día de muertos, México ofrenda por desgracia las muertes ocurridas en Acapulco tras el huracán y las que se producen a diario en el país, pese a que respecto a éstas se habla de una disminución de 24.4 por ciento en 2022, en relación a 2021. Quizá por la pandemia aún expresada en aquel año. O porque se daba el caso de que se sumaban las muertes consideradas normales, de accidentes o violentas, con las que produjo la pandemia. Que al sumarse se veían enormes, lo qu era aprovechado por los opositores de Hugo López Gatell, para echarle la culpa. Causas de la ignorancia. El caso es que ahora por desgracia otra vez, en una tragedia natural, la muerte se traslada a hechos reales e inesperados en el famoso puerto. Y ahí viene lo singular en el caso del Poder Judicial de la Federación que ha estado en inquina con el ejecutivo. Al llamamiento de AMLO para que sus fideicomisos sean aplicados en Acapulco hubo un cambio en la presidenta de la Corte Norma Piña, quien está abierta a discutir el caso. Mientras, como es natural también miles de panteones en el país están listos desde días anteriores para recibir a dolientes y en sus casas se han puesto como todos los años los famosos altares adornados con flores y frutas mexicanas. Algunos les cantarán su deseo a los ausentes, con aquel famoso vals del compositor Belisario de Jesús García:
Morir por tu amor
Que dicha ha de ser
Morir por tus ojos divinos,
que son la expresión del placer.
Morir, si morir, canta el trovador
que todo en la vida,
es amor, amor, amor.
MORIR JUNTO AL SER QUERIDO NO SIEMPRE ES POSIBLE. SE MUERE LEJOS DE CASA
La muerte lejos de casa de dos estudiantes extranjeros, roza la dimensión onírica de Paul Bowles en su novela Muy lejos de casa ( Seix Barral- Biblioteca breve, 1993) escrita en 1966, que inicia la obra novelística del también compositor estadounidense fallecido en Tánger en 1999. Es un trabajo breve, preciso en su escritura, que fascinó a los admiradores de este autor operístico y miembro destacado de la generación beat que floreció en los años cuarenta y cincuenta. Una mujer visita a su hermano en el norte de África y empieza a tener pesadillas después de que unos agresivos estudiantes de Yale les echan encima una moto a ella y a un chamán negro que la acompaña. El africano resulta herido. A partir de ahí ella empieza a desear la muerte de los dos estudiantes, cosa que ocurre, sin que ella intente salvarlos cuando está en posibilidades de hacerlo. La mujer cree que el negro la induce a tener las pesadillas en una curiosa transmisión de mensajes. Una cosa que se advierte es la proclividad de Bowles por elevar la conciencia ética de Sekou el negro, quien, en el sueño, más bien intenta llevar a la joven al perdón. Ella lo hace, pero Bowles no define el carácter responsable del agresor.