Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
No es que Joe Biden padezca insomnio porque el gobierno de su principal socio comercial no lo felicite; no es que le apremie el aval del líder mexicano, prometido hasta que las autoridades electorales de Estados Unidos definan el resultado final.
La resistencia del presidente López Obrador para saludar el proceso electoral estadounidense revela falta de visión diplomática. Al no reconocer el triunfo de Biden, López Obrador le da la razón a Trump cuando afirma que le robaron la elección, como a López Obrador en 2006 y 2012. En eso, hay empatía entre ambos.
¿El presidente está ciego al no reconocer que Biden superó 270 votos electorales necesarios y rebasó a Trump por casi cinco millones de sufragios, sin que hasta ahora haya motivos para presumir un fraude? ¿Se equivocan los líderes de Alemania, Francia, Reino Unido y la ONU?
Si escatima el reconocimiento a Biden, nuestro presidente tendrá que esperar, sentado, hasta el 14 de diciembre, más de un mes, cuando los delegados “electorales” revelen el resultado definitivo y lo envíen al Senado, para que el 6 de enero, el Congreso lo declare oficialmente presidente de Estados Unidos.
¿De veras López Obrador esperará dos meses, en la terquedad de sostener su desdén?
Lo personal es lo de menos. Preocupa que nuestro presidente no se haya encontrado con Biden en diciembre, cuando López Obrador viajó a Washington, lo cual revela desprecio a las recomendaciones de sus colaboradores diplomáticos, a menos que los haya obligado a seguirle la corriente.
Las relaciones económicas y comerciales entre México y Estados Unidos no deberían depender de empatías o antipatías personales, pero el desprecio del presidente mexicano sí puede complicar la relación institucional.