Raúl López Gómez/Cosmovisión
Valioso tiempo perdido.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2019 (COP 25), realizada en Madrid España entre el 2 y 13 de diciembre pasado, ha resultado en un fracaso. El año que está por concluir tendrá que ser recordado en la historia de la humanidad como uno de los años en que la agenda ambiental quedó estancada y en el que los avances previos se han visto desdeñados o impugnados por algunos gobiernos de las naciones participantes.
El paulatino abandono o incumplimiento de los acuerdos para mitigar o revertir el cambio climático por ciertos gobernantes es la tónica que parece imponerse como recusable moda en los últimos años de la segunda década del siglo XXI. La irrupción en el mundo global de un discurso distanciado con el medio ambiente para privilegiar la singularidad de una economía movida por combustibles fósiles y tecnologías precursoras del cambio climático, con la justificación de la solidez de las economías locales y el empleo extensivo, se ha colado al liderazgo mundial influyendo puntualmente sobre algunas naciones europeas, asiáticas y americanas.
Desde el 2016 con la irrupción de D. Trump, que cuestionó y estigmatizó las perspectivas ambientales y objetó los acuerdos mundiales construidos hasta entonces, el avance del contra ambientalismo ha caminado a paso veloz logrando la adhesión de líderes políticos, sin que el mundo científico y las sociedades hayan tenido la suficiente capacidad de persuasión y respuesta para contener esta ideología irresponsable, que proclama la urgencia del presente sin más, y omite interesadamente las realidades del pasado y las probabilidades catastróficas del futuro.
El nuevo ánimo de los jefes de estado de las dos centenas de naciones, inscritas en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), ha llegado mermado a través de sus representantes en la COP 25, a tal nivel que la relación de acuerdos propuestos para ser votados ha decepcionado a la comunidad ambientalista mundial, que se lamenta la falta de voluntad de los líderes políticos para darle certidumbre a la civilización humana con acuerdos más exigentes para evitar el cambio climático.
Incluso gobiernos latinoamericanos como el de Brasil y México han sucumbido a ese pragmatismo económico que no dimensiona la gravedad de las prácticas productivas asociadas con la destrucción del medio ambiente y la generación de carbono. Ellos están abriendo sus economías a prácticas ecocidas y a usos propios de la era de la revolución industrial, menospreciando las tecnologías verdes y condenando a sus naciones y al planeta a daños irreversibles.
La irresponsabilidad de estos gobiernos debiera ser sancionada por sus ciudadanos. O están distraídos de la problemática ambiental o francamente están opuestos a las medidas que deben tomarse para remediar. En el fondo subyacen los compromisos con los sectores económicos renuentes a la conversión tecnológica y a la filosofía humanista ambiental de la era contemporánea. La dinámica del consumo, como único propósito de la existencia humana y pilar de la economía moderna, se antepone como solida frontera entre economía y medio ambiente.
El fracaso de la COP 25 es la derrota del gobierno mundial y de nuestra civilización, es un paso vergonzoso que consiente la destrucción del planeta en aras de los mezquinos intereses de las empresas más contaminantes. Representa la entrega de la vida humana y la civilización a los intereses de dichas empresas.
Nos queda a los civiles la tarea de redoblar esfuerzos organizativos, de denuncia y de propuesta para revertir tales fracasos. Si los gobiernos del mundo no han querido escuchar los millones de voces que se han manifestado en cada nación y han preferido atender a los cabilderos de los grandes consorcios económicos, es porque la ambición y el cinismo son su código de actuación; pero quiere decir que los ciudadanos del mundo deben ser más exigentes con los gobiernos que elijen y deben proceder entonces a retirarles su confianza y apoyo. Tendrá que haber mucha protesta social para que la COP 26 del 2020 tome la ruta correcta, por lo menos alcanzar el nivel de la COP 21 que alcanzó los históricos Acuerdos de Paris.