Pablo Jair Ortega/Columna sin nombre
Los candidatos tal cual… y la tormenta que viene
Se acabaron los debates y la suerte está echada. Lo que hagan los candidatos de aquí al día de la elección servirá para disputar posiciones clave en la supervivencia de la democracia.
Lo que hubiera sido deseable, la unión de las fuerzas democráticas para evitar que México naufrague en la tormenta comercial y económica que se avecina, y de inseguridad que ya tenemos encima, sólo fue un buen deseo.
Faltó grandeza, sobró ambición, pudo más el ego.
En el debate del martes en Mérida los vimos tal cual son a los tres candidatos presidenciales. Dieron todo lo que pueden dar. Eso son. Las cartas están sobre la mesa para que el electorado escoja una.
Como bien dice el dicho, “nadie da lo que no tiene”, y eso ocurrió en el Gran Museo del Mundo Maya.
Nadie le puede pedir a López Obrador que tenga conocimientos de economía y del mundo.
Nadie le puede pedir a Meade que sea emotivo y que conecte con los sectores populares.
Nadie le puede pedir a Anaya que sea espontáneo e infunda confianza.
López Obrador dio cátedra de ignorancia al no dar el más mínimo indicio de saber de dónde va a sacar el dinero para hacer lo que promete.
El esquema de la corrupción es pedir al ganador de determinada obra un porcentaje de su ganancia para que vaya a la bolsa del funcionario.
O hacerlo ganar a cambio de un porcentaje con cargo a sus utilidades.
Por eso es el enojo. Porque los empresarios sacrifican sus ganancias para alimentar las cuentas bancarias de funcionarios abusivos.
Más claro aún: cuando AMLO fue Jefe de Gobierno, si combatió la corrupción como dice, ¿cuánto le ahorró a las arcas de la ciudad? ¿Qué obras extras hizo? Nada. Endeudó al Distrito Federal casi cien por ciento más.
En el debate atacó a “las reformas neoliberales” porque según él fueron impuestas por el Fondo Monetario Internacional. ¿Y? ¿Por qué no las echa abajo? Sólo sentenció a la educativa. Ninguna económica.
De la reforma energética, su gran enemiga y muestra de que “se vendió la soberanía del país”, sólo dijo que va a revisar los contratos para ver que no haya condiciones leoninas ni corrupción.
Eso es deber de cualquier administración entrante, del color político que sea. ¿Dónde está la novedad? No sabía de qué hablaba cuando criticaba la reforma energética. No sabe ahora qué va a hacer con ella para justificar su ignorancia al reprocharla.
Tenso como un palo estaba Ricardo Anaya. Dio buenos golpes a López Obrador, pero era un hombre desencajado por los que ha recibido.
Su sonrisa era de plástico, forzada. El Ricardo Anaya de la noche del martes no tiene nada que ver con el Anaya del primer debate.
Está agotado.
Con la mirada en el cielo se han de haber quedado los panistas cuando incluyó a los normalistas de Ayotzinapa como un crimen de Estado por el cual Peña tiene que ser juzgado. ¿Ackerman ya es su asesor? No, es su desesperación.
Meade es lo que vimos: el mejor preparado de los tres, con absoluta claridad de ideas, pero no enciende el ánimo de la galería.
Su capacidad no alcanza para hacer entender que el futuro de México tiene que estar por encima del enojo con el actual gobierno.
Lo que resta de la campaña será importante para definir la composición del Congreso, que en los años que vienen tendrá un papel fundamental como defensor de las libertades y valladar contra las ocurrencias del posible gobernante.
La “gran depresión” que puede venir no es argumento de campaña para asustar, sino una realidad que está a la vuelta de la esquina.
Quedan dos semanas de competencia y los tres deberán darlo todo, porque hay mucho en juego y mucho que proteger del vendaval que viene.