Raúl López Gómez/Cosmovisión
¿Y QUÉ QUERÍAN PARA ORGANIZAR A 120 MIL POLICÍAS?
Crear una institución de seguridad, que comienza con la incorporación de militares, marinos y policías federales, no es sencillo. Compaginar a estos con compañeros civiles, jóvenes, inexpertos, menos todavía. La Guardia Nacional es el proyecto de seguridad más ambicioso que ha existido en tiempos modernos. Implica, a priori, cambios profundos en la organización del gobierno, de instituciones, y requiere una respuesta de la sociedad.
Lleva implícito abonar en la confianza social, además de dar resultados en uno de los momentos más complicados, violentos y peligrosos. Recuperar zonas del país que en los hechos han perdido toda posibilidad de convivencia pacífica, devolver las calles a los ciudadanos, romper círculos de impunidad insertos en la corrupción de autoridades locales.
Una hazaña que se antoja casi imposible.
¿A quién iban a poner al mando, a la organización, de esta nueva “policía”?
Era obvio que la única opción era, fue siempre un jefe militar.
Independientemente de “trampas” o recovecos en las leyes respectivas, el primer mandatario tiene toda la capacidad de nombrar a quién quiera en esta posición. Por su parte, y esto es lo que no quieren entender los críticos, los militares no “hacen carrera”. No deciden en qué ámbito de las fuerzas armadas quieren estar.
Los militares, todos, obedecen órdenes superiores.
Y estas órdenes los mandan a los diversos mandos militares, los “comisionan” (esta es la palabra clave de todo) a diversos sitios del país, a las escuelas militares, a la policía militar, a la organización, a labores de inteligencia. A lo que, por razones militares, considera la superioridad que es lo correcto. Por el tiempo que así lo decida.
No se trata, como en el mundo civil, de “ir ascendiendo”, de “ir dominando” un tema, de permanecer en la misma oficina, no. Ni siquiera pueden elegir a qué ciudad los mandan a vivir.
Quien sea el jefe de la Guardia Nacional, no se preparó específicamente para serlo, no alzó la mano para pedir serlo, no le van a preguntar si quiere o no serlo.
Los militares tienen una “hoja de servicio” donde cada día de todos, por los años de los años, se apunta qué hace o deja de hacer con excelencia. Su salud, su condición física, sus conocimientos están ahí. Esa historia de vida militar es consultada, obviamente, para cualquier nombramiento.
¿Esto es garantía? Definitivo. Lo es para López Obrador, lo tendría que ser para millones de mexicanos que tienen mucho mayor número de razones para confiar en los militares, por este escrutinio, por su vocación, por su lealtad, que en muchos funcionarios públicos o electos. Ya vemos los desfiguros de senadores y diputados federales, valga el ejemplo.
Este militar, en activo, será “comisionado” a esta inmensa responsabilidad.
Comisionado quiere decir exactamente eso. Porque un militar no deja de ser militar ni por razones de retiro. Tiene, siempre, los valores con los que ha vivido desde el H. Colegio Militar. Lleva consigo sus grados. Y su obediencia…
Eso, obediencia…
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