Miguel Ángel Sánchez de Armas/Juego de ojos
El poderoso factor religioso en la elección de EU
Felipe de J. Monroy*
Nunca como antes, la perspectiva religiosa de los votantes será decisiva en el proceso electoral en los Estados Unidos. No me refiero al credo en sí (católico, cristiano, evangélico, pentecostal, etcétera); sino a la perspectiva que cada creyente tenga sobre la responsabilidad moral que le imprime su religión a la hora de elegir un candidato a la máxima magistratura.
En un escenario menos polarizado, los procesos electorales en las naciones democráticas suelen enfocarse en áreas de discusión muy generales; básicamente los electores esperan que los contendientes contrasten sus modelos de gobernanza y las propuestas económicas de su prioridad: seguridad pública, promoción del empleo, atención de sectores marginados, política exterior y conservación de la estabilidad en el clima social.
Por desgracia, no estamos en aquellos escenarios y la polarización social obliga tanto a candidatos como a electores a llevar más profundamente sus preocupaciones sobre sus certezas y sus prejuicios. Tomemos el caso de los Estados Unidos, aunque buena parte de Europa y América Latina viven procesos semejantes. Independientemente del credo al que pertenezcan, los norteamericanos viven un cuestionamiento sobre qué tanto sus convicciones morales deben reflejarse en su voto y, por tanto, en las políticas públicas promovidas por sus candidatos preferidos.
Quizá como expresión, la ‘polarización’ muestra sólo los negativos del distanciamiento irracional incapaz de diálogo, pero también revela -a la mala- las ideas que se asientan en el fondo de la conciencia social, las acalladas por la prudencia o por la corrección política. Quizá no nos guste, pero la polarización conduce indefectiblemente a un estrato más profundo del razonamiento que no debemos minimizar.
Los electores polarizados ya no quieren escuchar propuestas de la ‘mejora en la educación’ sino de la ‘naturaleza de la educación’; no quieren ideas sobre el ‘bienestar económico’ sino del ‘tipo de justicia en la distribución de los bienes’; no les bastan propuestas de ‘seguridad pública’ sino sobre la ‘identidad de la justicia’. Es decir, las campañas tradicionales que se mantenían en el margen de lo políticamente correcto son trágicamente superficiales para un votante que busca, como nunca, que los políticos se comprometan más allá de su función pública, que hundan sus pies en el mismo fango de su existencia.
Y allí es donde no sólo las instituciones religiosas sino la apropiación individual del credo tiene mucho que ver en los procesos electorales. En las actuales elecciones presidenciales de los Estados Unidos, tanto el partido Demócrata como el Republicano han querido utilizar esta dimensión específica en los votantes que -independientemente de su identidad partidista- podrían decantarse por un candidato en las antípodas de su opción política pero tolerable respecto a su apropiación religiosa.
Hay que mencionar que apenas un puñado de católicos han sido candidatos a la presidencia de los Estados Unidos; por ello, se hace evidente que Joe Biden (Demócrata) no sea afecto a usar esa carta de presentación con regularidad. Sin embargo, cuando los temas polarizantes para los norteamericanos salen a flote (migración, aborto, justicia social), Biden apela a la tradición institucional católica para tratar de convencer a ese 59% de católicos blancos que apoyan a Trump. Quizá por eso, entre los católicos hispanos, a Biden le vaya mejor: 65% de católicos latinos se decanta por el demócrata.
Biden parece tener segura la elección en el sector de protestantes afroamericanos (92% de las preferencias) y, aunque también tiene una alta aceptación entre los evangélicos blancos, un gran porcentaje de ambos grupos parece que no le dará su voto principalmente por la política proabortista del Partido Demócrata. En un estudio del Pew Research Center se asegura que más del 61% de los ciudadanos identificados en alguna denominación cristiana no católica definirán su voto por aquel que defienda la vida de los no nacidos; mientras que un promedio del 40% de los católicos les costaría votar por su correligionario Biden precisamente por la cercanía de su partido con las empresas y organizaciones promotoras de abortos.
Esto lo sabe muy bien el equipo de Donald Trump quien, más allá de la campaña, durante su gestión presidencial no ha traicionado al sector antiaborto pues ha facilitado los recortes presupuestales a empresas dedicadas a la promoción y realización de abortos; aunque, a todas luces, su identidad anticristiana con el prójimo (migrantes, mujeres, descartados, pobres, etcétera) también le resta apoyos de muchas instituciones religiosas, de los católicos, de los cristianos con perspectiva social y, principalmente, por los afectos al humanismo agnóstico o no religioso.
El voto religioso contra Trump puede emerger de otras preocupaciones morales de los creyentes: el racismo, la crisis ambiental, la pobreza, la pena de muerte y las amenazas a la dignidad humana. Temas en los que a Trump se le califica como ‘u mal cristiano’. Y por ello no es coincidencia que el mismo mandatario critique Joe Biden (‘Quizá sea católico, pero no es cristiano’) por apoyar el aborto.
En conclusión, la polarización muestra descarnadas las fibras morales de los votantes; pero, más que la pertenencia a una institución religiosa, su decisión electoral se fundamentará en cómo interpretan su identidad religiosa en las coincidencias identitarias con el candidato más afín a sus certezas y a sus prejuicios.
Lo explican en un párrafo los obispos católicos norteamericanos en su subsidio de ‘Formación de Conciencias para una Ciudadanía Creyente’ del 2015: “Puede haber ocasiones en las que un católico que rechaza por principio las inaceptables posiciones de un candidato, incluso en políticas que promueven un acto intrínsecamente maligno, pueda razonablemente votar por ese candidato debido a otras razones moralmente graves. Votar de esta manera sería permisible sólo por razones morales verdaderamente graves, no para avanzar intereses mezquinos, preferencias partidistas o ignorar un mal moral fundamental”. La verdadera elección hoy en Estados Unidos reside en ese profundo sustrato que no veríamos sin polarización: ¿Cuál de los candidatos representa el mal moral fundamental?
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe