Gabriel García-Márquez/Sentido Común
El extraño rencor de Manuel Bartlett
Cierta vez un político -ya retirado- que había caído en desgracia de la Presidencia y era bombardeado por prensa, radio televisión a iniciativa de Los Pinos, me dijo ante un periódico en el que, a ocho columnas, otro político se descosía en improperios contra él:
– ¿Y éste, por qué me ataca, si nunca le hice ningún favor?
Aludía a la condición humana de algunas personas que acostumbran morder la mano de quien se la tendió para ayudarlo.
No era el caso de Manuel Bartlett Díaz con Carlos Salinas de Gortari, pues el ex presidente ayudó en serio al antiguo secretario de Gobernación de Miguel de la Madrid y contendiente suyo en la carrera priista por la primera magistratura.
Ahora en el ojo del huracán por su nombramiento al frente de la Comisión Federal de Electricidad, Bartlett ataca un día y otro también a Salinas por haber inaugurado la “venta del país al extranjero”, palabras más o palabras menos.
Realmente no es nuevo el rencor de Bartlett a Salinas, aunque tampoco tan viejo, sino que data más o menos desde su separación del PRI, ocurrida después de que ese partido perdiera la presidencia de la República en el año 2000.
En octubre de 1987, cuando Salinas pronunció su discurso de “aceptación” de la candidatura priista a la Presidencia, en la ceremonia del destape celebrada en la explanada de ese partido en Insurgentes Norte, se refirió específicamente a Bartlett como “un político formidable” con el que trabajaría por mucho tiempo (yo estaba ahí).
Bartlett fue a la sede nacional del PRI y felicitó al candidato.
Al arrancar el sexenio salinista Bartlett no fue relegado al ostracismo, como se estilaba en esas contiendas, sino que fue nombrado secretario de Educación Pública por el nuevo presidente, quien le encargó la reforma educativa (descentralización, que implicaba un primer golpe al poder del sindicato, y secundaria obligatoria).
Desde ese lugar estratégico en el gabinete, Bartlett mantuvo relevancia nacional, jerarquía política y mando, que habría perdido si el nuevo presidente hubiese hecho lo que hizo con los otros precandidatos que contendieron contra él.
Pero Bartlett quería ser gobernador de Puebla. Es decir, prolongar su carrera política más allá del sexenio de Salinas.
Tenía el afecto del presidente (el gran elector en aquellos tiempos), pero arrastraba un problema que hacía difícil su candidatura: carecía de arraigo en la entidad, pese a haber nacido en los portales de la angelópolis. Sus contendientes internos -Ángel Aceves Saucedo, por ejemplo- eran más poblanos que las chalupas.
Lo que hizo Salinas para darle el arraigo necesario y no atropellar al priismo local, fue sacarlo de la SEP (en la que nombró a Ernesto Zedillo) y enviarlo a Puebla como coordinador estatal del Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol).
Con ese antecedente Bartlett se movió a placer por el estado y pudo ser candidato del PRI al gobierno de Puebla, trascendió el sexenio salinista e hizo un buen gobierno en la entidad, pese a que el nuevo presidente, Ernesto Zedillo, le tenía aversión manifiesta.
Fue un gobernador brillante: por el Congreso de Puebla pasaron sin sobresaltos todas las reformas salinistas.
Durante el siguiente sexenio, el gobernador Bartlett movió a otros gobernadores priistas para evitar que se consumara el golpe del presidente Zedillo contra un cuestionado gobernador de Tabasco: Roberto Madrazo.
El político derrotado en la elección tabasqueña, Andrés Manuel López Obrador, encabezó un éxodo a la Ciudad de México para exigir a Zedillo que removiera a Madrazo y se convocara a nuevas elecciones. Negociaron y el presidente accedió.
Llamó a Madrazo, le comunicó que tenía que pedir licencia para realizar nuevas elecciones, y el tabasqueño le dijo que sí. Que solo le diera tiempo de viajar a Villahermosa para anunciar él su decisión al Congreso.
Personalmente vi y oí levantar un teléfono rojo en Los Pinos por el cual se le confirmó al entonces director del Infonavit, Arturo Núñez, que él iba de relevo de Madrazo a su natal Tabasco.
Mientras pasaban las horas de ese limbo silencioso, Bartlett tomó el mando real del priismo, habló con la lideresa María de los Ángeles Moreno y otros gobernadores que cerraron filas. Llamaron a Madrazo: no renuncies, de ninguna manera, tienes nuestro respaldo. Madrazo se rebeló y se quedó en la Quinta Grijalva.
Así doblaron a Zedillo y su acuerdo con AMLO.
Tiempo después Bartlett quiso nuevamente ser candidato presidencial, y fue a una contienda interna contra Labastida, Roque Villanueva y Madrazo.
Pero esta vez no tuvo la mano protectora de su amigo Carlos Salinas y fue aplastado por Zedillo. Perdió hasta en Puebla, donde los afines al candidato del presidente se robaron urnas a punta de pistola (foto en portada de Proceso).
Cambiaron los tiempos y Bartlett también cambió. Ataca a Salinas en todas sus entrevistas y prácticamente en cuanta intervención pública se le presenta.
Lo odia. ¿Por qué?
Por esas cuestiones inexplicables de la política. O de la condición humana. Un extraño rencor.