Gabriel García-Márquez/Sentudo común
Felipe de J. Monroy*
En todo el affaire de la tesis plagiada de la ministra Yasmín Esquivel, lo que no se debe perder de vista es el verdadero conflicto al que conducen el desarrollo de los eventos y que, sólo las mentes prudentes desean evitar: La confrontación total y directa entre la Universidad Nacional Autónoma de México y la Presidencia de la República.
El conflicto es como una partida de ajedrez en la que, a todas luces, sería un error llegar al escenario en que se enfrenten las últimas piezas en un campo dinamitado. Al respecto, hay que decirlo, ha sido la Universidad la instancia donde ha prevalecido la prudencia, incluso al sacrificar buena parte de sus piezas, sus fueros y hasta su prestigio para no entrar en guerra absoluta.
Incluso a estas alturas no parece irrelevante comprender las intenciones que desataron el entuerto, porque cada paso que se ha derivado de la inicial revelación del plagio ha supuesto una movilización estratégica de índole política en la que el cálculo de la menor consecuencia ha importado más que ganar ventaja en la persecución de los objetivos.
En el camino de este drama se han sacrificado ya peones y otras piezas de mayor peso estratégico; y, sin el objetivo claramente desvelado, todo parece indicar que la sangría continuará hasta que sólo quede lo blanco y lo negro en una victoria medinesa.
Hace años escuché el relato verídico de la aparición de unos roedores mastodónticos en un icónico mercado público de México. Se decía que bastaba mirar a dichas bestias para perder la cordura; eran cinco o seis veces del tamaño que los especímenes ratoniles más grandes conocidos y obviamente despertaron verdaderas pesadillas entre los locatarios y las autoridades sanitarias. Aquella es del tipo de historias que pueden fascinar a los periodistas y a los medios; incluso hoy sería obvio el interés de millares de salas de redacción que estarían interesadas en reportar y dar seguimiento puntilloso (y hasta la náusea) de un acontecimiento parecido.
Sin embargo, la historia no pasó de las olvidadas páginas pares en los periódicos de la época en forma de una peculiaridad y reducida a un sucinto párrafo o de las revistas de rarezas donde las ratas gigantes tuvieron que competir con alienígenas, animales fantásticos y deformidades médicas por la atención de los lectores. Se dice que la razón por la que, en aquel entonces, la noticia de las ratas no escaló en atención ni en interés de las autoridades ni del público fue simple: los inmensos roedores no serían una preocupación permanente. Los animales sí eran inmensos pero absolutamente estériles; apenas un par de individuos de una camada serían efímeros ejemplares de una fortuita mutación de la que sólo serían fugaz anécdota.
Este relato no es una simple digresión, la historia de las ratas realmente era un escándalo pero no existía ninguna relevancia ni interés público digno de atender: los animales no sobrevivirían, no se reproducirían, no constituirían un problema de salud pública diferente del que ya sus hermanas se encargaban. El episodio no valía más que una curiosidad pasajera; por lo tanto, no había necesidad de alarmar a la sociedad ni de dinamitar las instituciones, no al menos por un hecho que superó cualquier previsión y hasta la imaginación.
Lo que nos lleva de vuelta al tema de la tesis plagiada y la ministra, ¿en realidad estamos frente a un asunto que debe agitar las de por sí inestables dinámicas entre instituciones de representación y de poder? Y si así fuera, ¿cuál es el precio que los confrontados estarían dispuestos a asumir para prevalecer con sus fueros intactos? ¿Hasta qué punto está una de las partes a torcer la realidad con tal de mantener una imagen impoluta e invulnerable que no volverá a tener y quizá nunca tuvo? ¿Hasta dónde puede aguantar otra de las partes a vivir esquivando estocadas que, de igual manera, jamás cesarán? Y, al final, ¿el escándalo habrá realmente supuesto una mejora para la sociedad, para las instituciones, para los medios o para el país? ¿En todo este episodio no acaso parece que vamos quedándonos solos, frente a una gigante bestia de corrupción, sin ser alcanzados por ella y sin poder darle jaque?
En ajedrez, una ancestral regla llamaba ‘victoria medinesa’ al resultado de la partida en donde los reyes quedaban desprovistos de todos sus compañeros; y que, incluso siendo imposible el jaque, ganaba quien tomaba al último sobreviviente de las huestes del rey. Es un triunfo sí, pero a costa de una viña devastada.
Al final, más que el drama, lo único que en realidad merece ser analizado es la tesis en cuestión. Quien la haya escrito, realmente sentía una legítima preocupación por las cualidades corruptoras tanto del gobierno como del poder económico y del aparato judicial; en algunas partes del texto, el hoy autor desconocido manifiesta su honesta inquietud sobre cómo una persona puede ser privada de sus derechos (y hasta de su buena fama) debido a formales injusticias cometidas por los diversos poderes y por perniciosas interpretaciones de los árbitros de la ley. Es lo único relevante del asunto, porque las ratas no irían a ningún lado y nada habrá de cambiar mediante el escándalo.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe