Carlos Ramírez/Indicador político
CONTAR LOS MUERTOS
Este fin de semana superamos al Reino Unido en el número de muertos que ha dejado la pandemia, ya por encima de las 46 mil defunciones. Pasamos, pues, a ocupar el poco honroso tercer lugar del mundo, sólo detrás de Brasil y Estados Unidos. Coinciden los cuatro países en algunas condiciones que los unifican y describen. La realidad, no el discurso, ningún discurso, los ha puesto en su sitio.
Porque se puede argüir, como lo han hecho, que no era grave, apenas un resfriado, menos peligroso que la influenza, y que era pasajero. La ciencia tiene un nombre para esta visión del mundo. Los llama negacionistas, personas que por ideas religiosas o simple estupidez suelen contradecir lo que la ciencia, y la realidad, han probado muchas veces desde hace miles de años. El ejemplo más común es el de los que niegan que el planeta tierra sea redondo, u ovoinde, para ser más exactos, y no plano, como ellos aseguran contra toda evidencia.
Dos de los cuatro gobernantes de estas naciones fueron ya víctimas de la pandemia, Boris Johnson y Jair Bolsonaro; el primero reculó respecto a las políticas públicas se debían aplicar en Gran Bretaña y tomó medidas de emergencia, con lo que logró reducir tanto el número de contagios como de muertes, aunque hay que decir que lo hizo muy tarde, y de ahí el lugar que ocupa en esta carrera de la muerte. Bolsonaro, por el contrario, pese a haber sido una víctima del contagio, sigue asegurando que el cloro, o alguna otra sustancia no probada, curan y evitan el contagio.
De los restantes, el de Estados Unidos con toda seguridad perderá su reelección como presidente por las consecuencias nefastas de la pandemia, tanto en el número de contagios como en el de muertes en su atribulado país. Hasta el momento se contabilizan 52 millones de desempleados y una caída del PIB que superará los diez puntos. Trump entregará un país de rodillas debido a que se negó a tomar en serio la pandemia y a adoptar medidas para contenerla.
Falta el caso mexicano. Nosotros, sin saber todavía muy bien cómo es que llegamos al tercer puesto en el número de muertos a nivel mundial, seguimos estancados e inermes, paralizados ante los estragos, con una economía agonizante, una violencia criminal incontenible y creciente, y una crisis de salud incontenible.
Muchos son los errores en políticas públicas que se han tomado, aunque más bien debería decir que no se han tomado. La más importante, la incapacidad oficial para rectificar. Porque una vez que vimos que no servían para contenerla los detentes presidenciales, los tréboles de cuatro hojas ni los billetes de dos dólares, debieron intentarse medidas de contención, algunas de las cuales dieron buenos resultados en un primer momento, como las medidas sanitarias y el confinamiento. Pero no, porque era más importante ofrecer la imagen de un gobierno que no se desdice ni rectifica, es decir que no se equivoca nunca.
Esta obcecación nos tiene hoy en ese tercer lugar de la carrera de la muerte. Es cierto que un tercer lugar nos habla de los errores cometidos hasta ahora, pero no nos equivoquemos, estamos muy lejos aún de que esta cerrera termine. No deberá sorprendernos si uno de estos días nos despertamos con la noticia de que ya hemos superado a Brasil y nos acercamos para competirle el cetro a los Estados Unidos. Todo ello porque nuestras autoridades no han sido capaces ni de rectificar ni de implementar una verdadera política pública de prevención y contención, entretenidas como están en seguir contando muertos. Sospechamos, sin embargo, que por lo menos el triple de esos muertos los tiene escondidos bajo las alfombras de Palacio Nacional.