Andi Uriel Hernández Sánchez/Contrastes
La invasión de Ucrania por fuerzas militares rusas va más allá de las consideraciones tradicionales y superficiales de la paz y tiene que ver con la construcción de un nuevo orden geopolítico en el mundo después del colapso de la Unión Soviética en 1989-1991, ahora con la presencia todavía no activa de China como nueva pieza estratégica del tablero mundial y la intención de Putin de reconstruir el imperio político soviético.
El punto central que resume la crisis en Ucrania se localiza en la decisión de Estados Unidos de convertir a la OTAN en el eje político-militar del planeta y en la aceptación estadounidense para la creación de un ejército europeo. La adhesión de Ucrania a la OTAN podría ser un punto superior –aunque no el último– de la captura estadounidense de las repúblicas que limitan a China y Rusia y que configuraron el campo socialista.
De acuerdo con una revisión de hemeroteca, a comienzos de 1990 el secretario de Estado del gobierno de George Bush Sr., James Baker, se comprometió con el apabullado y debilitado Mijaíl Gorbachov a que la OTAN no avanzaría hacia el Este colapsado. Pero a partir de 1999 y aprovechando la debilidad política del líder soviético Boris Yeltsin, la OTAN fue incorporando de manera rápida a los países del campo socialista: República Checa, Hungría, Polonia, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia, Albania, Croacia y ahora Ucrania, debilitando y aislando a la Rusia de Vladimir Putin.
Las posiciones pacifistas son entendibles como guerra de propaganda, pero el análisis estratégico tiene la obligación de mirar la reconfiguración del mundo a partir de intereses geopolíticos y de dominación. Después de la disolución de la Unión Soviética en 1991, Washington descuido la reconfiguración del mapa europeo y lo miró desde la distancia trasatlántica, pero los estrategas de seguridad nacional de la Casa Blanca se preocuparon por el descuido del presidente Donald Trump respecto al papel estabilizador fundamental de la OTAN para redefinir la nueva línea de diferenciación ideológica que ha sido la preocupación de Putin en sus más de 20 años al frente de Rusia y del pensamiento estratégico del líder chino Jinping.
Ucrania se convirtió en una pieza geopolítica en disputa desde la crisis de 2014 y sus dos expresiones clave: el golpe de Estado que tuvo el apoyo de Washington para expulsar del poder al grupo dirigente prosoviético y el avance ruso con la captura e independencia de Crimea, al sur del país. El reconocimiento de Putin al separatismo de dos ciudades que se convirtieron en repúblicas autónomas de Ucrania precipitó la estrategia estadounidense para obligar a la invasión rusa.
La crisis de Ucrania se presenta como la gran oportunidad para los dos grandes bloques ideológicos del poder mundial: el capitalismo estadounidense con la OTAN como su brazo militar expansionista y las posiciones de socialismo de Estado de Rusia de China como su nuevo aliado estratégico. La intención de Estados Unidos en la fijación de una nueva línea divisoria entre los dos bloques, pasándola del muro de Berlín a la frontera directa con Rusia, sin repúblicas soviéticas que antes jugaron un papel de espacio territorial intermedio entre Washington y Moscú.
En este contexto, la crisis de Ucrania no es una guerra entre buenos y malos, sino que representa la mejor oportunidad de Estados Unidos para capturar vía la OTAN el espacio territorial que antes tenía la Unión Soviética. La alianza estratégica Rusia-China no fue entendida por el presidente Trump por su escasa comprensión de los temas de geopolítica y seguridad nacional.
Estallada la guerra en Ucrania, ahora la atención mundial se ha trasladado al papel que pueda jugar la China de Jinping en el conflicto bélico y en sus mensajes de advertencia al juego de expansión estratégica territorial de Washington. En términos de supervivencia geopolítica, a China no le conviene el avance de la OTAN hacia el Este profundo porque sus espacios geopolíticos y de seguridad nacional quedarían atrapados en países con intereses estadounidenses.
El dato de corto plazo indica que Ucrania y la sociedad ucraniana son piezas prescindibles del tablero de poder de Estados Unidos y Rusia y que Washington no quiere ocupar con tropas estadounidenses ese país fronterizo porque carecería de consenso interno debido al fracaso estrepitoso en Vietnam, Irak y sobre todo Afganistán. En este sentido, la Casa Blanca sacrificará al pueblo ucraniano y al gobierno aliado buscando pronto algún acuerdo de paz que deje a Ucrania fuera de la OTAN, pero con muros de seguridad que impidan que quede en manos de Putin.
La estrategia de la Casa Blanca para provocar la guerra en Ucrania pareció tener datos en el sentido de que el expansionismo geopolítico de Putin se estaba convirtiendo en una preocupación de la seguridad nacional estratégica de Estados Unidos en Europa.
Por los datos conocidos, la intención de Putin no pareció ser un avance expansionista hacia otros países de su frontera estratégica, sino solo de aprovechar las condiciones y circunstancias de debilidad de Estados Unidos en Europa para fijar lo que Putin ha llamado las nuevas líneas rojas de definición de los nuevos campos ideológicos de esta segunda fase de la guerra fría de la segunda posguerra.
En este sentido, la crisis en Ucrania se puede resumir en un concepto de sobra conocido: juegos de guerra de las grandes potencias ideológicas y de sistema económico que meten a los pueblos en batallas por el poder.
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