Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
Lo vulgar como norma
Un querido amigo posteó recientemente que lo peor de frecuentar las redes sociales no es ir sólo perdiendo poco a poco a los amigos ni que decaiga la admiración hacia muchos; es la presencia de un desprecio genérico que poco a poco se acumula contra la humanidad entera, una cochambre que apelmaza la empatía.
Es cierto, cualquier vistazo a las redes sociales refleja una vulgaridad extrema, muchos resentimientos, pérdida de respeto, vergüenza y asco por el prójimo, no se dan cuenta que somos los mismos.
Encontramos expresiones ofensivas, tanto entre contrincantes partidistas como al interior de las propias orgnizaciones, tales como que los pobres que votan a la derecha son como perros porque cuidan la mansión, pero duermen afuera; o que los chairos son muertos de hambre y por ello son fácilmente comprables con una torta; o que los de FRENA son imbéciles, porque piden algo inviable; o que leer o estudiar no quita lo prostituta. Todas ellas son reflejo de una ausencia de sensatez, prudencia y respeto, pero además denotan una soberbia muy peligrosa: los únicos que tenemos la razón somos nosotros.
Al final la poítica es como el futbol, los jugadores estrellas y los no tanto, cambian de equipo, a veces se venden al mejor postor y en otras ocasiones lo hacen buscando un mejor ambiente, mayor afinidad con el grupo, pero son los mismos jugadores en cada torneo. Sólo visten uniformes distintos.
El fenómeno no es nuevo ni escaso. En todo el mundo ocurre. Recordemos por ejemplo cuando nació el Frente Demócrático Nacional, la división del PRI acarreó también la división ciudadana, especialmente en Michoacán muchas familias terminaron con pleitos irresolubles, posiciones políticas aparenetemente irreconciliables. Poco a poco la radicalidad disminuyó, nacieron nuevos partidos y las negociaciones propias de la política abrieron paso al draft de temporada y los políticos jugadores cambiaron de partido y volvieron a cambiar. Hoy día las cosas no son distitnas.
Lo triste y reprobable es la ausencia de argumentos y el exceso de ofensas entre los seguidores de los contendientes.
Hay una reacción de quienes han sido ofendidos e insultados durante mucho tiempo y hoy gozan con que los privilegiados de antaño sufran, sean castigados, pierdan sus privilegios. Y quienes ahora se sienten ofendidos cuestionan la legitimidad y merecimientos de quienes detentan hoy el poder y sus seguidores.
Pero en todas estas contiendas ciertamente sobran los insultos pero faltan los argumentos.
La plublicación reciente firmada por 600 personas intelectuales, artistas y ciudadanos que acusa al presidente de utilizar un discurso permanente de estigmatización y difamación contra los que el llama sus adversarios, dio lugar a una gran cantidad de comentarios a favor y en contra de los firmantes, muy poco ha aparecido con referencia al fondo del documento. Se ha dicho que los 600 no representan a todos los intelectuales que hay más de 600 que no firmaron ni firmarian, lo que es seguramente cierto, pero tambien lo es que hay otros 600 que sí lo hubieran firmado. Pues si, entre los artistas e intelectuales hay quienes apoyan al presidente y quienes no lo hacen, de igual manera que entre todos los mexicanos hubo 30 millones que lo apoyaron y seguramente hay más fuera de esos 30 millones que lo apoyan, pero también hay otros 30 millones y más que no lo hacen. Se dice también de manera reiterada que los firmantes son miembros de una elite que ha perdido sus privilegios, lo que también puede ser cierto, pero nada tiene que ver con la veracidad y pertinencia del fondo del documento. Algo similar ocurrió con las declaraciones de los ex secretarios de salud.
Ninguna sociedad es homogénea ni puede ser representada de manera simple por un solo grupo, sencillamente porque se trata de un conjunto muy heterogéneo de actores sociales con diferentes, y hasta opuestos, puntos de vista, formación y visiones del desarrollo, y, sin embargo, todos valiosos y respetables. Pero ninguno omnipotente ni absolutamente correcto. Necesitamos que la duda no sea temida sino bienvenida como decía Richard Feynman. Nos haría bien ser un poco menos vlugares y más humildes para huir de los extremos.
En ningún grupo social, religioso o político están todos los que son ni son todos los que están, aunque todos piensen que los únicos que piensan.