Andi Uriel Hernández Sánchez/Contrastes
Populismo, clientelismo y corrupción, en la tragedia de Oaxaca y Chiapas
El terremoto de la semana pasada fue implacable en algunas zonas de Chiapas y Oaxaca, y no sólo porque están cerca de lo que fue el corazón del movimiento telúrico.
Los muertos y los daños en esos estados del país nos enseñan las grietas de la pobreza derivada del populismo y otros rezagos que deben dejarse atrás en esa región de México.
Es ahora o nunca para Oaxaca y Chiapas.
Nos alegramos, con razón, de que el sismo del jueves en la noche no haya sido lo devastador que fue el terremoto de 1985, aunque fue más fuerte.
Hay que matizar: el epicentro estuvo más lejos de la capital del país y fue a mayor profundidad.
Lo anterior no obsta para reconocer que tenemos una sociedad diferente, una ciudad diferente y autoridades de talante diferente.
Los edificios se han construido en la Ciudad de México con apego a normas mucho más rigurosas, hay inspecciones constantes y existe una cultura de prevención de desastres que no teníamos en 1985.
No hubo ni un solo herido en la Ciudad de México, contra los cinco o diez mil muertos en el terremoto de hace 32 años atrás.
Sin embargo esta contabilidad, ciertamente satisfactoria, no debe cegarnos ante la realidad de Oaxaca y Chiapas, que junto con Tabasco son la cara del atraso en México.
Un centenar de muertos en Chiapas y Oaxaca son muchos muertos.
Hay dos millones 279 mil personas damnificadas y 18 mil casas dañadas en ambas entidades.
Es demasiado, y la explicación no es únicamente la cercanía con el epicentro del sismo.
En el centro de la tragedia están el populismo, el clientelismo y la corrupción. Y si a eso le sumamos el embate de la naturaleza el resultado es el que estanos viendo.
Chiapas y Oaxaca son rehenes de grupos políticos, como la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que impiden el desarrollo de esas entidades por lo menos al ritmo del resto de los estados del país.
No puede haber educación cívica ni educación a secas cuando los profesores andan en las calles lanzando bombas molotov por cualquier motivo.
Imposible que mejoren estados donde los profesores no dan clases y se dedican a hacer barricadas en las carreteras, incendian autobuses y destrozan edificios públicos.
Es inútil pedir progreso a entidades en las que se asalta a los transportes de grandes empresas porque representan a la “burguesía trasnacional”.
Resulta un sueño pensar en el progreso de estados que ven a la inversión privada como enemiga de su forma de vida.
Nada que esperar en entidades donde los problemas con el magisterio (creen que) se arreglan a billetazos, porque eso es sólo el aliciente para crear nuevos focos de tensión que se deben apagar con más dinero, y así hasta nunca acabar.
Y como nadie cumple la ley y el estado de derecho existe sólo en el papel, ¿quién va a respetar un reglamento de construcción?
Es momento de voltear en serio la vista a Chiapas y Oaxaca, pues no pueden seguir en el atraso en que se encuentran.
Desde el Plan Chiapas (con Echeverría) se han canalizado miles de millones de dólares al sur del país y gran parte se ha ido en arreglos clientelares con grupos políticos y en la corrupción de muchos de sus gobernantes.
Ya no se puede seguir consintiendo que la CNTE tenga secuestrados a esos estados por medio de la violencia y el chantaje, a cambio de darles más dinero sin ningún compromiso de comportamiento cívico.
La reforma educativa ha puesto “una pica en Flandes” al poner medidas disciplinarias y académicas al magisterio de esa región, pero se necesita mucho más que eso.
El terremoto y su lastre de muerte y destrucción debe ser el parteaguas en Chiapas y Oaxaca para que se integren al resto del país y dejen de vivir en el atraso absoluto y a merced de grupos políticos radicales.