Ruperto Vázquez Ovando/Opinión en línea
En una conferencia que dio ante agrupaciones militares, el columnista Manuel Buendía hizo en 1984 una afirmación que ha adquirido dimensión teórica: “la comunicación es un elemento constitutivo del poder”. Y en 1927, el psicólogo social Harold Lasswell señaló que el cuarto terreno de las guerras –luego del militar, el económico y el político— era la propaganda.
El caso de la tercera infección presidencial de COVID, a quererlo o no, se convirtió en un laboratorio de comunicación política estratégica: la información oficial, el estado de ánimo sobresaltado de la oposición y sobre todo el motor interpretativo en grado de pánico social de analistas y columnistas que, en términos vulgares, estaban cafeteando al presidente de la República inventaron una realidad paralela.
Del lado oficial, no se tiene muy claro todavía si hubo una estrategia de inteligencia política para crear un vacío informativo como provocación o trampa, pero en realidad la comunicación opositora –corrientes, grupos y medios– no necesitaba ningún impulso inductivo, porque desde los primeros minutos del retiro del presidente de la gira en Yucatán circularon las primeras versiones “de buena fuente” de que se trataba de una situación de enfermedad terminal.
Los medios críticos no supieron leer la realidad. La tranquilidad con la que el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, encaró la primera mañanera el lunes, la aparición tranquila y sonriente de la señora Beatriz Gutiérrez Müller junto al canciller Marcelo Ebrard y la fotografía previa del titular de gobernación el martes en una conversación informal con el equipo médico del Gobierno y todos ellos sonrientes, en realidad no parecían imágenes fabricadas para vender tranquilidad.
Toda la prensa crítica se lanzó a tratar de demostrar que el presidente había sufrido un infarto, una embolia o una parálisis cerebral, con aportaciones en el sentido de que por fotografías y videos percibían parálisis facial, brazo inmovilizado y desmayo dramático, en tanto que Palacio Nacional se ciñó a la versión oficial de que era COVID y que estaba bajo control.
En redes de hubo reuniones zoom para comenzar a convocar a la sociedad a organizarse para invocar la aplicación del artículo 84 constitucional que prevé la sustitución del presidente de la República por razones de enfermedad o de muerte, pero muchos de ellos con intenciones políticas ocultas: una funcionaria del Gobierno mexiquense de Alfredo del Mazo Maza realizó un zoom en ese sentido, aunque de manera perversa y vulgar dijo que había que organizarse para votar a favor de la candidata del PRI a la gubernatura y de ahí potenciar al partido tricolor hacia la presidencia en el 2024.
No faltaron algunos tuits de personalidades de la comunicación –entre ellos nada menos que el comunicador y líder disidente opositor Carlos Alazraki– que explicaba con argumentaciones médicas que el presidente estaba al borde de la tumba. Y otro profesional de la comunicación disidente difundió la versión con seriedad de que un avión de la Marina había viajado en secreto a un hospital especializado en Estados Unidos para llevar al presidente mexicano a una atención de emergencia. Y un famoso conductor de un programa de radio-televisión presentó un video donde aparecía el presidente saliendo de un hotel en Mérida y decía que se trataba de una persona al borde de la tumba y con un infarto en curso porque pedía la atención en el movimiento torpe de los brazos. Y queda la disculpa de un columnista que apostó toda su credibilidad a que el presidente tuvo un infarto que lo estaba dejando Incapacitado para gobernar.
Una vez que se difundió el video el miércoles en la tarde donde un presidente tranquilo explicó su tropiezo de salud, los que radicalizaron la interpretación previa comenzaron a culpar a los funcionarios de falta de información e iniciaron una búsqueda de mentiras políticas en las explicaciones gubernamentales, sobre todo si habría habido desmayo o vahído e iniciaron una fase de interpretación para amarrar navajas entre la versión oficial del presidente con lo que los funcionarios dijeron en circunstancias de poco margen de maniobra de la información oficial.
Si Palacio Nacional no construyó una operación política planeada alrededor de los primeros síntomas de salud que deterioraron la estabilidad del presidente, el manejo discreto, uniforme y profesional del explicación se convirtió en una trampa en la que cayó la oposición política y comunicacional.
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Política para dummies: La política es un juego simpático de apariencias.
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