Carlos Ramírez/Indicador político
La desesperación en Palacio llegó a tal extremo que se han roto todas las formas y los convencionalismos políticos y democráticos.
Y no, no estamos hablando de la diplomacia mexicana y menos de las responsabilidades democráticas frente al mundo.
No, en realidad nos referimos a las pulsiones autoritarias y dictatoriales del presidente mexicano.
Y es que en un arranque impensable de rabia, de enojo y fuera de si, un López Obrador visiblemente alterado golpeó la mesa y se negó a escuchar a quienes le advertían del peligro de insistir en desaparecer al INE.
– ¡Perdón señor presidente, pero frente al mundo usted se verá como un dictador…! -, pretendió explicarle uno de sus colaboradores.
– ¡No me importa, el Plan B del INE sigue firme y va adelante”-, respondió tembloroso Obrador antes de retirarse.
Y frente a la respuesta tajante “del jefe”, los “hombres del presidente” bajaron la cabeza y salieron del despacho visiblemente contrariados.
Nunca, en los cuatro años previos habían visto a un López Obrador con tal irritación; fuera de sí, encolerizado y tembloroso de ira.
Por eso, al salir, el colaborador de mayor jerarquía intentó calmar al resto de los que habían participado en el brevísimo encuentro con López.
– ¡Entiendan al presidente, si no hay cambios en el INE está en peligro la victoria en el 24! -, puntualizó.
Poco tiempo después todos estaban en el Senado, presionando argumentando y chantajeando a senadores de todos los signos y los partidos.
Habían llevado al Senado gruesos expedientes; historias “de vida o de mala vida”; negocios turbios, además de “calzones y/o pantaletas” sucios.
Nadie en el Senado parecía a salvo. Van por “los” senadores o “las” senadoras; por todo aquel que tenga un trapo sucio, un cadáver detrás del clóset, o una pizca de estiércol debajo de la alfombra.
Y es que la consigna de Palacio resultó más que clara: “¡El Plan B para destruir al INE va, porque va!”. Y no hay lugar para debilidades y menos para traiciones o simulaciones.
Y ay de aquel que se atreva a disentir, a decir que no, a retractarse; para quienes pretendan pasarse de listo o jugarle al héroe nacional. Y también hubo amenazas para aquellos que imaginaron retar al presidente o intentaron chantajea con la candidatura presidencial.
La anterior historia salió del primer círculo de Palacio.
Ocurrió hace pocas horas, antes de que el Senado fuera ocupado “por la barredora” de Palacio.
Es decir, por “los hombres del presidente”, quienes fueron al complejo de Reforma e Insurgentes a doblar conciencias, amenazar, chantajear, ofrecer “futuros políticos” y rompen huesos de los familiares incómodos de los senadores y las senadoras.
Y todo para lograr la destrucción del INE; una destrucción ordenada por López y ejecutada por “la mafia de Palacio”.
Es decir, la crónica de una muerte anunciada.
Una muerte que aquí advertimos y adelantamos desde mayo de 2018; antes de que López ganara la elección presidencial de ese año.
Una muerte que se negaron a ver millones de ciudadanos, que no quisieron entender miles de dizque expertos y frente a la que cerraron los ojos cientos de críticos que hoy pretenden lavarse la cara para tratar de salvar sus nombres del lodo de la historia.
Pero existe una pregunta que no ha sido respondida en los cuatro años de terror y muerte del gobierno de Obrador.
¿Por qué hasta hoy la pulsión irrefrenable, dictatorial y compulsiva de López para destruir el INE?
La respuesta es elemental.
Porque mejor que nadie, el presidente mexicano tiene claro que en una elección limpia, con reglas claras, con un INE fuerte y vigente, en el 2024 tiene perdida la elección.
López sabe que para julio de ese 2024, serán pocos los mexicanos que creerán en su mentirosa retórica serán menos los que confíen en su fallido proyecto y no habrá quien les crea a sus candidatos impostores.
Por eso, la pulsión ilegal, demencial y enfermiza de garantizar, a costa de lo que sea, en el 2024.
Y es que López sabe que luego de una elección limpia, equitativa y confiable y terminará en prisión, igual que el peruano Pedro Castillo.
Por eso López Obrador recurrió al dictatorial golpe de Estado.
Al tiempo.