Bryan LeBarón/A 5 años, no dejemos solo a nadie
Una de las singularidades del trayecto opositor de López Obrador fue acreditar un estándar intransigente no sólo de consistente rechazo al orden de cosas y a quienes lo representaban, también de tomar distancia de los que no compartían lo sustantivo de su propuesta política. La adversidad y el tiempo lo llevaron a un mayor pragmatismo. En la gesta de 2018 incluye a cualquiera dispuesto a sumarse, sin importar antecedente o pasado. Un previsible resultado exitoso significó que muchos se incluyeran, algunos por franco oportunismo, otros por la convicción de que era la mejor opción para el cambio.
La intransigencia opositora fue cediendo ya en el gobierno. La mafia del poder casi en su totalidad a invitación de AMLO se subió al barco. La emblemática decisión de cancelar el hub aeroportuario de Texcoco se dio a costa de los contribuyentes, no de las empresas contratadas por el anterior gobierno. La incorporación de un grupo asesor con la oligarquía no fue escándalo; para muchos una manera de despejar el sentido anti empresarial del nuevo mandatario. También significó continuidad en el trato privilegiado a los más ricos, aunque en materia de recaudación obligada o voluntaria sí hubo cambio, pero fue selectivo, discrecional, caso por caso.
El pragmatismo se impuso en casi todos los órdenes, acompañado de ideas fijas como es el prejuicio al pasado inmediato. Las mayores concesiones en este proceso de cambio, muy tempranas, por cierto, fueron hacia el sector militar. El presidente vio en ellos sus mejores aliados para reemplazar la Policía Federal, creación de su némesis, Felipe Calderón. Es una paradoja, pero el cambio transitó por el sendero que Calderón inició: la militarización de la seguridad pública, tarea de los civiles. Los militares también fueron considerados como respuesta idónea ante la ineficiente o corrupta burocracia civil.
La ética pública tiene un valor importante para el ejercicio del gobierno, más para el Presidente de la República por las facultades legales y metaconstitucionales que concentra. No es cierto que es el mejor informado del país, aunque sí que su oficina es la más poderosa. El deficiente escrutinio público e institucional le da mucho poder, mayor si no hay una oposición electoral o legislativa vigorosa, como es el caso.
La ética impone un sentido de autocontención en el desempeño presidencial y, por lo mismo, fundamental para el ejercicio responsable de la autoridad. Tienen razón quienes señalan que la ética del servidor público es la ley, pero no es suficiente. Debe incorporarse un estándar no escrito más o menos compartido de lo que es correcto para que sirva de impulso y de límite. El problema con el populismo -AMLO, Trump, Bolsonaro, Erdögan- es que la ética es subvertida por el moralismo y éste por la idea que todo está subordinado al éxito del proyecto político que representan. Bajo esta premisa todo es correcto si es congruente con el fin que es el proyecto, así sea sacrificar la ley, la libertad, la verdad y hasta la dignidad de las personas.
En estas horas de la República no sorprende el pragmatismo de AMLO respecto al crimen organizado, a pesar del curso militarista de su gobierno y la idea autoritaria con la promoción de la prisión preventiva a contrapelo de las voces más sensatas y conocedoras sobre el tema. Tampoco es de extrañar el encuentro del presidente con la dirigencia del PRI, lo peor en la dilatada historia del tricolor, que no es poca cosa. Para avanzar en su agenda se abrió la puerta grande a la impunidad, a Alejandro Moreno y a Rubén Moreira. Bienvenidos al barco de la honestidad valiente.
Quienes ahora dirigen al PRI no sólo están decididos a romper con el bloque opositor y obsequiar al Secretario de la Defensa una carta en blanco para que el Presidente pueda continuar en su empeño de que realicen tareas que corresponden a los civiles, su proyecto es formar parte del lopezobradorismo en sus dos lógicas fundamentales: el ejercicio del poder sin límites y el poder como fin en sí mismo. Así, al menos en términos de ética, López Obrador presidente, significa un giro de 180 grados respecto a López Obrador opositor.