Francisco Buenrostro/Genio y figura
La orden salió de Palacio.
“¡Los quiero en la cárcel!”, le dijo con el rostro descompuesto, López Obrador, a Mario Delgado, presidente de Morena.
“¡Cueste lo que cueste!”, remachó el presidente, al intento de cordura de uno de los asistentes a la reunión.
Esa madrugada, 223 diputados opositores habían rechazado la Reforma Eléctrica enviada por el presidente al Congreso, que proponía enmendar la Constitución y, con ello, llevar al mandatario a los altares de la patria, como el gran expropiador de algo, lo que fuere.
Se habían cumplido 40 meses del gobierno de AMLO y la preocupación del mandatario no era la violencia, tampoco la debacle económica, menos los feminicidios y los cientos de miles de desaparecidos.
No, a Obrador le dolió en el alma que “los traidores a la patria” le negaran una enmienda constitucional que lo colocaría en los anhelados altares de la historia.
Por eso su furia, como pocas veces vista.
“¡Los quiero en la cárcel… cueste lo que cueste!”, volvió a decir y dio por terminada la reunión.
Apareció la verdadera cara del dictador López Obrador, a pesar de que siempre mostró un rostro de supuesto demócrata.
Lo cierto es que quienes conocieron –conocimos– de cerca a López sabían de su profundo talante autoritario y dictatorial desde hace décadas.
Más aún, desde 2017 en este espacio pronostique que –una vez convertido en presidente–, no pasaría mucho tiempo para que –desde lo más alto del poder–, el tabasqueño mostrara su gusto por el autoritarismo despótico y dictatorial.
En aquel tiempo –durante buena parte del gobierno de Peña Nieto–, muchos de los convencidos de las cualidades del “hombre bueno” que simulaba el incansable líder social motejado como AMLO, me acusaron de exagerado, temerario y hasta llegaron a señalar que mi opinión sobre las pulsiones del autócrata López, era una muestra de odio.
“¡Lo que pasa es que tu odias a Andrés…!”, me decían.
Los menos fanatizados llegaron a justificar algunos lances dictatoriales de Obrador –como pedir mi cabeza desde 2008 al dueño de El Universal–, como “un lapsus”, ya que se decían seguros de “el hombre sensato que es Andrés y que en el poder se va a autocontener”.
Es decir, muchos creían que una fuerza mágica, salida de quién sabe dónde, sería capaz de contener a un dictador en potencia como lo era López ya en la primera década del nuevo siglo.
Lo cierto, sin embargo, es que muchos se equivocaron –la mayoría de sus creyentes–, y hoy presenciamos la peor cara del dictador; la cara de un presidente que le ordena a su partido encarcelar a los opositores, por cometer el delito de disentir, pensar distinto, oponerse a una locura y de rechazar el anhelado paso de López a los altares de la patria.
¿Qué más ejemplos de la entraña dictatorial de López Obrador necesitan los 15 millones de creyentes del presidente mexicano, que la grosera orden de llevar presos a los opositores, cueste lo que cueste?
¿Qué más tenemos que ver y qué más tiene que exigir el déspota de Palacio, para que los mexicanos entiendan que no tenemos un presidente sino un autócrata que no respeta la Constitución y menos tolera el concepto de oposición?
Y es que parece que el poder absoluto hizo olvidar a Obrador aquella ancha avenida llamada oposición, por la que transitó durante décadas hasta llegar al poder.
Y también está claro que no aparece, por ningún lado, la cacareada “autocontención” que según muchos “sabios de la política” sería capaz de moldear y modular el torno y el talante de un dictador como López.
Lo peor, sin embargo, es que nadie de los cercanos al tirano parece capaz de apelar a la sensatez, la cordura y la legalidad.
Parece que el temor por perder un “hueso” y la ambición sin límite por ser el elegido para el 2024 ha dejado ciegos, sordos y atolondrados a los políticos del primer círculo presidencial.
Nadie se atreve a decirle al huésped de Palacio que denunciar por la vía panal a los diputados opositores que rechazaron su Reforma Eléctrica, no sólo es una locura y una violación grosera al artículo 61 constitucional, sino la confirmación de que la democracia mexicana ha muerto y que vivimos en dictadura.
Otros, los pusilánimes de siempre, que apelaban a la “autocontención”, hoy dicen que no es para tanto, que es sólo una provocación “de Andrés”, que no se atreverá a llevar presos a los opositores y que sólo busca fracturar al bloque opositor de PRI, PAN y PRD.
Olvidan al clásico que acuño: “en política la forma es fondo”.
Y se equivocan de nuevo porque paso a paso, día a día, piedra a piedra; como no queriendo, como pateando un bote, el presidente mexicano no sólo destruye la democracia sino que reconstruye la cultura política del autoritarismo, el despotismo, el presidencialismo sin freno, la represión, la censura y el golpismo.
Y es que si tiene cara de dictadura, si actúa como dictador y si amaga con llevar presos a los opositores, nadie debe dudar que estamos ante un sátrapa al que poco o nada le importa la democracia y quien parece dispuesto a lo que sea, para mantenerse en el poder.
¿O aún habrá necios que crean que en la presidencial del 2024 López Obrador no meterá las manos en el proceso y no sucumbirá a la tentación del mayor fraude de la historia?
Al tiempo.